En Praga (II)
Soy de ese tipo de niños que pueden compartir fluidos con su padre, incluso con un desconocido, pero no cuatro paredes y un techo sobre su cabeza. Hay cosas que se comparten y otras que no. Las enfermedades venéreas, por ejemplo. Soy tolerante con ese ítem, pero una habitación de hotel… Ah, no. En ese punto soy inflexible. Sí, lo reconozco, no me duelen prendas: soy de ese tipo de niños que necesitan su espacio. Soy de ese tipo de niños que, cuando van a Praga, no están dispuestos a compartir habitación con una tía demente. Soy de ese tipo de niños que exigen una suite. Y no cualquier suite…
–¿No quieres que el Niño Jesús de Praga me lo cuente todo? Pues acuquina, guapa –le escupí a mi tía Zita–. No pensarás que el hijo de Dios va a poner las cartas sobre la mesa en una habitación doble. Te aseguro que yo no lo haría…
–Ahí tengo que darte la razón –admitió mi tía–. Si tienes que abrir tu corazón…
–…o lo que sea –apostillé.
–…ante un desconocido, qué menos que en un buen hotel.
–En la suite de un buen hotel, si no te importa.
Dicho y hecho. Mi tía se fue a un chiribitil en las afueras de Praga, porque mi tía es muy de la cofradía del puño (“hay que ahorrar, hay que ahorrar, hay que ahorrar”, aunque rara vez especifica para qué: ¿modelos, manicura francesa, inyecciones de botox?; no tengo ni la menor idea), mientras me dejaba a mí estupendamente equipado en un hotelazo del centro, justo en la plaza de San Wenceslao (asesinado por su hermano, Boleslao, para quedarse con el trono de Bohemia; no seré yo quien se lo reproche). Tampoco seré yo quien denuncie aquí a la marica furiosamente neo-versallesca encargada de decorarlo. Sólo diré una cosa: Luis XVI no es el único hombre con peluca al que, si estuviese en mi mano, cortaría la cabeza de cuajo.
Localizar al Niño Jesús de Praga no fue difícil. Todo el mundo piensa que está en una iglesia, bastante deleznable, debajo del barrio de Malá Strana. Mentira. Lo que piensa todo el mundo casi siempre es una solemne majadería y este caso en concreto no es una excepción. El Niño Jesús de Praga, tal y como me contó el conserje del hotel –todo el mundo sabe que los conserjes de hotel son las personas mejor informadas del mundo–, hace tiempo que abandonó los altares. No está en la dichosa iglesia, ni mucho menos…
–…está aquí al lado, en la calle Martisnka. Es una cosa. ¡No te imaginas! Se pasa el día entero metido en la sauna, chupando pollas a diestro y siniestro. No hay manera de sacarlo de allí ni con un escoplo. Ese niño tiene un vicio…
–¡Coño! Si al final resultará que mi tía tenía razón.
Dicho y hecho. Salí del hotel, torcí a la izquierda y luego de nuevo a la izquierda y allí, detrás de una iglesia pequeñita-pequeñita, también bastante deleznable, estaba la Babilonia reencarnada. O sea, la Babylonia. Claro. Natural. ¿Dónde va a estar mejor el Niño Jesús de Praga, con lo que está cayendo en la calle, que en una sauna llamada Baby?, pensé (con muy buen criterio).
Dejé la nieve atrás y penetré en aquellas catacumbas, donde el vicio podía mascarse en el ambiente. Y no es una figura literaria.
–Oye, tú… Sí, tú, el que está chupándola como un maníaco, ¿eres el Niño Jesús de Praga?
Pues no. Resultó que no era el Niño Jesús de Praga, sino un tal Vlastimil (con una cara, una pena; para mí que le faltaba un cromosoma. O varios). En fin, el caso es que el tal Vlastimil podía llevarme hasta el Niño, pero antes tuve prácticamente que… En fin, sólo os diré que los gemidos en checo son exactamente igual de escandalosos que los gemidos en lengua romance.
Finalmente, después de un intercambio de pareceres (y sospecho que de herpes), Vlastimil me condujo hasta el mismísimo Baby Jesus, más conocido como Baby Lon.
Tengo que decir que en cuanto le eché el ojo al niño en cuestión, me di cuenta de que el conserje no me había mentido en lo más mínimo. A su lado, mi técnica era como una chocolatada parroquial comparada con un banquete de Heliogábalo. Qué energía, qué virtuosismo, qué… Qué vicio, Dios mío. Muchas de las depravaciones orgiásticas a las que estaba entregado el Niño Jesús de Praga están penadas por la ley (y hablo de países desarrollados donde la prostitución no es ilegal, precisamente).
–Oye, tú, ven acá…
Bueno, pues no había acabado la frase cuando me encontré con la boca ocupada. Jesús, con el Niño…
Y que era incansable. Claro, siendo el hijo de Dios ya se puede. En fin, el caso es que hasta el Verbo tiene que recuperar el aliento de vez en cuando. Y fue entonces cuando aproveché para explicarle todas mis cuitas.
–Vamos a la suite de tu hotel y lo hablamos –me dijo, en perfecto castellano. Y es que Dios no sólo tiene don de lenguas, además las habla.
