Thursday, September 02, 2004

Mi familia y yo

Gracias a Dios –porque Dios existe; sólo hay que echar un vistazo en una iglesia para darse cuenta de que sólo a una Inteligencia Superior se le pueden ocurrir semejantes fisonomías–, somos una familia desestructurada. Lo que me permite dedicame con entera libertad a mi pasatiempo favorito: el libertinaje.

Mi madre, por ejemplo, está demenciada. Pero totalmente. La pobre le da a la frasca y no seré yo quien se lo reproche. Su vida no ha sido precisamente un camino de rosas. Se casa con un babuino –lo de cinocéfalo es la pura verdad, pero literal– y tiene tres hijos que son a cada cual peor.

Mi hermano: 22 años y culturista. Ya está todo dicho. Trabaja como monitor en un gimnasio fuckshion, pero en realidad se gana la vida trapicheando con drogas. Sus clientes son, sobre todo, maricones (presentadores de televisión en su mayoría) y miembros de varias casas reales, autóctonas y foráneas. Un cuadro de virtudes morales. Eso sí. Está buenísimo. Tengo comprobado que la inteligencia es inversamente proporcional al número de líneas cóncavas en el perfil. O sea, que si te encuentras con mucha línea convexa seguro que estás ante un intelectual. Intelectual, sí, pero un truño.

Mi hermana: 16 años. Adolescente adicta a la licra, obsesionada con ponerse dos implantes mamarios como dos carretas, dos tetas tipo Hindenburg unidas a un cuerpo de espátula, a juego con su bagaje cultural. Si le preguntas por Gala, ella te habla (de oídas) de Antonio, no de Elena Dimitrieva Diakonova, esa perra. Eso sí, ella no engaña a nadie: va con la verdad por delante… y por detrás. Porque ella es muy polivalente. Quiere ser Miss y, a este paso –tiene el cielo del paladar más pulido que el empeine de San Pedro–, no me cabe la menor duda de que va a conseguirlo.

Yo: un aborto de la naturaleza sin el menor escrúpulo. Si algo se interpone entre mis ambiciones y tú, no tendré el menor escrúpulo en darte una puñalada trapera. Si no se interpone nada, también, porque yo soy así. Un hijo de perra.

Y Dovima, la tortuga (porque cuando era pequeño, a mi hermano le entró la perra de que quería tener perro, pero como mi madre odia a los animales –vivos, sobre todo–, le compraron la mascota que más se parecía a un mueble; resultó que, a pesar de que mi hermano hizo todo lo posible y lo imposible por arrancarle el caparazón para ver qué había dentro, Dovima demostró tener una voluntad de hierro y, sobre todo, una impenitente pasión –obsesión, más bien– por vivir; sólo a una tortuga se le ocurre desaprovechar una oportunidad de oro: morir a manos de un chulo, ¿hay algo mejor?).

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