Wednesday, October 27, 2004

Todas las familias felices son iguales, pero –lo siento, Fedor– las desgraciadas también

Una demanda. Mi tía Zita no se anda con chiquitas. Nada más salir del hospital, fue directa al despacho de sus abogados –mi tía Zita es súper adicta al plural: no tiene abogado, sino abogados; ¿servicio?, ¡criados!; ¿perlas?, ¡cascadas de perlas!; ¿mobiliario?, ¡antigüedades, querido!– y le ha metido un puro a mamá que… En fin, no seré yo quien haga un juego de palabras chabacano cuando hay toda una industria que ya lo hace a la perfección.

Cuando mi madre recibió esta mañana la carta de manos de uno de los pasantes del despacho de abogados de mi tía Zita, le dio un bitango. Literalmente. Se quedó de una pieza, como si le hubiese dado un aire. Una ráfaga de hidrógeno líquido, más o menos. Hasta las canas se le han puesto como escarpias.

–Esa mujer está demenciada. ¡¿Pero qué se ha creído?!

Yo, en mi ingenuidad, me he refugiado en el baño y, tras robarle unos tranquilizantes e inhalar rápidamente algunos productos de limpieza –siempre he sido incapaz de resistirme a una etiqueta de Producto Tóxico: ¡No inhalar!–, he salido con otro talante. Es más, he salido con las pestañas rizadas.

–¿Cuáles son, concretamente, los rumores que circulan sobre la tía Zita? –he preguntado, como quien no quiere la cosa, con ese aire como de olímpica displicencia que da el amoníaco mezclado con limpiaWC.

Mamá ha replegado párpados hasta el límite de sus patas de gallo y, girándose como Nosferatu, el vampiro (cinco años, bien invertidos, dan para mucho) ha dicho con voz a juego con su attitude:

–Nació con pito, como Anne Igartiburu. Lo sé de buena tinta –y, tras una pausa de lo más dramática, ha añadido en un susurro sibilante–: me lo ha dicho su depiladora.

–¿La tía Zita y Anne Igartiburu van al mismo Salón de Belleza?

Mamá ha unido las manos en actitud reflexiva (muy donante medieval).

–El mundo es un pañuelo –ha sentenciado.

–Pues más te vale ir buscando buen hilo de Holanda para el tuyo, porque la tía Zita parece dispuesta a dejarte sin un mal tissue que echarte a las fosas nasales.

–Qué atrocidad. No me va a quedar más remedio que recurrir a la artillería pesada.

–¿Y eso…?

Súper misteriosa, mamá ha salido de la habitación deslizándose sobre el parquet como el mismísimo Max Schreck, dejando a su paso un rastro sulfuroso.

–Secretos de familia, hijo mío. Todas las familias tienen sus miserias, pero la nuestra se lleva la palma.

No me cabe la menor duda.

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