Una muerte a lo Victorio & Luchino
Vamos a centrarnos. Un poquito de organización. Mi hermana le ha contado a mi madre, con pelos y señales, lo que pasó aquella tarde. Mi padre y yo, mientras tanto, hemos dejado entornada la puerta del baño. El incesto no tiene por qué ser un obstáculo para el cotilleo (nunca sabes dónde puede surgir un lucrativo chantaje).
–Vamos a ver, ¿cómo iba yo a imaginarme que la pobre señora era diabética, mamá?
–Pero, hija, si tú misma le ponías la insulina…
–Ah, ¿eso era insulina? Yo creía que era jaco. Como todos mis amigos son yonkis, pues claro, tengo la percepción de la realidad un tanto alterada.
–Ah, ¿pero tus amigos son drogadictos?
–Pues claro, mamá, ¿no has visto esas teces? ¿Esos dientes (o, mejor dicho, esas encías)? ¿Esos pelos? ¿No te has dado cuenta de que están esqueléticos?
–Hija mía, yo creía que eran fashion-victims. Como hoy las modelos parecen todas magdalenas penitentes, que sólo les falta la ceniza y un cráneo… Ah, no, pues eso sí que no. Desde mañana mismo cambias de amigos. No te he apuntado en los mejores colegios para que acabes con la hez de la sociedad.
–Pero mamá, si precisamente los conocí a todos en el colegio. Cuanto mejor es su familia, más drogadictos son.
–Mmmmm. Bueno, en ese caso… Pero tú no te meterás nada, ¿no?
–¿Yoooo? ¿Y arruinar mi carrera como actriz y modelo? Vamos, hasta ahí podíamos llegar.
–Bueno, pues entonces…
–Entonces nada, mamá. Yo, ya lo sabes tú, no soy muy inteligente. Bastante tengo con ser monísima y estar delgada y al tanto de lo que se lleva y lo que no se lleva como para cultivar mi intelecto. Yo, ya lo sabes tú, de leer, nada. Que lea el niño, que con esa cara que tiene falta le va a hacer tener conversación. Yo no, yo no lo necesito. Aunque, claro, si me ayudases con lo de las tetas…
–No sigas por ese camino, hija mía, que ya sabes que todo lo que hay en la cuenta es para la lipo. Ya me gustaría a mí, pero soy esclava de mis caderas, qué se le va a hacer.
–Ya, ya. Esclava, ya. En fin, yo te juro que no tenía ni idea de que la señora Asunción era diabética perdida. Así que, cuando me presenté en su casa con la caja de bombones, que había comprado para hacerte la pelota por lo del angelito chino…
–¡¿Qué pasa con el angelito chino?!
–Nada, nada, ¿qué va a pasar? Pues eso, cuando la señora Asunción me pidió un bombón, ¿cómo no se lo iba a dar? Ya sabes que yo, con lo mío, soy supergenerosa.
–Sí, hija, sí. Ya me he dado cuenta.
–Bueno, pues no puedes ni imaginarte. Empezó con uno y, cuando quise darme cuenta, se había comido toda la caja. Claro, yo no dije nada porque…
–¿Y cómo explicas tu huella en el último bombón, el que le encontraron incrustado en la garganta? No me negarás que tenía toda la pinta de que se lo habías metido en la boca prácticamente a la fuerza…
–¿Yoooo? ¿Yo meterle los dedos en la boca a esa arpía? Ni borracha (y mira que borracha soy capaz de hacer cosas verdaderamente extravagantes). Lo había cogido para probarlo, pero la muy puta me lo arrancó prácticamente de las manos y se lo metió en la boca.
–Ya. ¿Y lo del testamento? Admitirás que es mucha casualidad que dos días antes de morir de coma diabético, doña Asunción hiciese un testamento a favor tuyo… y con una firma completamente inédita, además.
–Chica, ¿y qué culpa tengo yo si la mujer quería rehacer su vida, empezando por su firma y por sus herederos? Te juro que no me lo esperaba. Vamos, me he quedado de piedra-pómez.
–Mira, hija mía, yo soy tu madre y todo lo que tú quieras, pero, francamente, encuentro que tu explicación es un poquito dudosa.
–¿Dudosa? ¿Me estás llamando asesina?
–Mujer, encuentro algunos flecos que…
–¿Flecos? ¿Qué flecos? ¿Y qué culpa tengo yo si me gustan Victorio & Luchino?
