Wednesday, October 20, 2004

No al condicional. Sin condiciones

Es terrible. Cada día admiro más a Jeffrey Dahmer o Denis Nilsen. Deshacerse de un cadáver es casi tan difícil como deshacerse del acento murciano. Un horror. Por fin, la carne ha dejado de reproducirse en el congelador de mi madre.

Un estudio de la Universidad de Copacabana asegura que consumir carne humana produce demencia. En ese caso, supongo que mi familia debe llevar consumiéndola desde hace años. Generaciones y generaciones de antropófagos copulando entre sí, hasta dotar a la palabra endogamia de un nuevo y escalofriante sentido. Un sentido siniestro.

Como muestra, un botón: mi padre, hecho un zollo después de casi dos semanas de régimen hipercalórico (pero hiper-hiper; hiperísimo, vamos), le suplica a mi madre que no le racione los frutos secos (en una vida anterior, fue hoja de rúcola, seguro).

–Te rogaría que…

–A mí no me ruegues –ha replicado mi madre, con mucha acidez; su consumo de vasodilatadores se ha disparado y, desde hace tres días, tiene las varices como el bajorrelieve de un sarcófago mesopotámico (como tampoco es muy amiga de la cuchilla, el efecto hirsuto está logradísimo)–. Y menos en condicional, que es un tiempo verbal abominable.

Aunque a quién quiero engañar. Yo también odio el condicional. Yo haría, yo haría, yo haría… ¡Coño, pues hazlo!

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