De vuelta de tó
Mi hermano ha salido de peligro. En realidad, mi hermano ha salido. Y punto. Dejó los cuidados intensivos –la UCI esa– y ahora comparte habitación con un pobre travesti al que un grupo de neonazis le dejó la cara hecha una ruina.
–A mí, casi como que me da igual. De todas formas, antes de la paliza mi cara tampoco era como para tirar cohetes. En cambio, lo de tu hermano es una pena…
–No te creas. A nadie le viene mal una cura de humildad.
Las monjitas –putas todas– le tratan con una deferencia que, o yo estoy ya paranoico del todo o en realidad se tratada de una nauseabunda condescendencia/superiodad: Larre para arriba, Larre para abajo, Larre quieres esto o necesitas aquello… En fin, un horror.
La primera vez que escuche el nombre me quedé un poco estupefacto.
–¿Larry? –pregunté con cierto escepticismo. Larry suena a camionero de Kentucky, a ex marido de Liz Taylor, a propietario de un imperio pornográfico. Pero no a drag-queen. Bueno, drag-queen no: travestí, travestón. Travesti-putón. De esa escuela, vamos.
–De Larry nada, cariño. Larre –me explicó, muy didáctica, a través de una maraña de sondas, catéteres y botes de suero (la mitad izquierda de la cara es una pura magulladura)–, de La Retorno, porque estoy de vuelta de tó. A mí Chenoa me toca el coño.
Larre, o mejor, LaRe, es un tiarrón pintado como una puerta, con dos brazos como dos carretas y tetas de poliespán, pelucón tipo Turner (Tina, no Lana), medias de rajilla, taconazo de aguja y gemelos de jugador de rugby. Una mamarracha, vamos; pero una mamarracha con cierta dignidad.
La Retorno actúa en un bar de mala muerte y está soltera. Es una mujer –una vez superado el primer impacto te olvidas de que es un chulazo con voz aguardentosa-cazallera-carne-de-pólipo y manos de ebanista– con un corazón de oro y pendientes de bisutería. Aunque no es la única bisutería que lleva encima. La Retorno adora al becerro de oro en todas sus manifestaciones, de las más imaginativas a las más zafias. Lo de “charcutería fina” ella lo lleva a sus últimas consecuencias… y un poco más allá.
–Nene, tú tienes un futuro –me dijo en cuanto me puso el ojo encima (el derecho, claro; el izquierdo está sepultado tras las contusiones)–. Y un pasado. Te lo digo yo, que de esto sé mucho.
Y pasó a explicarme su vida.
La Retorno ha estado en la cárcel. Varias veces.
–Y en la legión, y en el seminario, y en las rebajas, y en la marina mercante, y en la obra –vamos, que he sido albañil; del Opus, no quiero saber nada: el género de punto no me favorece–; por estar, he estado hasta a las puertas del Más Allá. Pero no. Ni los neonancis han conseguido quitarme de en medio.
La Retorno es súper fiel a su filosofía: de vuelta de tó.
–A mí, casi como que me da igual. De todas formas, antes de la paliza mi cara tampoco era como para tirar cohetes. En cambio, lo de tu hermano es una pena…
–No te creas. A nadie le viene mal una cura de humildad.
Las monjitas –putas todas– le tratan con una deferencia que, o yo estoy ya paranoico del todo o en realidad se tratada de una nauseabunda condescendencia/superiodad: Larre para arriba, Larre para abajo, Larre quieres esto o necesitas aquello… En fin, un horror.
La primera vez que escuche el nombre me quedé un poco estupefacto.
–¿Larry? –pregunté con cierto escepticismo. Larry suena a camionero de Kentucky, a ex marido de Liz Taylor, a propietario de un imperio pornográfico. Pero no a drag-queen. Bueno, drag-queen no: travestí, travestón. Travesti-putón. De esa escuela, vamos.
–De Larry nada, cariño. Larre –me explicó, muy didáctica, a través de una maraña de sondas, catéteres y botes de suero (la mitad izquierda de la cara es una pura magulladura)–, de La Retorno, porque estoy de vuelta de tó. A mí Chenoa me toca el coño.
Larre, o mejor, LaRe, es un tiarrón pintado como una puerta, con dos brazos como dos carretas y tetas de poliespán, pelucón tipo Turner (Tina, no Lana), medias de rajilla, taconazo de aguja y gemelos de jugador de rugby. Una mamarracha, vamos; pero una mamarracha con cierta dignidad.
La Retorno actúa en un bar de mala muerte y está soltera. Es una mujer –una vez superado el primer impacto te olvidas de que es un chulazo con voz aguardentosa-cazallera-carne-de-pólipo y manos de ebanista– con un corazón de oro y pendientes de bisutería. Aunque no es la única bisutería que lleva encima. La Retorno adora al becerro de oro en todas sus manifestaciones, de las más imaginativas a las más zafias. Lo de “charcutería fina” ella lo lleva a sus últimas consecuencias… y un poco más allá.
–Nene, tú tienes un futuro –me dijo en cuanto me puso el ojo encima (el derecho, claro; el izquierdo está sepultado tras las contusiones)–. Y un pasado. Te lo digo yo, que de esto sé mucho.
Y pasó a explicarme su vida.
La Retorno ha estado en la cárcel. Varias veces.
–Y en la legión, y en el seminario, y en las rebajas, y en la marina mercante, y en la obra –vamos, que he sido albañil; del Opus, no quiero saber nada: el género de punto no me favorece–; por estar, he estado hasta a las puertas del Más Allá. Pero no. Ni los neonancis han conseguido quitarme de en medio.
La Retorno es súper fiel a su filosofía: de vuelta de tó.
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