Friday, September 03, 2004

Mi tía Zita

Mi tía Zita estuvo ayer en casa. Mi tía Zita está como un cencerro. Sus visitas son acontecimientos que vienen precedidos de rayos y truenos –mi padre, soltando exabruptos por la boca–, porque me temo que mi tía Zita, que es una de mis tías favoritas, no es precisamente bienvenida en nuestro hogar.

En realidad, se trata de una tía política que no tiene nada que ver, ni remotamente, con mi madre, pero como ella es supercívica, pues, claro, no le va a cerrar la puerta en las narices, que es lo que mi padre (muy ocupado últimamente en abusar de mí de una manera casi obsesiva; me va a dejar la campanilla en carne viva) desearía. Eso sí, la tía Zita se toma la revancha con creces. Llega, se sienta y ahí se las den todas. Puede pasarse horas perorando sobre lo divino y lo humano. Sobre todo, lo divino. Porque es que mi tía Zita hace predicciones bíblicas.

Desde que leyó la Biblia por primera vez –“la Vulgata, ¿sabes?; al final, las mejores cosas son las más sencillas”–, se le fue la cabeza. Y aún la está buscando. Basándose en la numeración de los salmos y de los versículos, ella te dice lo que te va a pasar el fin de semana o (a mi hermana) si lo que tiene que hacer es ponerse el top naranja o ir directamente con las tetas al aire. Ella, para curarse en salud, va prácticamente desnuda, “porque nunca se sabe cuándo se va a presentar una oportunidad…” Por eso va siempre sin bragas, supongo.

Mi tía Zita dice que dentro de catorce meses, dieciséis días y siete horas (más o menos, porque la numerología bíblica no le permite afinar tanto como para dar la hora exacta) será el Armagedón. Ella, por si acaso, ya se ha apuntado a unas clases de esperanto “porque, hijo mío, allí, en el Purgatorio, eso va a ser un guirigay, que si rusos, americanos, filipinos, suizos… Bueno, suizos pocos, porque los suizos, en contra de lo que piensa la gente, son todos unos cerdos, te lo digo yo que conocí a uno que… En fin, no diré más, que no es una historia para niños”. Mi tía Zita piensa que porque tengo cinco años aún tengo que ser virgen. Pobrecita.

En fin, el caso es que a las dos de la mañana, cuando mi madre se caía ya por las esquinas del sofá, mi padre ya no pudo aguantar más y, levantándose los pantalones hasta los sobacos (porque él es muy de los pantalones estilo imperio), dijo:

–Pues yo, Zita, me vas a perdonar pero me voy a la cama, porque es que yo soy un ave diurna, ¿sabes?

Y se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

Mi tía Zita, ajustándose la falda de rayón (le flipan los tejidos acrílicos), le sostuvo la mirada hasta que mi madre, un poco incómoda, le acercó una bandeja con espárragos blancos (a mí me encantan: nunca he podido resistirme a nada que tenga forma fálica).

–Pues yo, en cambio, soy nocturna. Un ave nocturna.

–Sí, un murciélago.

Mi tía Zita, gracias a Dios, es sorda de un oído (no siempre el mismo, depende del que le venga bien en ese momento) y no se enteró del comentario. Pero mi madre sí. Y fue cuando cogió la botella de orujo.

El resto… Bueno, el resto casi mejor me lo callo.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home