Crónica desde San Pedro
“Aquí huele a santidad”.
Al otro lado del hilo telefónico, mi tía Zita parece extática. En cuanto se enteró que la madre de Norman la había diñado, cogió un vuelo para Roma y se ha plantado en la plaza de San Pedro con un baúl de Louis Vuitton que no se lo salta un galgo afgano. “De aquí no me mueven ni con un escoplo”, le escupió a uno de los guardas suizos que, para su consternación, resultó ser de Andorra (otro paraíso fiscal, pero con mucho menos glamour, dónde va a parar).
En fin, el caso es que está allí desde el domingo y nos llama todos los días para hacernos la crónica, como Ana Blanco, pero con algunas décadas más (mucho mejor peinada, eso sí; la pobre A. B. sigue siendo víctima de una conspiración capilar dantesca, capaz de matar cualquier atisbo de sicalipsis en el televidente más priápico). Cuando se siente un poco fatigadita Martínez-Bordiú, mi tía abre el baúl y se echa un sueñecito reparador. Para la ocasión se ha llevado un gorrito de viaje, inspirado en la boina Balenciaga de Dulce Martínez de Hoz, pero en versión bizarra. O sea, un gorro de ducha recubierto de fieltro modelo casquete. Inenarrable.
–No os lo podéis imaginar. Esto es grandioso. Somos como el pueblo elegido a los pies del Monte Sinaí. Como… Como… Es que no os lo podéis imaginar. Es maravilloso. Y el olor. Ah, el olor es sencillamente magnífico. Estos jóvenes, con sus melenitas y sus polos, y sus barriguitas –tan simpáticas–, y sus gafitas de culo de vaso, y su caspa y sus guitarras. Y las bandurrias, que no se me olviden las bandurrias. Y tan sanos. No os lo podéis imaginar, son la viva imagen de la salud. Y cantando todo el día. Ah, la juventud del Papa, es infatigable. Qué cánticos, qué optimismo, que salud. Todo el día y toda la noche cantando sin parar, con sus bandurrias. Qué maravilla. Qué espectáculo. Vamos, es que no descansan ni un minuto. Son… Son… Ah, es que no os lo podéis imaginar. ¿Es que no los oís? ¿No oís al Pueblo Elegido cantando al Dios –al único, al verdadero– esas coplillas encantadoras? Y todo el día, oye. Y toda la noche. Todo el día y toda la noche, qué maravilla, oye. Es que parece que no durmiesen nunca y… Bueno, yo estoy encantada. Encantada. Un poco fatigada, eso también. Porque, claro, con tanta coplilla y tanta bandurria y tanta salud… Y las gafas. Y esos dientes. Y que no descansan. Ni un minuto. ¡¡¡¿Os queréis callar ya, COÑO?!!! Jesús, me tienen la cabeza loca. Pero no os imagináis. Aquí huele a santidad. Lo que yo os diga, aquí huele a Santidad. Aquí huele a…
–Aquí lo que huele, señora –la ha interrumpido el guarda suizo-andorrano–, es a porro. Haga el favor de circular. Qué vergüenza…
Al otro lado del hilo telefónico, mi tía Zita parece extática. En cuanto se enteró que la madre de Norman la había diñado, cogió un vuelo para Roma y se ha plantado en la plaza de San Pedro con un baúl de Louis Vuitton que no se lo salta un galgo afgano. “De aquí no me mueven ni con un escoplo”, le escupió a uno de los guardas suizos que, para su consternación, resultó ser de Andorra (otro paraíso fiscal, pero con mucho menos glamour, dónde va a parar).
En fin, el caso es que está allí desde el domingo y nos llama todos los días para hacernos la crónica, como Ana Blanco, pero con algunas décadas más (mucho mejor peinada, eso sí; la pobre A. B. sigue siendo víctima de una conspiración capilar dantesca, capaz de matar cualquier atisbo de sicalipsis en el televidente más priápico). Cuando se siente un poco fatigadita Martínez-Bordiú, mi tía abre el baúl y se echa un sueñecito reparador. Para la ocasión se ha llevado un gorrito de viaje, inspirado en la boina Balenciaga de Dulce Martínez de Hoz, pero en versión bizarra. O sea, un gorro de ducha recubierto de fieltro modelo casquete. Inenarrable.
–No os lo podéis imaginar. Esto es grandioso. Somos como el pueblo elegido a los pies del Monte Sinaí. Como… Como… Es que no os lo podéis imaginar. Es maravilloso. Y el olor. Ah, el olor es sencillamente magnífico. Estos jóvenes, con sus melenitas y sus polos, y sus barriguitas –tan simpáticas–, y sus gafitas de culo de vaso, y su caspa y sus guitarras. Y las bandurrias, que no se me olviden las bandurrias. Y tan sanos. No os lo podéis imaginar, son la viva imagen de la salud. Y cantando todo el día. Ah, la juventud del Papa, es infatigable. Qué cánticos, qué optimismo, que salud. Todo el día y toda la noche cantando sin parar, con sus bandurrias. Qué maravilla. Qué espectáculo. Vamos, es que no descansan ni un minuto. Son… Son… Ah, es que no os lo podéis imaginar. ¿Es que no los oís? ¿No oís al Pueblo Elegido cantando al Dios –al único, al verdadero– esas coplillas encantadoras? Y todo el día, oye. Y toda la noche. Todo el día y toda la noche, qué maravilla, oye. Es que parece que no durmiesen nunca y… Bueno, yo estoy encantada. Encantada. Un poco fatigada, eso también. Porque, claro, con tanta coplilla y tanta bandurria y tanta salud… Y las gafas. Y esos dientes. Y que no descansan. Ni un minuto. ¡¡¡¿Os queréis callar ya, COÑO?!!! Jesús, me tienen la cabeza loca. Pero no os imagináis. Aquí huele a santidad. Lo que yo os diga, aquí huele a Santidad. Aquí huele a…
–Aquí lo que huele, señora –la ha interrumpido el guarda suizo-andorrano–, es a porro. Haga el favor de circular. Qué vergüenza…
2 Comments:
Vaya con la Tía Zita, en plan embajadora de buena voluntad y acampando en un Louis Vuitton...a eso le llamo yo solidaridad.
Pues claro, Manuel, lo cortés no quita lo caliente.
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