La familia sí importa
“Zapatero tuvo mamá y papá: ¿por qué yo no?"
–¡Pues porque tú eres un engendro de la naturaleza con labio leporino, coño!
La Retorno perdió los papeles el otro día. Una mujer (o casi) tan divina como ella y resulta que cuando más falta le hace ser Una Dama se comporta como una perdularia. No es para menos, hasta yo perdí un poquito los papeles.
En fin, el caso es que el sábado, Larre, mamá, mi tía Zita y yo nos dirigimos a ese lodazal llamado Distrito Centro, para mezclarnos con la hez de la sociedad, llegada de todos los puntos del mapa (algunos de ellos, ni siquiera venían en el mapa) y clamar en contra de esa aberración llamada matrimonio gay (no, no estábamos hablando de Raphael y Natalia Figueroa, aunque lo parezca).
Mamá y la tía Zita rápidamente hicieron amistad con un ave del paraíso (capilar) recién escapada de un parque ornitológico, que llevaba la bandera española a modo de capita (rollo ultrasuede muy Halston), hasta que resbaló de sus hombros y cayó al asfalto, junto a una jeringuilla.
–Señora –le dijo La Retorno–, que se le ha caído España.
–Ay, gracias, ¿ustedes también se unen a la cruzada?
–Faltaría más, señora. Por cierto, me encanta su pelo (en singular).
Y llevaba razón. ¿Por qué ningún periódico ha dado el que, a mi juicio, es el gran titular de la manifestación del sábado: “La derecha española da una lección a la izquierda en democracia. Antes de ir a la mani van (en procesión) a la peluquería”?
Mamá, sin ir más lejos, fue por la mañana a Adolfito, su hairdresser de cabecera, y le dijo:
–Adolfito, lúcete. Crepa sin piedad. Hasta que parezca un zigurat. Esta tarde me voy a la mani en contra del matrimonio marica y quiero salir reguapa en el telediario.
–Señora, yo…
Adolfito, además de su estilista y confesor, es su pedé de cort. Pero Adolfito, según mamá, “no es un maricón de esos que liga en los baños, no; lo único que le pasa a Adolfito es que es muy sensible…” Y lleva razón, Adolfito supura sensibilidad. Sentido, sensibilidad y ginebra.
En fin, el caso es que la señora de la bandera de España y mi tía Zita rápidamente hicieron muy buenas migas pues tenían un montón de intereses comunes, a saber: mechas, pashminas, Tous (la marca), el anís –aquí mamá hizo un montón de aportaciones llenas de sabiduría: “Olvídate del Marie Brizard, nena, donde se ponga anís El Mono…”–, los mejores anticuarios –“A mí es que pulir muebles antiguos es lo que más me relaja” “Huy, qué antigua… Yo prefiero pulirme la Visa de mi marido”– y los mejores peluqueros –“¿Y a mí qué me importa si lo son… mientras me dejen divina?”–; en fin, lo de siempre.
El caso es que, una vez metidos en harina, nos encontramos con Lector Ileso, que iba con un bolso al que mi tía Zita rápidamente le echó el ojo.
–¿Prada?
–Señora, aparte las zarpas…
Lector ileso es divino. Pero cuando le tocan el Prada es capaz de sacar al analfabeto que todos llevamos dentro.
El caso es que Lector Ileso y yo, cogiditos de la mano, nos internamos en Sol. Una invasión de momias nos cercó, haciendo sonar sus abalorios.
–¡Qué miedo! –dijo L. I.–. La verdad es que a mí esto no me hace ninguna gracia.
–No seas bobo –intervino La Retorno–, no es por nosotros… Es por la música.
–¡Santo Cielo! ¡¿Qué es esto?!
En aquel momento, por megafonía, empezaron a sonar los Payasos de la Tele (bueno, todos no, Fofito no pudo asistir a la mani porque en aquel momento estaba en una clínica de desintoxicación): “No hay nada más bonito que una familia unidaaaaaaaaaaaa”.
–Creo que me he pasado con el vinazo –dijo Larre.
–Para nada –dijo L. I.–. Creo que ahora es cuando más lo necesito.
Dicho y hecho, dejamos la manifestación atrás y dirigimos nuestros pasos hacia un oasis de civilización en medio del infierno –en sentido literal, ya que a nuestro alrededor familias enteras se desplomaban sobre el asfalto, al grito de “La familia sí importa…”
–Y que lo digas –replicó Lector Ileso–. La Botín.
En fin, el caso es que cuando llegamos al Del Diego… Ooooh, nuestro gozo en un pozo. Y, en su lugar, tuvimos que refugiarnos en un cafetín marica esperando escapar del horror. Craso error. El horror siguió nuestros pasos hasta el cafetín…
Pero eso casi mejor lo cuento mañana.
