¿Familia o piromanía?
Mi hermana consiguió salir de la comisaría, pero mi tío Queco dice que sí, que hay cargos y que esta vez es muy difícil que la pobre se libre de la cárcel (lo que supongo que no debe ser lo mejor para alguien que aspira a ser una Miss, ya sea Miss Cigarrera o Miss Erable).
Mi hermana, sin embargo, está súper tranquila, porque ella confía ciegamente en su futuro. “Está escrito en las estrellas”, dice. Sí, sí, guapa: polvo de estrellas, pero en tu caso más polvo que estrellas, bonita. ¿Escrito en las estrellas? Escroto y punto.
Mi madre, mientras tanto, ha decidido callar la boca a las vecinas con otra noticia-bomba (mi casa cada día se parece más a un taller pirotécnico): el cambio de sexo de su hermano, mi tío Vicente, que emigró a Alemania en los 60 y ahora, 45 años después, ha vuelto llamándose Helga. Para mear y no echar gota.
–La verdad, a mí ya no me sorprende nada.
Mi madre, la pobre, está a estas alturas más curtida que una cartera repujada de estilo cordobés.
–¿Y eso? –Antonia, la portera, es una de esas mujeres que siempre está sedienta de novedades. Mi madre, en cambio, es una de esas mujeres que siempre está sedienta, y basta.
Al parecer, según ha explicado mi madre con mucho lujo de detalles, mi tío Vicente se emperró de pequeño en que forraran su habitación de zaraza “de arriba abajo, de arriba abajo, de arriba abajo”.
–Ya entonces mi madre (tu abuela, niño, que en paz descanse) debió de olerse algo porque dijo que si el crío sustituía las zetas por eses a ella no le hubiese extrañado lo más mínimo.
–Desde luego. Usted que lo diga, señora –ha sentenciado la portera, mirándome a mí con una expresión torva-torvísima, como una urraca con hemorroides. Para mí que se huele algo…
Mi hermana, sin embargo, está súper tranquila, porque ella confía ciegamente en su futuro. “Está escrito en las estrellas”, dice. Sí, sí, guapa: polvo de estrellas, pero en tu caso más polvo que estrellas, bonita. ¿Escrito en las estrellas? Escroto y punto.
Mi madre, mientras tanto, ha decidido callar la boca a las vecinas con otra noticia-bomba (mi casa cada día se parece más a un taller pirotécnico): el cambio de sexo de su hermano, mi tío Vicente, que emigró a Alemania en los 60 y ahora, 45 años después, ha vuelto llamándose Helga. Para mear y no echar gota.
–La verdad, a mí ya no me sorprende nada.
Mi madre, la pobre, está a estas alturas más curtida que una cartera repujada de estilo cordobés.
–¿Y eso? –Antonia, la portera, es una de esas mujeres que siempre está sedienta de novedades. Mi madre, en cambio, es una de esas mujeres que siempre está sedienta, y basta.
Al parecer, según ha explicado mi madre con mucho lujo de detalles, mi tío Vicente se emperró de pequeño en que forraran su habitación de zaraza “de arriba abajo, de arriba abajo, de arriba abajo”.
–Ya entonces mi madre (tu abuela, niño, que en paz descanse) debió de olerse algo porque dijo que si el crío sustituía las zetas por eses a ella no le hubiese extrañado lo más mínimo.
–Desde luego. Usted que lo diga, señora –ha sentenciado la portera, mirándome a mí con una expresión torva-torvísima, como una urraca con hemorroides. Para mí que se huele algo…
1 Comments:
Mi hermana lo paga todo en carne (poca; pero con la poca que tiene es supergenerosa). Respecto a mí… Seguro que podemos llegar a un acuerdo.
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