En fin, el caso es que fuimos al hotel, caminando bajo los copos de nieve…
–¿No quieres que el Niño Jesús de Praga me lo cuente todo? Pues acuquina, guapa –le escupí a mi tía Zita–. No pensarás que el hijo de Dios va a poner las cartas sobre la mesa en una habitación doble. Te aseguro que yo no lo haría…
–Ahí tengo que darte la razón –admitió mi tía–. Si tienes que abrir tu corazón…
–…o lo que sea –apostillé.
–…ante un desconocido, qué menos que en un buen hotel.
–En la suite de un buen hotel, si no te importa.
Dicho y hecho. Mi tía se fue a un chiribitil en las afueras de Praga, porque mi tía es muy de la cofradía del puño (“hay que ahorrar, hay que ahorrar, hay que ahorrar”, aunque rara vez especifica para qué: ¿modelos, manicura francesa, inyecciones de botox?; no tengo ni la menor idea), mientras me dejaba a mí estupendamente equipado en un hotelazo del centro, justo en la plaza de San Wenceslao (asesinado por su hermano, Boleslao, para quedarse con el trono de Bohemia; no seré yo quien se lo reproche). Tampoco seré yo quien denuncie aquí a la marica furiosamente neo-versallesca encargada de decorarlo. Sólo diré una cosa: Luis XVI no es el único hombre con peluca al que, si estuviese en mi mano, cortaría la cabeza de cuajo.
Localizar al Niño Jesús de Praga no fue difícil. Todo el mundo piensa que está en una iglesia, bastante deleznable, debajo del barrio de Malá Strana. Mentira. Lo que piensa todo el mundo casi siempre es una solemne majadería y este caso en concreto no es una excepción. El Niño Jesús de Praga, tal y como me contó el conserje del hotel –todo el mundo sabe que los conserjes de hotel son las personas mejor informadas del mundo–, hace tiempo que abandonó los altares. No está en la dichosa iglesia, ni mucho menos…
–…está aquí al lado, en la calle Martisnka. Es una cosa. ¡No te imaginas! Se pasa el día entero metido en la sauna, chupando pollas a diestro y siniestro. No hay manera de sacarlo de allí ni con un escoplo. Ese niño tiene un vicio…
–¡Coño! Si al final resultará que mi tía tenía razón.
Dicho y hecho. Salí del hotel, torcí a la izquierda y luego de nuevo a la izquierda y allí, detrás de una iglesia pequeñita-pequeñita, también bastante deleznable, estaba la Babilonia reencarnada. O sea, la Babylonia. Claro. Natural. ¿Dónde va a estar mejor el Niño Jesús de Praga, con lo que está cayendo en la calle, que en una sauna llamada Baby?, pensé (con muy buen criterio).
Dejé la nieve atrás y penetré en aquellas catacumbas, donde el vicio podía mascarse en el ambiente. Y no es una figura literaria.
–Oye, tú… Sí, tú, el que está chupándola como un maníaco, ¿eres el Niño Jesús de Praga?
Pues no. Resultó que no era el Niño Jesús de Praga, sino un tal Vlastimil (con una cara, una pena; para mí que le faltaba un cromosoma. O varios). En fin, el caso es que el tal Vlastimil podía llevarme hasta el Niño, pero antes tuve prácticamente que… En fin, sólo os diré que los gemidos en checo son exactamente igual de escandalosos que los gemidos en lengua romance.
Finalmente, después de un intercambio de pareceres (y sospecho que de herpes), Vlastimil me condujo hasta el mismísimo Baby Jesus, más conocido como Baby Lon.
Tengo que decir que en cuanto le eché el ojo al niño en cuestión, me di cuenta de que el conserje no me había mentido en lo más mínimo. A su lado, mi técnica era como una chocolatada parroquial comparada con un banquete de Heliogábalo. Qué energía, qué virtuosismo, qué… Qué vicio, Dios mío. Muchas de las depravaciones orgiásticas a las que estaba entregado el Niño Jesús de Praga están penadas por la ley (y hablo de países desarrollados donde la prostitución no es ilegal, precisamente).
–Oye, tú, ven acá…
Bueno, pues no había acabado la frase cuando me encontré con la boca ocupada. Jesús, con el Niño…
Y que era incansable. Claro, siendo el hijo de Dios ya se puede. En fin, el caso es que hasta el Verbo tiene que recuperar el aliento de vez en cuando. Y fue entonces cuando aproveché para explicarle todas mis cuitas.
–Vamos a la suite de tu hotel y lo hablamos –me dijo, en perfecto castellano. Y es que Dios no sólo tiene don de lenguas, además las habla.
En fin, el caso es que fuimos al hotel, caminando bajo los copos de nieve…
1 Comments:
Vaya! Con lo que se lleva ahora en la alta jerarquía místico-cristiana ya me tendré que volver una beata.
El ateísmo y la agnostia nunca estuvo tan demodé.
PD: Ahora entiendo porqué Juan Pablo II no se resigna a morir: nada le garantiza resucistar al tercer día y encontrar que no ha quedado nada del banquete. ¡Será zorra!
Post a Comment
<< Home