–Ah, de eso toda. Pero toda la culpa. Aquí no te hemos educado para que vayas por ahí hecha una mamarracha.
Y es que mamá, en cuestiones de ética, es súper flexible; pero con la moda, no deja pasar ni una.
–Vamos a ver, ¿cómo iba yo a imaginarme que la pobre señora era diabética, mamá?
–Pero, hija, si tú misma le ponías la insulina…
–Ah, ¿eso era insulina? Yo creía que era jaco. Como todos mis amigos son yonkis, pues claro, tengo la percepción de la realidad un tanto alterada.
–Ah, ¿pero tus amigos son drogadictos?
–Pues claro, mamá, ¿no has visto esas teces? ¿Esos dientes (o, mejor dicho, esas encías)? ¿Esos pelos? ¿No te has dado cuenta de que están esqueléticos?
–Hija mía, yo creía que eran fashion-victims. Como hoy las modelos parecen todas magdalenas penitentes, que sólo les falta la ceniza y un cráneo… Ah, no, pues eso sí que no. Desde mañana mismo cambias de amigos. No te he apuntado en los mejores colegios para que acabes con la hez de la sociedad.
–Pero mamá, si precisamente los conocí a todos en el colegio. Cuanto mejor es su familia, más drogadictos son.
–Mmmmm. Bueno, en ese caso… Pero tú no te meterás nada, ¿no?
–¿Yoooo? ¿Y arruinar mi carrera como actriz y modelo? Vamos, hasta ahí podíamos llegar.
–Bueno, pues entonces…
–Entonces nada, mamá. Yo, ya lo sabes tú, no soy muy inteligente. Bastante tengo con ser monísima y estar delgada y al tanto de lo que se lleva y lo que no se lleva como para cultivar mi intelecto. Yo, ya lo sabes tú, de leer, nada. Que lea el niño, que con esa cara que tiene falta le va a hacer tener conversación. Yo no, yo no lo necesito. Aunque, claro, si me ayudases con lo de las tetas…
–No sigas por ese camino, hija mía, que ya sabes que todo lo que hay en la cuenta es para la lipo. Ya me gustaría a mí, pero soy esclava de mis caderas, qué se le va a hacer.
–Ya, ya. Esclava, ya. En fin, yo te juro que no tenía ni idea de que la señora Asunción era diabética perdida. Así que, cuando me presenté en su casa con la caja de bombones, que había comprado para hacerte la pelota por lo del angelito chino…
–¡¿Qué pasa con el angelito chino?!
–Nada, nada, ¿qué va a pasar? Pues eso, cuando la señora Asunción me pidió un bombón, ¿cómo no se lo iba a dar? Ya sabes que yo, con lo mío, soy supergenerosa.
–Sí, hija, sí. Ya me he dado cuenta.
–Bueno, pues no puedes ni imaginarte. Empezó con uno y, cuando quise darme cuenta, se había comido toda la caja. Claro, yo no dije nada porque…
–¿Y cómo explicas tu huella en el último bombón, el que le encontraron incrustado en la garganta? No me negarás que tenía toda la pinta de que se lo habías metido en la boca prácticamente a la fuerza…
–¿Yoooo? ¿Yo meterle los dedos en la boca a esa arpía? Ni borracha (y mira que borracha soy capaz de hacer cosas verdaderamente extravagantes). Lo había cogido para probarlo, pero la muy puta me lo arrancó prácticamente de las manos y se lo metió en la boca.
–Ya. ¿Y lo del testamento? Admitirás que es mucha casualidad que dos días antes de morir de coma diabético, doña Asunción hiciese un testamento a favor tuyo… y con una firma completamente inédita, además.
–Chica, ¿y qué culpa tengo yo si la mujer quería rehacer su vida, empezando por su firma y por sus herederos? Te juro que no me lo esperaba. Vamos, me he quedado de piedra-pómez.
–Mira, hija mía, yo soy tu madre y todo lo que tú quieras, pero, francamente, encuentro que tu explicación es un poquito dudosa.
–¿Dudosa? ¿Me estás llamando asesina?
–Mujer, encuentro algunos flecos que…
–¿Flecos? ¿Qué flecos? ¿Y qué culpa tengo yo si me gustan Victorio & Luchino?
–Ah, de eso toda. Pero toda la culpa. Aquí no te hemos educado para que vayas por ahí hecha una mamarracha.
Y es que mamá, en cuestiones de ética, es súper flexible; pero con la moda, no deja pasar ni una.
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