La escuela jungiana me da un meneo
Ya es oficial: mi padre es un eunuco. Del todo, además. Le han tenido que extirpar la polla, necrosadita Martínez-Bordiú, y el escroto (aunque el escroto –qué quieres que te diga– yo creo que lo tenía necrosado desde hace años, porque chupar aquellos huevos era como lamer un cartapacio), así que mi madre ha corrido a una mercería, para que le reconstruyan el saco escrotal con un hule, “de lo más práctico”, que imita el estampado de la zaraza clásica (mi madre ha sido siempre súper fan de la zaraza; una vez se rompió el brazo y encargó a la costurera y nanny familiar una funda de zaraza para la escayola con estampado de hortensias, acianos y lirios; si lo ve Miss Marple le da una embolia, porque “todo el mundo sabe que no florecen en la misma época”, pero Miss Marple es lo que tiene: mucha boquilla y una halitosis que tira de espaldas).
En fin, el caso es que cuando mamá se ha presentado ante el cirujano con el hule envuelto en papel de seda y lo ha desplegado ante los horrorizados ojos de mi padre –que puede estar de vuelta de todo, pero no de una lunática que quiere que le reconstruyan los huevos con un mantel embreado–, un par de enfermeras, con toda la pinta de hacer la tijera en sus tiempos muertos, la han cogido por los sobacos y la han llevado a una sala de espera, hasta que ha llegado un psiquiatra y se ha hecho cargo de ella.
Mi hermana ha intentado convencer al pobre hombre, de la escuela jungiana –hace falta ser démodeé–, de que en realidad mi madre no está loca:
–Le da un poco a la frasca, pero, de los hombros para abajo, está como un roble. En cambio, si viese a mi novio…
–¿Su novio? Perdone, señorita, pero estábamos hablando de su madre, que, a juzgar por lo que acabo de ver, tiene un grave problema de dipsomanía salvaje.
–Deje a mi madre en paz, oiga. La mujer bastante tiene con lo que tiene. En cambio, mi Gorka… Creo que ha perdido las ganas de vivir… Cuando ve una ikurriña ya ni siquiera se le pone dura, ¿sabe, usted?
–¿…?
–Sí, antes, antes… Estoy desesperada. ¡Si hasta llevo boina, ya ve usted! Yo, que nunca he sido existencialista ni nada.
–Txapela –ha interrumpido Gorka, como si le hubiesen aplicado un hierro candente en pleno glande (una comparación que ya nunca más será válida para mi padre, el pobre)–. Se llama txapela.
–Me toca el coño cómo se llama. El caso es que ya ve usted –mi hermana se ha puesto con los brazos en jarras y ha separado las piernas (que no se depila desde que le dio por el nacionalismo)–, ¿cree usted que las convicciones políticas favorecen? Sea sincero, por favor.
El médico, herido en su amor propio (y en su pezón izquierdo, porque mamá le ha dado un mordisco cuando forcejeaba con ella), ha respondido con cara de póquer:
–En su caso, y en el del 80% de las ministras del actual gabinete, empezando por su jefa, que que malos pelos tiene la pobre…
–Y qué cutis, por Dios, qué cutis –he apostillado (hoy, por primera vez desde hace días, he abandonado mi lecho de dolor; aunque confieso que había empezado a cogerle el gustirrinín).
–…, yo diría que no. Es más: categóricamente no.
–¿Lo ves? ¿Lo ves? –ha empezado a berrear mi hermana, presa de un ataque de nervios (y de algo parecido al síndrome de abstinencia)– Tú, y nada más que tú, tienes la culpa de que vaya hecha un adefesio.
Gorka ha puesto una expresión muy, muy atormentada; como cuando mi hermana, para picarle –su relación ha ido deteriorándose hasta dejar a la de ¿Quién teme a Virginia Woolf? a la altura del betún de Judea–, le dijo un día que un grupo de vándalos, todos amigos suyos, que trabajan en una fábrica de palillos, había talado el Gernika aquella noche con una sierra mecánia “sólo para divertirse”.
Yo, que a estas alturas tengo ya más barra que Nadiuska en Zorrita Martínez (uno es cinéfalo, pero también tiene sus perversiones), he mirado al doctor directamente a los ojos, previo paso por el paquete, y le he susurrado por lo bajo (literalmente, aunque en plural):
–No le haga caso. Es que en mi familia se practica la endogamia desde hace generaciones y ya ve usted el resultado.
Me he acercado un poco más, hasta incrustar mi nariz en la zona más acre de su bata 100% poliéster.
