Tuesday, September 07, 2004

Azucena, un lirio de candor

Ha estallado la bomba en casa. Hiroshima y Nagasaki, todo en un uno. Mi hermano trabaja como boy, vamos, que hace strip-tease. O sea, que enseña el paquete. Por dinero, no como en casa. A mi madre le ha dado un bitango y hemos tenido que reanimarla con licor 43. A mi padre, se le han puesto los ojos como dos canicas al rojo vivo (yo creo que se ha entregado a todo tipo de fantasías sicalípticas).

Al parecer, Azucena, la hija de la vecina del quinto –una perturbada que sólo habla con su hija a través de un hilo cosido a un yogurt vacío porque tiene agorafobia y desde hace años no sale de su dormitorio (la mierda no le deja abrir la puerta; la comida se la pasan a través del tendedero)–, fue el fin de semana a una despedida de soltera. O eso dice ella. Para mí que fue directamente a ver si veía tíos en pelota, porque Azucena, la pobre, está muy necesitada de raboterapia.

En fin, el caso es que cuando llegó a la sala se encontró con un chulángano vestido (poco) del zorro, agitando el sable. Aunque mi hermano llevaba puesto un antifaz, ella le reconoció de inmediato porque mi hermano anda todo el día medio desnudo por casa y Azucena no pierde ripio; mi hermano no es muy de cortina, ni de bajar la persiana. Él es más de la escuela: lo que se van a comer los gusanos, que lo disfruten los cristianos (por un módico precio).

Bueno, pues por lo visto, el número de mi hermano acaba con él dejando a la más salida de la sala con la cara hecha un cromo, con algo así como una Z (un juego de palabras muy fino, desde luego) escrita con lo que podríamos llamar su jugo vital, su simiente. Una guarrada, vamos.

Resultó que la más salida –no podía ser de otro modo– fue nuestra vecina. No contenta con quedar como la más guarra delante de toda una sala llena de guarras, fue corriendo al camerino de los boys (no tienen un chamizo individual porque eso no es el Molino Rojo; por lo que me ha contado mi hermano, eso es más bien el circo Price) y le hizo chantaje: “O abusas de mi inocencia aquí mismo o lo cuento todo”.

Mi hermano, claro, se la tiró delante de todos, porque él no tiene sentido de la moral (ni del ridículo). Pero la muy perra se lo ha largado todo a mi madre, porque dice “hay ciertas cosas que una madre siempre tiene que saber”

–Desde luego, bonita –replicó mi madre–. Ya va siendo hora de que la tuya abra los ojos. Como platos.

Azucena, la pobre, no se podía imaginar lo que la indignación (y varias botellas de Marie Brizar) pueden provocar en la psique de una mujer de mediana edad. Ha subido las escaleras de cuatro en cuatro y, ni corta ni perezosa, ha arrancado la puerta del dormitorio de La Loca de cuajo. A la pobre mujer casi le ha dado un síncope. Sobre todo cuando se ha enterado de que cómo se gana la vida su hija. Azucena es estilista. En el Obispado. Por cierto, este año se llevarán las casullas neobizantinas, recamadas con perlas de río. Y olvidaos de las tiaras de más de 60 centímetros, están totalmente demodé.

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