Wednesday, November 10, 2004

Por una nueva Inquisición

La Retorno está como gata sobre un tejado de zinc caliente. Muy, muy caliente. Al rojo vivo. Galvanizadita Martínez-Bordiú, vamos. Se sube por la paredes (con razón), se lima las uñas en los desconchones de escayola del techo (es lo que tiene la Sanidad pública), se pone de los nervios.

–Esto es para mear y no echar gota. Vamos, que se me cierran los esfínteres. Porque es lo que yo digo: me dan el alta y en mi primera salida no se me ocurre nada mejor que verle el culo a José María Pou. Qué horror. Qué drama. Qué fatiga, hijo mío.

La Retorno tuvo la infeliz idea “de ir a ver la versión de El rey Lear, de Calixto Bieito. Se supone que es de Shakespeare, pero no: es de Calixto Bieito. Ay, ay, ay, Calixto”.

Transcribo a continuación un simpático monólogo de La Retorno:

–Se supone que Lear se vuelve loca cuando las putas de sus hijas le hacen la vida imposible, o sea, más o menos por la mitad. Pues no: desde la primera escena el Pou-Pou, bigger than life, está más loco que una cabra; de hecho, tiene un look a lo cabra tibetana de lo más logrado; claro, es que Calixto hila finísimo a la hora de la metáfora visual, hijo-de-la-gran-puta. Bueno, se pone a partir un bizcocho (borracho, no me cabe la menor duda) y se lo restriega por la cara a sus hijas porque él es así, súper espontáneo. Aunque no sé que le pasa con la pequeña, que como se ha escapado de una función dominical de la parroquia (evangelista), pasa total del padre y de todo; la pobre, además, lleva unas botas que justificarían un juicio sumarísimo al diseñador de vestuario, que es muy furry: ya sabes, vuelve la furry… Pero a lo bestia. Luego, sin que venga a cuento, se pone a llover. Y llueve, y llueve, y llueve… Y entonces la Pou-Pou se vuelve loca y se queda en bolas. Se supone que es muy dramático. (Pausa) Y lo es, cariño. Súper dramatico. Esas carnes tolendas… Ay, es que no puedo. Desde entonces tengo pesadillas, te lo juro. Un drama. Además hay un diyéi/chulángano a quien podrías abofetear desde el primer al último minuto –y te garantizo que cada minuto de esa función dura como si fuese una hora (o varias)–, que, en medio de esa escena, se queda también en bolas, pero allí, en lontananza. Enseñando cacha, pero como fino, ¿sabes? Y tan fino… Se ve que no tendrá el rabo como para enseñarlo (ya sabes, de la escuela boli-bic) o será el novio de alguien –yo me inclino más por esto último–, porque hay otro actor que también se queda como Dios, o algún becario adicto a la artesanía y el poppers, lo trajo al mundo. ¿Por qué? Pues yo qué sé. Por lo que se ve a Calixto le pone la carne en barra, si no, es que no me lo explico. Poyas, poyas, poyas y carnes tolendas. Y todos, además, gordísimos. Pero gordísimos. No sabes. Dantesco. Pero literal. Algún alma caritativa debería cincelar en ese dintel: “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza”. No sabes lo que fue eso. No sabes… Alguien debería hacer algo con los directores de escena creativos. Yo fui a ver El rey Lear y me encuentro con una mezcla del león marica de El mago de Oz y Roddy. Sólo faltaba Mari Carmen, vamos. Aunque, claro, cerca había muchas tabernas, así que es francamente improbable que Mari Carmen llegase al teatro. Hay que acabar de una vez por todas con la cultura, coño. Sobre todo con la cultura contemporánea.

–¿Y se te ocurre algo?

–Pues no sé. Un campo de exterminio. Una nueva cámara de gas. ¡ALGO! Es que, por mucho menos, en la Rusia zarista te arrancaban la piel a tiras para que Catalina la Grande se hiciese un monedero con ella. Por Dios, qué vuelva Ivan El Terrible. O Savonarola. O alguien.

–O sea, que Calixto Bieito…

–¡A la hoguera con él!

Y yo me pregunto: ¿tendrá Calixto Bieito pezones? Y: ¿los echará mucho de menos si alguien, una estetitienne con cataratas pongamos por caso, se los arranca con un cortaúñas?

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