–Haga usted el favor de indicarme dónde está su despacho. Creo que usted y yo tenemos mucho de lo que hablar…
–Oiga, usted –ha dicho el médico, con un hilo de voz levemente agónico–, su hermano me está acosando.
–Pues ya ve qué novedad. Es que mi hermano es un poco putilla…
El médico ha respirado tranquilo, antes de desabrocharse (un poco más) la bata.
–En ese caso…
Súper a favor de Jung, oye.
En fin, el caso es que cuando mamá se ha presentado ante el cirujano con el hule envuelto en papel de seda y lo ha desplegado ante los horrorizados ojos de mi padre –que puede estar de vuelta de todo, pero no de una lunática que quiere que le reconstruyan los huevos con un mantel embreado–, un par de enfermeras, con toda la pinta de hacer la tijera en sus tiempos muertos, la han cogido por los sobacos y la han llevado a una sala de espera, hasta que ha llegado un psiquiatra y se ha hecho cargo de ella.
Mi hermana ha intentado convencer al pobre hombre, de la escuela jungiana –hace falta ser démodeé–, de que en realidad mi madre no está loca:
–Le da un poco a la frasca, pero, de los hombros para abajo, está como un roble. En cambio, si viese a mi novio…
–¿Su novio? Perdone, señorita, pero estábamos hablando de su madre, que, a juzgar por lo que acabo de ver, tiene un grave problema de dipsomanía salvaje.
–Deje a mi madre en paz, oiga. La mujer bastante tiene con lo que tiene. En cambio, mi Gorka… Creo que ha perdido las ganas de vivir… Cuando ve una ikurriña ya ni siquiera se le pone dura, ¿sabe, usted?
–¿…?
–Sí, antes, antes… Estoy desesperada. ¡Si hasta llevo boina, ya ve usted! Yo, que nunca he sido existencialista ni nada.
–Txapela –ha interrumpido Gorka, como si le hubiesen aplicado un hierro candente en pleno glande (una comparación que ya nunca más será válida para mi padre, el pobre)–. Se llama txapela.
–Me toca el coño cómo se llama. El caso es que ya ve usted –mi hermana se ha puesto con los brazos en jarras y ha separado las piernas (que no se depila desde que le dio por el nacionalismo)–, ¿cree usted que las convicciones políticas favorecen? Sea sincero, por favor.
El médico, herido en su amor propio (y en su pezón izquierdo, porque mamá le ha dado un mordisco cuando forcejeaba con ella), ha respondido con cara de póquer:
–En su caso, y en el del 80% de las ministras del actual gabinete, empezando por su jefa, que que malos pelos tiene la pobre…
–Y qué cutis, por Dios, qué cutis –he apostillado (hoy, por primera vez desde hace días, he abandonado mi lecho de dolor; aunque confieso que había empezado a cogerle el gustirrinín).
–…, yo diría que no. Es más: categóricamente no.
–¿Lo ves? ¿Lo ves? –ha empezado a berrear mi hermana, presa de un ataque de nervios (y de algo parecido al síndrome de abstinencia)– Tú, y nada más que tú, tienes la culpa de que vaya hecha un adefesio.
Gorka ha puesto una expresión muy, muy atormentada; como cuando mi hermana, para picarle –su relación ha ido deteriorándose hasta dejar a la de ¿Quién teme a Virginia Woolf? a la altura del betún de Judea–, le dijo un día que un grupo de vándalos, todos amigos suyos, que trabajan en una fábrica de palillos, había talado el Gernika aquella noche con una sierra mecánia “sólo para divertirse”.
Yo, que a estas alturas tengo ya más barra que Nadiuska en Zorrita Martínez (uno es cinéfalo, pero también tiene sus perversiones), he mirado al doctor directamente a los ojos, previo paso por el paquete, y le he susurrado por lo bajo (literalmente, aunque en plural):
–No le haga caso. Es que en mi familia se practica la endogamia desde hace generaciones y ya ve usted el resultado.
Me he acercado un poco más, hasta incrustar mi nariz en la zona más acre de su bata 100% poliéster.
–Haga usted el favor de indicarme dónde está su despacho. Creo que usted y yo tenemos mucho de lo que hablar…
–Oiga, usted –ha dicho el médico, con un hilo de voz levemente agónico–, su hermano me está acosando.
–Pues ya ve qué novedad. Es que mi hermano es un poco putilla…
El médico ha respirado tranquilo, antes de desabrocharse (un poco más) la bata.
–En ese caso…
Súper a favor de Jung, oye.
2 Comments:
te sigo en silencio desde hace mucho, y hoy queria dejar de gacerlo en silencio. mi adsmiración. hernan
Joderrr a eso le llamo yo contundencia en grado sumo.
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