Wednesday, March 30, 2005

Un homenaje*

Yo: Pero si éste es el Papa. ¿Quién es El Otro?

Gorka: La madre de Norman Bates travestida. ¿Es que no te habías dado cuenta?

Yo: Pues la verdad es que no.

Gorka: Jesús, con esta feligresía no me extraña que el clero ande de capa caída.

*[Ya lo saben. Lo he repetido hasta la saciedad: como ser pretecnológico que soy, no sé hacer hipervínculos, de modo que tengo que remitirles a esta página (http://viperedegabon.blogspot.com/) de este modo tan pedestre. No me lean y vayan a visitarla inmediatamente. ¡Es una orden!]

Tuesday, March 29, 2005

Reponiéndome del susto

Levantarse al lado de un cadáver no es un plato de gusto, a no ser que te pirre la necrofilia, que no es el caso. A mí, por el momento, los hombres me gustan vivos; es más, lo único que le pido a un hombre es que le acerques un espejo a la boca y se empañe. A lo que iba: levantarse al lado de un cadáver no es un plato de gusto. Que se lo digan a Jane Fonda, que ha estado casada con Ted Turner un montón de años; y que además interpretó esa escena –que más tarde se repetiría a diario– en un thriller infame, A la mañana siguiente (cada vez que pienso en Jane Fonda, me acuerdo de Truman Capote y de su lengua viperina: “Jane Fonda no ha experimentado un cambio de valores. Ha experimentado un cambio de cuentas corrientes”).

En fin, el caso es que yo puedo decir con esta boca que Dios me ha dado que levantarse al lado de un cadáver es una experiencia que no te hace mejor persona ni mejor artista ni mejor taquillón de Rústicos La Mancha o entredós de Almagro. Levantarse al lado de un cadáver es una experiencia que muy bien podrías ahorrarte. Es más, que pagarías por ahorrarte (valga el oxímoron).

Bueno, pues el caso es que hace unas dos semanas, que retrospectivamente parecen dos años, me levanté al lado de un fiambre. Por un momento, pensé que se trataba de mi hermana, pero no. No cayó esa breva.¿Mi madre? ¿Mi padre? Dios no es tan generoso. Dios, de hecho, es más cicatero que Antonio Gala (y eso que Gala es de la cofradía del puño; y quien por eso entienda fist fucking, pues, mira, tampoco va tan descaminado).

No. Me desperté al lado de un cadáver, esposado para más señas. La verdad es que me sonaba su cara, aunque no sabría precisar de qué (Deo gratias, no era Joaquín Luqui –la Holy Week ha sido especialmente pródiga en difuntos con pedigrí-pal). Por si fuera poco, me levanté en un pisito que tenía todos los visos de ser un zulo, picadero o como-quiera-que-se-llame-este-tipo-de-tugurios. Genial.

¿Qué se puede hacer cuando tu muñeca está ligada por un cepo a un cadáver?

Opción a: Puedes serrarle la mano al muerto y salir pitando.

Opción b: Puedes esperar tranquilamente a que llegue el asesino y se decida a liquidarte, básicamente para que no queden testigos (ya lo decía La Retorno, de matar a rematar sólo media una nota).

Opción c: Puedes darte la vuelta e intentar conciliar el sueño, con la esperanza de que cuando te despiertes el cadáver habrá desaparecido y, en su lugar, sólo quedará un resto de vómito.

La c, claro. Dicho y hecho, me di la media vuelta y cuando volví a abrir los ojos me encontré con la polla de mi padre apuntándome directamente a la boca. Y en un estado que sólo podría calificar como enhiesta.

–¿Quién es este? –acerté a preguntar.

–Mi director espiritual –replicó Gorka antes de eyacularme en la cara.

Yo, que a estas alturas ya había comprendido que lo que funciona en los sueños rara vez funciona en la vida real (y viceversa), cerré los ojos justo a tiempo.

Sí, como podéis sospechar, desperté al lado de El Papa. Carol Wojtyla. Y desnudo.

Thursday, March 17, 2005

Still alive (pero por poco)

Estoy vivo. He estado secuestrado, pero he logrado escapar. Qué Gólgota, Dios mío. Qué Gólgota.

Sunday, March 13, 2005

¡Viva la muerte!

No podía durar eternamente. Estaba claro que nada, ni siquiera “nuestra mentirijilla piadosa” (Alfredito dixit, ¿quién si no?), puede durar eternamente. Tampoco los diamantes ni las esmeraldas, ¿verdad, Sara? En fin, el caso es que los espejos no son las únicas superficies reflectantes en un hospital en las que un enfermo puede contemplar su rostro. Sobre todo, si ese enfermo acompaña a sus familiares al ascensor, a pesar de que, según los médicos, los dolores que la pobre debe estar sufriendo sólo son comparables a los de Jesucristo en la Pasión (la de verdad, no la versión gore de ese neurótico integrista del maquillaje compacto llamado Mel Gibson). Cuando las puertas del ascensor se cerraron y mi hermana contempló su cara reflejada en los paneles metálicos, sufrió “algo así como una convulsión y salió pitando…” (versión de la enfermera-jefe, una criatura de aspecto nauseabundo, como recién salida de las páginas de El mago de Oz, que no tiene nada que envidiar a Margaret Hamilton: mentón prognato, nariz modelo apagavelas y una bonita verruga coronada por una hirsuta diadema de pelos tan puntiagudos como las tripas de un cable de alta tensión).

