Se avecinan malos tiempos para la Tierra Media
Mi madre ha abandonado la bebida. O mejor dicho, la bebida la ha abandonado a ella. Se siente tan culpable por lo de mi hermana que ha decidido volverse abstemia, la pobre. Con lo que tiene encima. Maldita la hora… O sea, en pleno Armagedón, y ella va y se quita del anís, cuando más falta le hace.
A saber:
a) En el nuevo cónclave, mi primo Remy –me consta– cuenta con muchas posibilidades de convertirse en el nuevo Sumo Pontífice (el primero en llevar las uñas pintadas a juego con la casulla).
b) Muere Rainiero y Alberto hereda título (y zapatos topolino).
c) Papá se ha puesto a régimen.
d) Mi hermana está empezando a dar muestras de una nueva y escalofriante adicción: la morfina. Una cosa es que se queje de que le duelen las cicatrices de la cara y otra, muy distinta, es que diga que las varices la están matando. Si hay algo que jamás ha tenido mi hermana, además de back-ground, es varices.
e) La tía Zita amenaza con traerse un souvenir de Roma de tamaño natural (sospechamos lo peor: un chulángano; no sería la primera viuda que vuelve de Roma con gigoló incorporado, ¿acaso nadie recuerda a la señora Stone?).
En fin, el caso es que los médicos le han dicho a mi madre que siempre pueden volver a operar a mi hermana y ponerle otra cara –incluso la que tenía, aunque esta opción la descartamos en cuanto recordamos su mandíbula y sus problemas con el prognatismo–, pero esta vez tendría que pagar ella. Y, claro, entre la felicidad de tu hija y tus cartucheras, ¿con qué te quedas?
–Pues con unas caderas como Dios manda –replicó mamá, como si la hubiese picado un áspid–. Al fin y al cabo, la mujer esa llegó a ser Primera Dama con esa cara y esa piel y, si Dios o el fantasma de Lady Macbeth, perdón, de Lady Di, no lo remedia, Carlos va a casarse con Camila.
Ante un argumento como ése, lleno de lógica, no hay contrarréplica posible. De manera que, por el momento, mi hermana se quedará como está. Como una cómoda antigua sin desbastar.
A saber:
a) En el nuevo cónclave, mi primo Remy –me consta– cuenta con muchas posibilidades de convertirse en el nuevo Sumo Pontífice (el primero en llevar las uñas pintadas a juego con la casulla).
b) Muere Rainiero y Alberto hereda título (y zapatos topolino).
c) Papá se ha puesto a régimen.
d) Mi hermana está empezando a dar muestras de una nueva y escalofriante adicción: la morfina. Una cosa es que se queje de que le duelen las cicatrices de la cara y otra, muy distinta, es que diga que las varices la están matando. Si hay algo que jamás ha tenido mi hermana, además de back-ground, es varices.
e) La tía Zita amenaza con traerse un souvenir de Roma de tamaño natural (sospechamos lo peor: un chulángano; no sería la primera viuda que vuelve de Roma con gigoló incorporado, ¿acaso nadie recuerda a la señora Stone?).
En fin, el caso es que los médicos le han dicho a mi madre que siempre pueden volver a operar a mi hermana y ponerle otra cara –incluso la que tenía, aunque esta opción la descartamos en cuanto recordamos su mandíbula y sus problemas con el prognatismo–, pero esta vez tendría que pagar ella. Y, claro, entre la felicidad de tu hija y tus cartucheras, ¿con qué te quedas?
–Pues con unas caderas como Dios manda –replicó mamá, como si la hubiese picado un áspid–. Al fin y al cabo, la mujer esa llegó a ser Primera Dama con esa cara y esa piel y, si Dios o el fantasma de Lady Macbeth, perdón, de Lady Di, no lo remedia, Carlos va a casarse con Camila.
Ante un argumento como ése, lleno de lógica, no hay contrarréplica posible. De manera que, por el momento, mi hermana se quedará como está. Como una cómoda antigua sin desbastar.
2 Comments:
Pues mucho cuidado, dile a tu madre que el síndrome de abstinencia alcohólica le puede despertar el instinto maternal dormido y quedarse sin sus caderas.
Las historias de heroísmo que he sabido yo por esas crisis.
Por eso, querido, no se preocupe. A mamá no le hace renunciar a sus caderas ni el mismísimo Espíritu Santo, aunque le hablase en tagalo.
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