Tuesday, December 07, 2004

Violencia familiar nada soterrada

Mi tía Zita ha sido la culpable. Al final –no podía ser de otra manera– mamá ha saltado. Literalmente. Mi tía se presentó el otro día en el hospital, justo cuando le daban el alta a mi hermano y un parche ad hoc con la decoración de la chambre (compartida) de un hospital público, amenazando con dejarle “en cueros”.

Me temo que mi tía Zita también es muy fan de la literalidad y del dicho “La letra con sangre entra”, porque en ese momento sacó unas disciplinas de cuero negro que para sí las quisiera Jean-Paul Gaultier para su próxima colección de Hermès y se puso a azotar a mi hermano y, de paso, a todo aquel que se interponía en su camino (léase mamá, papá, mi hermana y una enfermera que, acaso influida por la violencia nada soterrada que impera en mi familia, dio rienda suelta a una catarata de insultos en un lenguaje patibulario que no se atrevería a emplear ni un carretero con el síndrome de Tourette).

En fin, el caso es que hubo un momento, cuando mi hermano se ponía el parche –no el de la SS (Seguridad Social, no la Schut Staffel), sino el de Burberry’s fake–, en que mamá perdió los estribos y algunas inhibiciones y, ni corta ni perezosa, tras tomar impulso le arreó un soberano guantazo a mi tía Zita, con tan mala fortuna que la pobre se golpeó la nuca contra el cabecero niquelado en blanco de la cama. ¡Clonc!

La enfermera, ni corta ni perezosa, es más, más bien grande, industriosa y un pelín tahonera, la cogió rápidamente por los talones y la llevó a las escaleras, dejándola allí, a los pies del último tramo, como un bibelot sobre una almohada (de terrazo).

–Aquí no ha pasado nada. Con semejante cardado, es imposible que esta mujer se haya desnucado –dijo, cuando entró en la habitación, guiñando uno de sus hipermétropes ojos expertos–; a lo más que llega, es a una conmoción cerebral. Se lo digo yo, señora.

Dicho y hecho. Al cabo de cinco minutos, vimos cómo un celador (con los brazos tatuados, lo que en un marco sanitario hace muy mal efecto; celadores del mundo, haced caso de este axioma: lo que en un cuarto en penumbra queda muy bien, rara vez, salvo excepciones, es extrapolable a un pasillo pintado de verde), la llevaba en camilla rumbo a traumatología.

–¿Qué le ha pasado a esta pobre señora? –inquirió una mujer(zuela), con tanta curiosidad como tiempo libre.

–Se ha caído por las escaleras y sufre un shock.

–¿Y eso?

–Dice que es Bárbara de Braganza.

–Pues puede ser, no se crea. Una tía mía se creía Lilián de Celis y, después de muerta, descubrimos que era Lilián de Celis.

–Me parece muy bien. Pero es que Bárbara de Braganza lleva más de tres siglos muerta, señora.

–Y esta mujer también, a juzgar por el estado de su cutis. ¿Se ha fijado usted en esas bolsas? ¿Y ese pelo? ¿Ese cardado?

Lo cierto es que la intervención de la señora ha sido una bendición, ya que mientras tanto mi madre, mi padre, mis hermanos y yo hemos podido abandonar la habitación sin despertar sospechas, custodiados por la enfermera, que nos ha dicho que no nos preocupemos. Que lo de Bárbara de Braganza es de lo más común en las señoras de mediana edad.

Si mi tía Zita oye cómo la llaman “señora de mediana edad”, seguro que vuelve a sacar las disciplinas con fuerzas renovadas.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home