Wednesday, September 22, 2004

Por los pelos (te conocerán)

Al final, mi madre me ha sacado a pasear, pintado como un bibelot malayo.

–Anima esa cara, hijo. Ni que fuese la primera vez que te pegan una paliza.

He preferido no indagar en este críptico dato sobre mi infancia que, afortunadamente, he olvidado.

Así, en silencio, hemos ido andando hasta el centro. Mi madre, con un traje de chaqueta que le presta –sí, presta, el verbo está elegido adrede y con bastante mala baba– cierta elegancia bastante ajada, se ha detenido ante una terraza, galvanizada de ira.

–Mira, hijo –ha dicho, levantando un brazo tieso como las canillas del Cristo de Medinaceli (que yo creo que el estilista de Bebe ha tomado como modelo).

Frente a nosotros, una escalofriante estampa: una camarera de mediana edad, y varices no precisamente medianas, estaba colocando los manteles de color fuego, a juego con su pelo, sobre las mesas. El tinte capilar y el textil tenían exactamente el mismo tono. Idéntico.

–A esto conduce la civilización –ha sentenciado mi madre con una expresión de lo más fúnebre, como si contemplase un campo de batalla infestado de cadáveres.

Yo, ni corto ni perezoso, he tomado nota de la dirección, dispuesto a que esa visión no se quede tan sólo en el terreno de la fantasía. Al fin y al cabo, tengo cinco años. La ley no puede hacerme nada. Soy un niño, ¿no? Pues eso.

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