Una muerte flamígera
Han aparecido los restos calcinados de mi primo Remy. Al parecer, en un gesto que sólo se podría definir como dramáticamente definitivo, se prendió fuego a las puertas del obispado. Nada como una buena hoguera para olvidarse del relente de la noche, debió de pensar la pandilla de homeless que se reunió en torno a las llamas, con las palmas extendidas como un cuadro de George de la Tour. Dicho y hecho, a los cinco minutos aquello parecía una falla valenciana retransmitida por televisión (los periodistas son como las moscas: huelen la mierda o, en su defecto, la carne quemada, a kilómetros).
Lo más espurio y depravado de las cloacas, la hez de la sociedad, contemplaba con expresión arrobada las llamas elevándose al cielo (en el fondo, todos somos un poco pirómanos). Al parecer, sus últimas palabras fueron: “No os acerquéis tanto, coño, que me quitáis el protagonismo”. Pero los homeless pasaron mazo de mi primo y, no contentos con chupar cámara, prendieron sus colillas en las llamas en un gesto de supremo desprecio por el género humano en general y mi primo, en particular.
Me temo que, definitivamente, la Iglesia ha perdido el tren con el pobre Remigio. Hubiese sido el Papa perfecto: ausencia de conciencia social; un gusto obsesivo, rayano en lo patológico, por el becerro de oro en todas sus manifestaciones, no todas auténticas; don de lenguas (básicamente las muertas, aunque no le hacía ascos a las vivas, si lo sabré yo…); un perfil bueno, el derecho, y uno malo, el izquierdo; y, sobre todo, un tono de piel que no recordaba el pergamino o las páginas de un salterio. En fin, que mi primo hubiese estado perfecto en ese papel. Pero no pudo ser, desafortunadamente no pudo ser.
Su madre se ha quedado desolada, pero como es una mujer eminentemente práctica, ya ha encargado a unos orfebres sevillanos –los mismos que le han hecho la grifería a Vitorio & Luchino– unos bonitos relicarios en plata sobredorada para vender por Internet los restos de su hijo como Santas Reliquias. Mamá ya le ha encargado uno para la salita de recibir.
–Hijo mío, lo creas o no, tener una reliquia en casa viste mucho. Y si es de alguien de la familia, miel sobre hojuelas.
Lo más espurio y depravado de las cloacas, la hez de la sociedad, contemplaba con expresión arrobada las llamas elevándose al cielo (en el fondo, todos somos un poco pirómanos). Al parecer, sus últimas palabras fueron: “No os acerquéis tanto, coño, que me quitáis el protagonismo”. Pero los homeless pasaron mazo de mi primo y, no contentos con chupar cámara, prendieron sus colillas en las llamas en un gesto de supremo desprecio por el género humano en general y mi primo, en particular.
Me temo que, definitivamente, la Iglesia ha perdido el tren con el pobre Remigio. Hubiese sido el Papa perfecto: ausencia de conciencia social; un gusto obsesivo, rayano en lo patológico, por el becerro de oro en todas sus manifestaciones, no todas auténticas; don de lenguas (básicamente las muertas, aunque no le hacía ascos a las vivas, si lo sabré yo…); un perfil bueno, el derecho, y uno malo, el izquierdo; y, sobre todo, un tono de piel que no recordaba el pergamino o las páginas de un salterio. En fin, que mi primo hubiese estado perfecto en ese papel. Pero no pudo ser, desafortunadamente no pudo ser.
Su madre se ha quedado desolada, pero como es una mujer eminentemente práctica, ya ha encargado a unos orfebres sevillanos –los mismos que le han hecho la grifería a Vitorio & Luchino– unos bonitos relicarios en plata sobredorada para vender por Internet los restos de su hijo como Santas Reliquias. Mamá ya le ha encargado uno para la salita de recibir.
–Hijo mío, lo creas o no, tener una reliquia en casa viste mucho. Y si es de alguien de la familia, miel sobre hojuelas.
2 Comments:
La piromanía es lo que viene.
Si no fuera tan mala para el cutis yo me uniría a la masa.
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