Tuesday, April 12, 2005

Cárcel de mujeres

En efecto, mi tía Zita ha vuelto de Roma con una sorpresa. Quiere ser reclusa. No presa de una cárcel de mujeres, sino reclusa. Como las reclusas medievales.

Por lo visto, en el siglo XII, si estabas colgada perdida y flipabas con Jesús y la Iglesia, podías hacerte reclusa de manera voluntaria. Te construían una celda de cuatro metros cuadrados en los muros de tu parroquia con dos aperturas: una, del lado de la iglesia para oír los oficios; otra, con vistas a cualquier callejón infecto, para que la gente te pasase mendrugos de pan mohoso o carne en mal estado para que no murieses de hambre. Eso sí, cagar, mear y el resto (vómitos, colitis salvajes, etcétera), lo hacías en tu osera. Podía haber hasta 20 reclusos en torno a una iglesia (en su mayoría, mujeres). Las crónicas no dicen nada del olor, pero puedo imaginármelo.

Al parecer, mi tía Zita quiere ser reclusa en uno de los muros de la Almudena. Ya se ha puesto en contacto con el Obispado de Madrid. Lo primero que le preguntaron fue:

–¿Pero no tiene usted casa, señora?

–Pues claro que la tengo. Un pisazo.

Por lo visto, los del Obispado se quedaron mucho más tranquilos.

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