Monday, September 20, 2004

Perdiendo fe en la familia (si es que alguna vez la tuve)

Bueno, una cosa es una cosa. Y otra, otra. Quiero decir: no me importa que mi padre abuse de mí; es más, me halaga. Pero de ahí a aguantar con un estoicismo, que estoy muy lejos de tolerar, una paliza en toda regla media un abismo. Un abismo tan negro, de hecho, como mi ojo izquierdo.

–Hijo mío, ¿otra vez te han vuelto a pegar en la calle? –exclamó mi madre, llevándose las manos al pecho (a un broche de lapislázuli que heredó de su tía Marggie, la cubana)–. Si no movieses tanto las caderas…

–Perdona, ¿insinúas que tengo mucha pluma? Muchas gracias, mamá. ¿Otro orujito?

–Nada más lejos de mi intención que traumatizarte. Pero, la verdad, tampoco gano nada escondiendo la cabeza debajo del ala. Eres maricón. Y punto.

–Mamá, por favor…

–¡¿Qué?! Si lo prefieres puedo llamarte gay, pero a mí me parece tan ridículo…

–Muchas gracias por tu apoyo, guapa. No, no me han pegado en la calle. Hoy por hoy, si quieres que te peguen (en la calle o fuera de ella), tienes que pagar. No. Ha sido aquí, en casa.

–Qué me dices. ¿Se me ha ido la mano con el anís?

–Y con el chinchón, y con el vinazo, y con el calissay… Pero no, no has sido tú. Ha sido papá.

–¿Tu padre? Pues no me lo explico. A mí no me pone una mano encima desde hace años, y en cambio a ti casi te salta los dientes. Qué quieres que te diga: me parece un poco injusto, hijo mío.

–Mamá, por favor.

–¡No me interrumpas! En muchas parejas, que lo sepas, la violencia de género es una forma de comunicación.

–O sea, me vas a decir ahora que una hostia es una manera de decir te quiero.

–Para nada. Una hostia es una forma de decir no te soporto, pero eso al menos es algo. ¿Sabes que hay parejas que llevan años sin nada que decirse?

–Mira, mamá, paso de ti.

–Haz lo que quieras. Pero, por lo que más quieras, no se te ocurra ir diciendo por ahí que eso te lo ha hecho tu padre. A bastante tensión está ya el pobre sometido, como para encima tener que aguantar que toda la escalera se le eche encima. Si quieres ganar popularidad, ésa no me parece que sea la vía más correcta.

–Pero… ¿Y yo? –he acertado a decir, al borde del estado pétreo.

Mi madre ha cerrado los ojos, ha arrugado la boca (más) y, llevándose las manos al broche, se lo ha arrancado y me lo ha clavado en la teta con bastante mala fe.

–Ten. Y no te quejes –ha añadido tras una pausa dramática–, que tiene un buen empeño.

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