Sin título
Si hay algo que no soporto es un mal pelo. Lo reconozco: tengo una obsesión capilar que entra de lleno en el terreno de la patología. Del psicokillerío más duro, pero hardcore, vamos. Y es que, como dice mi tía Zita (bueno, en realidad, no lo dice ella sino Karl Rosenkranz, allá por el año 1852; pero como mi tía Zita es analfabeta perdida, no domina mucho eso del background; ella oye una cita y se apropia del copyright pero a la voz de ya), “estamos inmersos en el mal y en el pecado, pero también en la fealdad. El infierno no es sólo ético o religioso, también es estético”.
Estoy de acuerdo: vivimos en el infierno, formamos parte de él y, encima, muchos colaboran con una pettinatura que merecería una ejecución al amanecer, sin necesidad de juicio (sumarísimo) previo.
La Retorno dice que mi intolerancia hace juego con la suya. Nos retroalimentamos de resentimiento y veneno, lo reconozco, pero es que uno –uno; huy, por Dios, esto empieza a parecer el salón de baile del Trapi(ello) ése– se pasea por ahí y se le cae el alma al papiloma del pie, junto con los globos oculares.
–Pues no vayas a un gimnasio, encanto. No sabes lo que hay ahí metido. Qué colección.
–Bueno, por lo menos son chulánganos.
–Mira, no te engañes. Por un lado tenemos a los chulánganos. Tienen tetas, sí, pero si miras un poco más abajo… la cosa está muy malita. Y sé de lo que hablo. No es un mito. Por otro, están los príncipes azules. Mucho cuidadito con los príncipes azules: destiñen.
–¿Entonces?
–Siempre nos quedarán los intelectuales…
–Jajajajaja. Ay, qué graciosa.
–No, lo digo en serio. Hay gente a la que le gusta comer mierda, ¿no lo sabías?
–No es mi caso, te lo garantizo.
–Pues ya me contarás…
–Hijo, qué cruz tienes con eso de haber sido tan precoz con el sexo.
–Y tan insaciable. Porque ahora no me basta con mi padre o con mi hermano (que acaba de descubrir la felación ocular, con y sin prótesis). Para nada. Estoy en plan súper comunión con el mundo. Pero con el mundo entero…
–Hijo mío, lo que vas a sufrir.
–¿En mis carnes?
–No, no. En tu cuenta corriente, tesoro.
–No me hables de eso. Es más, NO ME HABLES.
Y hemos seguido el resto de la tarde en silencio.
Estoy de acuerdo: vivimos en el infierno, formamos parte de él y, encima, muchos colaboran con una pettinatura que merecería una ejecución al amanecer, sin necesidad de juicio (sumarísimo) previo.
La Retorno dice que mi intolerancia hace juego con la suya. Nos retroalimentamos de resentimiento y veneno, lo reconozco, pero es que uno –uno; huy, por Dios, esto empieza a parecer el salón de baile del Trapi(ello) ése– se pasea por ahí y se le cae el alma al papiloma del pie, junto con los globos oculares.
–Pues no vayas a un gimnasio, encanto. No sabes lo que hay ahí metido. Qué colección.
–Bueno, por lo menos son chulánganos.
–Mira, no te engañes. Por un lado tenemos a los chulánganos. Tienen tetas, sí, pero si miras un poco más abajo… la cosa está muy malita. Y sé de lo que hablo. No es un mito. Por otro, están los príncipes azules. Mucho cuidadito con los príncipes azules: destiñen.
–¿Entonces?
–Siempre nos quedarán los intelectuales…
–Jajajajaja. Ay, qué graciosa.
–No, lo digo en serio. Hay gente a la que le gusta comer mierda, ¿no lo sabías?
–No es mi caso, te lo garantizo.
–Pues ya me contarás…
–Hijo, qué cruz tienes con eso de haber sido tan precoz con el sexo.
–Y tan insaciable. Porque ahora no me basta con mi padre o con mi hermano (que acaba de descubrir la felación ocular, con y sin prótesis). Para nada. Estoy en plan súper comunión con el mundo. Pero con el mundo entero…
–Hijo mío, lo que vas a sufrir.
–¿En mis carnes?
–No, no. En tu cuenta corriente, tesoro.
–No me hables de eso. Es más, NO ME HABLES.
Y hemos seguido el resto de la tarde en silencio.
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