El Libro de los Nombres Muertos
–Es falso –ha concluido mi tía Zita, apoyando su mano sarmentosa sobre el lienzo–. Total, absoluta, radicalmente falso.
–¿Y tú cómo lo sabes? –replicó mamá, herida en su amor propio.
–Lo sé. Eso es todo.
–Pero ¿cómo?
–Estoy harta, harta, hartita de hablar con Dios Nuestro Señor cara a cara, tête-à-tête, face to face, desde que tengo uso de razón. Me conozco su cara al dedillo. Cada arruga, cada pelo de la barba, cada verruga y cada cicatriz. Si me dais un carboncillo podría dibujarla de memoria. No tiene estas cejas –ha dicho, apoyando una uña de color metálico sobre los arcos ciliares delicadamente depilados– y mucho menos eye-liner. Éste –ha añadido, agitando el jirón de tela– no es Jesucristo, en todo caso será la Magdalena o un travestí del siglo III disfrazado de Virgen de Jerusalén. Pero el hijo de Dios, perdonadme que lo dude.
–Pues, chica, en donde lo he robado creen a pies juntillas que es la mismísima Santa Faz, ¿qué quieres que te diga?
–No me digas más. Estoy segura de que también creen en el estado del bienestar y en que las pensiones están garantizadas por lo menos hasta el 2.050.
–La gente es crédula por naturaleza –mamá suele suspirar cada vez que uno de estos adagios, que parecen sacados de una tarjeta postal, sale de su boca.
–No te engañes. La gente es estúpida por naturaleza. No existe eso que llaman inteligencia natural, del mismo modo que tampoco existe la belleza natural. Lo natural, por definición, es abominable. Hay que huir de la naturalidad como de la peste bubónica. En fin el caso es…
–…que es falso –ha admitido mamá de mala gana–. Bueno, ¿y qué? A mí, con que me paguen…
–¿Y no te fijaste si en el marco, por casualidad, había unas bisagras o algo parecido? No, claro –ha añadido mi tía, casi sin tiempo para respirar–, tú que te vas a fijar…
–¿Por qué lo dices?
–El Necromicón.
–¿El qué?
–El Libro de los Nombres Muertos.
–Zita, me estás asustando –ha susurrado mamá.
–No es para menos. Le has abierto las puertas a los demonios.
–Que estupidez, Zita, ya estás otra vez con el rollo milenarista. El Apocalipsis es una filfa. Hasta el mismo Vaticano ha terminado por admitir que el Infierno es un cuento chino.
–Ya me lo dirás cuando ellos vengan a visitarte –ha dicho mi tía con el mismo tono de voz con el que un enterrador se refiere a la cal viva.
Y ha salido pitando.
–¿Y tú cómo lo sabes? –replicó mamá, herida en su amor propio.
–Lo sé. Eso es todo.
–Pero ¿cómo?
–Estoy harta, harta, hartita de hablar con Dios Nuestro Señor cara a cara, tête-à-tête, face to face, desde que tengo uso de razón. Me conozco su cara al dedillo. Cada arruga, cada pelo de la barba, cada verruga y cada cicatriz. Si me dais un carboncillo podría dibujarla de memoria. No tiene estas cejas –ha dicho, apoyando una uña de color metálico sobre los arcos ciliares delicadamente depilados– y mucho menos eye-liner. Éste –ha añadido, agitando el jirón de tela– no es Jesucristo, en todo caso será la Magdalena o un travestí del siglo III disfrazado de Virgen de Jerusalén. Pero el hijo de Dios, perdonadme que lo dude.
–Pues, chica, en donde lo he robado creen a pies juntillas que es la mismísima Santa Faz, ¿qué quieres que te diga?
–No me digas más. Estoy segura de que también creen en el estado del bienestar y en que las pensiones están garantizadas por lo menos hasta el 2.050.
–La gente es crédula por naturaleza –mamá suele suspirar cada vez que uno de estos adagios, que parecen sacados de una tarjeta postal, sale de su boca.
–No te engañes. La gente es estúpida por naturaleza. No existe eso que llaman inteligencia natural, del mismo modo que tampoco existe la belleza natural. Lo natural, por definición, es abominable. Hay que huir de la naturalidad como de la peste bubónica. En fin el caso es…
–…que es falso –ha admitido mamá de mala gana–. Bueno, ¿y qué? A mí, con que me paguen…
–¿Y no te fijaste si en el marco, por casualidad, había unas bisagras o algo parecido? No, claro –ha añadido mi tía, casi sin tiempo para respirar–, tú que te vas a fijar…
–¿Por qué lo dices?
–El Necromicón.
–¿El qué?
–El Libro de los Nombres Muertos.
–Zita, me estás asustando –ha susurrado mamá.
–No es para menos. Le has abierto las puertas a los demonios.
–Que estupidez, Zita, ya estás otra vez con el rollo milenarista. El Apocalipsis es una filfa. Hasta el mismo Vaticano ha terminado por admitir que el Infierno es un cuento chino.
–Ya me lo dirás cuando ellos vengan a visitarte –ha dicho mi tía con el mismo tono de voz con el que un enterrador se refiere a la cal viva.
Y ha salido pitando.
3 Comments:
¿No te parece que has estado perdiendo protagonismo últimamente en esa insistencia tuya de convertirte en el próximo Don Brown?
Jajajaja. Pues eso no es nada. Espera y verás. El Diablo tiene mil caras... pero un solo peinado, fácilmente reconocible.
No por favor, dan brown no...
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