–¡Pues porque tú eres un engendro de la naturaleza con labio leporino, coño!
La Retorno perdió los papeles el otro día. Una mujer (o casi) tan divina como ella y resulta que cuando más falta le hace ser Una Dama se comporta como una perdularia. No es para menos, hasta yo perdí un poquito los papeles.
En fin, el caso es que el sábado, Larre, mamá, mi tía Zita y yo nos dirigimos a ese lodazal llamado Distrito Centro, para mezclarnos con la hez de la sociedad, llegada de todos los puntos del mapa (algunos de ellos, ni siquiera venían en el mapa) y clamar en contra de esa aberración llamada matrimonio gay (no, no estábamos hablando de Raphael y Natalia Figueroa, aunque lo parezca).
Mamá y la tía Zita rápidamente hicieron amistad con un ave del paraíso (capilar) recién escapada de un parque ornitológico, que llevaba la bandera española a modo de capita (rollo ultrasuede muy Halston), hasta que resbaló de sus hombros y cayó al asfalto, junto a una jeringuilla.
–Señora –le dijo La Retorno–, que se le ha caído España.
–Ay, gracias, ¿ustedes también se unen a la cruzada?
–Faltaría más, señora. Por cierto, me encanta su pelo (en singular).
Y llevaba razón. ¿Por qué ningún periódico ha dado el que, a mi juicio, es el gran titular de la manifestación del sábado: “La derecha española da una lección a la izquierda en democracia. Antes de ir a la mani van (en procesión) a la peluquería”?
Mamá, sin ir más lejos, fue por la mañana a Adolfito, su hairdresser de cabecera, y le dijo:
–Adolfito, lúcete. Crepa sin piedad. Hasta que parezca un zigurat. Esta tarde me voy a la mani en contra del matrimonio marica y quiero salir reguapa en el telediario.
–Señora, yo…
Adolfito, además de su estilista y confesor, es su pedé de cort. Pero Adolfito, según mamá, “no es un maricón de esos que liga en los baños, no; lo único que le pasa a Adolfito es que es muy sensible…” Y lleva razón, Adolfito supura sensibilidad. Sentido, sensibilidad y ginebra.
En fin, el caso es que la señora de la bandera de España y mi tía Zita rápidamente hicieron muy buenas migas pues tenían un montón de intereses comunes, a saber: mechas, pashminas, Tous (la marca), el anís –aquí mamá hizo un montón de aportaciones llenas de sabiduría: “Olvídate del Marie Brizard, nena, donde se ponga anís El Mono…”–, los mejores anticuarios –“A mí es que pulir muebles antiguos es lo que más me relaja” “Huy, qué antigua… Yo prefiero pulirme la Visa de mi marido”– y los mejores peluqueros –“¿Y a mí qué me importa si lo son… mientras me dejen divina?”–; en fin, lo de siempre.
El caso es que, una vez metidos en harina, nos encontramos con Lector Ileso, que iba con un bolso al que mi tía Zita rápidamente le echó el ojo.
–¿Prada?
–Señora, aparte las zarpas…
Lector ileso es divino. Pero cuando le tocan el Prada es capaz de sacar al analfabeto que todos llevamos dentro.
El caso es que Lector Ileso y yo, cogiditos de la mano, nos internamos en Sol. Una invasión de momias nos cercó, haciendo sonar sus abalorios.
–¡Qué miedo! –dijo L. I.–. La verdad es que a mí esto no me hace ninguna gracia.
–No seas bobo –intervino La Retorno–, no es por nosotros… Es por la música.
–¡Santo Cielo! ¡¿Qué es esto?!
En aquel momento, por megafonía, empezaron a sonar los Payasos de la Tele (bueno, todos no, Fofito no pudo asistir a la mani porque en aquel momento estaba en una clínica de desintoxicación): “No hay nada más bonito que una familia unidaaaaaaaaaaaa”.
–Creo que me he pasado con el vinazo –dijo Larre.
–Para nada –dijo L. I.–. Creo que ahora es cuando más lo necesito.
Dicho y hecho, dejamos la manifestación atrás y dirigimos nuestros pasos hacia un oasis de civilización en medio del infierno –en sentido literal, ya que a nuestro alrededor familias enteras se desplomaban sobre el asfalto, al grito de “La familia sí importa…”
–Y que lo digas –replicó Lector Ileso–. La Botín.
En fin, el caso es que cuando llegamos al Del Diego… Ooooh, nuestro gozo en un pozo. Y, en su lugar, tuvimos que refugiarnos en un cafetín marica esperando escapar del horror. Craso error. El horror siguió nuestros pasos hasta el cafetín…
Pero eso casi mejor lo cuento mañana.
2 Comments:
¡No hay mejor familia que la familia unida y si es seis metros majo tierra, mucho que mejor!
Ya es mañana, ¿no?
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