Tuning extreme
Bueno, pues el novio de mi hermana ha resultado ser un pedazo de pan. Además, resulta que Gorka es muy hábil con las manos y lo mismo te cose un botón (o el dobladillo de la falda, porque mi hermana, aunque va de sex-symbol, es más bien de la escuela tapón-sexy, así que tiene que meterle a toda la ropa que se compra, como Marina Castaño, que mete, mete y remete), que te hace un pollo a la cazuela –su especialidad, según mi hermana, es la carne de caza; “Natural, hija mía”, replicó mi madre, que no está dispuesta a darle a este chico una oportunidad–, que te tunea el coche. Porque Gorka es súper, pero súper fan del tuning. Tuning extreme…
–…porque mi Gorka es un hombre de extremos, ¿verdad que sí, amor? Él no se conforma con ponerle un alerón al coche o una pegatina de esas con llamas. No, él no. Él, si personaliza un coche lo hace hasta las últimas consecuencias…
Mamá, que ante Gorka ha decidido adoptar la actitud de una matrona ancienne régime, ha levantado la vista de su labor de costura –aunque en realidad no sabe enhebrar una aguja–, y, enarcando una ceja, ha preguntado con un hilo de voz:
–¿Te refieres a un coche-bomba, querida?
Mi hermana, cegada de amor (y de otras sustancias que obtiene en el mercado negro), ha ignorado su comentario y continuado loando la virtudes de su Gorka:
–Bueno, y la decoración…
–¿De zulos? ¿Cuáles son las últimas tendencias? ¿Zaraza en los respiraderos?
Suspiro resignado de mi hermana.
–Y no sabes cómo es de coqueto. No es que sea metrosexual, Dios nos libre, pero sí se mira al espejo, ¿verdad, cariño-corazón-tesoro? Mi Gorka no se pone cualquier pasamontañas, ¿a que no, chiquitín?
Su Gorka, mientras tanto, parece una figura de cera escapada del servicio de un coche-cama. El pobre empieza a caerme bien.
Mamá, mientras tanto, sigue empeñada en indagar “si tu novio y sus amiguitos admiten peticiones, como en la radio”.
–Y vosotros, por un módico precio –la aguja se detiene en el aire por un momento, antes de regresar al bastidor–, al fin y al cabo somos casi de la familia, ¿no secuestraríais a una señora que está podrida de dinero y que, sin ningún género de duda, se merece todo lo que le pase… incluso Lo Peor?
Al final, a mi hermana no le ha quedado más remedio que saltar.
–¡Mamá, deja a la tía Zita en paz!
–…porque mi Gorka es un hombre de extremos, ¿verdad que sí, amor? Él no se conforma con ponerle un alerón al coche o una pegatina de esas con llamas. No, él no. Él, si personaliza un coche lo hace hasta las últimas consecuencias…
Mamá, que ante Gorka ha decidido adoptar la actitud de una matrona ancienne régime, ha levantado la vista de su labor de costura –aunque en realidad no sabe enhebrar una aguja–, y, enarcando una ceja, ha preguntado con un hilo de voz:
–¿Te refieres a un coche-bomba, querida?
Mi hermana, cegada de amor (y de otras sustancias que obtiene en el mercado negro), ha ignorado su comentario y continuado loando la virtudes de su Gorka:
–Bueno, y la decoración…
–¿De zulos? ¿Cuáles son las últimas tendencias? ¿Zaraza en los respiraderos?
Suspiro resignado de mi hermana.
–Y no sabes cómo es de coqueto. No es que sea metrosexual, Dios nos libre, pero sí se mira al espejo, ¿verdad, cariño-corazón-tesoro? Mi Gorka no se pone cualquier pasamontañas, ¿a que no, chiquitín?
Su Gorka, mientras tanto, parece una figura de cera escapada del servicio de un coche-cama. El pobre empieza a caerme bien.
Mamá, mientras tanto, sigue empeñada en indagar “si tu novio y sus amiguitos admiten peticiones, como en la radio”.
–Y vosotros, por un módico precio –la aguja se detiene en el aire por un momento, antes de regresar al bastidor–, al fin y al cabo somos casi de la familia, ¿no secuestraríais a una señora que está podrida de dinero y que, sin ningún género de duda, se merece todo lo que le pase… incluso Lo Peor?
Al final, a mi hermana no le ha quedado más remedio que saltar.
–¡Mamá, deja a la tía Zita en paz!
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