Mi hermana bajó al sótano, a los quirófanos, cogió un bisturí y, sin mediar palabra, saltó sobre el médico que le había dejado la cara hecha un Cristo (el de las Siete Llagas, que es el que la ex primera dama tomó como modelo cuando encargó a su equipo de estilistas que le diseñasen una imagen “no demasiado agresiva, pero tampoco severa” para sus labores benéficas como cabeza visible de los Legionarios de Cristo). En menos de lo que se persigna un cura loco –o sea, en menos de lo que tarda en persignarse el 99,9 por ciento de la Iglesia católica, con excepción del Santo Padre, que tarda un poco más; “el alféizar es lo que tiene”, según mi tía Zita–, mi hermana dejó al médico convertido en una res abierta en canal, en medio de un charco de sangre. Dos enfermeras, acostumbradas a lidiar con los intestinos y la mierda –en sentido nada metafórico–, vomitaron allí mismo.

Mi hermana, no contenta con el aquelarre que acababa de perpetrar, saltó sobre otro de los cirujanos (ella recordaba que en su intervención había más de uno) y le seccionó la carótida limpiamente. ¡Zas! Qué escandaloso es el cuerpo humano. En un par de segundos, todo el quirófano se llenó de sangre. Un giro de 180 grados y una de las enfermeras perdió el 50 por ciento de visión.

–No sé de qué se queja –le dijo mi hermana, con muy malos modos (y el globo ocular pendiente del nervio óptico como un péndulo sanguinolento)–. Aún le queda el otro ojo.

Mi hermana, para eso de las reacciones, es muy visceral. Me temo que en sentido literal.

Después del arrebato, se quedó mucho más calmada y volvió a su habitación. Aunque hay que decir una cosa: la gente nunca dejará de sorprenderme (“ni a mí de asquearme”, apostilla mamá sobre la taza del water; últimamente, el alcohol ha dejado de ser su amigo). Qué gran abanico de reacciones es capaz de desplegar un pasillo lleno de enfermos y sus visitas (fumando como carreteros, comiendo pipas mientras echan las cáscaras al suelo, agitando sin piedad sus mechas y sus abalorios) ante la visión, al parecer de lo más insólita, de una mujer medio desnuda con la misma cara que la ex primera dama –aún un poco tumefacta, todo hay que decirlo–, caminando descalza sin prestar atención al carnaval de horrores del corredor de un hospital de la Seguridad Social, cubierta de sangre y de lo que parecen jirones de piel y fragmentos inidentificables de vísceras y carroña. La gente es súper ordinaria. Qué manera de mirar, qué manera de murmurar –sin que le importen lo más mínimo los sentimientos ajenos–, qué manera de comportarse. ¡Qué ordinariez!

–Lo peor de todo no son sus caras; que qué caras, hijo mío –me dijo mi hermana esta mañana, mientras tomaba una sopa con pajita (mientras se soluciona su problema de “agresividad reprimida” le han puesto una camisa de fuerza; eso sí, monísima: con las mangas estampadas con grandes zinnias en tonos flúor)–. No. Lo peor es la mala educación. Es que no puedo con la mala educación…

Ni yo tampoco.

[Mi hermano está desolado. Hace exactamente una semana perdió en una discoteca de nombre paradójico –¿Cool? ¿Esa ratonera, cool? Jajajaja, en algún departamento del cielo alguien debe estar afilando una guadaña reservada exclusivamente para los dueños de discotecas maricas– una levita de la tía Puri(ficación) García y una americana divina de color chocolate con rayas quebradas en tono mostaza. Si alguien puede dar noticias de alguna de estas dos prendas, como diría Madame Blavatsky, “que se manifieste sin demora”. Y si las han secuestrado, que nos envíen un botón como señal…]

Friday, March 11, 2005

Con la mosca (verde) detrás de la oreja

–Hace un año murió Arturito, mi hámster favorito. Ah, sí, y creo que casi 200 personas. Una pena, oye. Aunque yo, entre un hombre y una rata, prefiero una rata, dónde va a parar. Estaba Urgencias que no te puedes figurar. Algo dantesco. “Señora, haga el favor de no gritarme. Ya sé que está usted malherida… ¡¡¡pero yo no puedo devolverle su pierna!!!” No te puedes figurar lo ordinaria que se pone la gente cuando pierde una extremidad…

Alfredito (todo lo relacionado con este personaje requiere un diminutivo) es el enfermero que cuida de mi hermana y le pone aceite de linaza en los costurones.

A mí, que soy muy cinéfilo (o cinéfalo, en versión Rappel), toda la escena de cuando le retiraron las vendas me recordó muchísimo a cuando el médico le quita a Joan Crawford el vendaje de la cara en Un rostro de mujer, pero con una pequeña diferencia. Cuando la cámara enfoca en un primerísimo primer plano a la Joan, ella está divina. En el caso de mi hermana, el resultado ha sido… Mmmmm… Digamos que levemente descorazonador.

Mamá, borracha como una cuba, trajo una foto de Emma García arrancada de una página de TP, pero me temo que el médico no debe ver mucho la tele porque ni se fijó en la presentadora de A tu lado (y eso que iba más agresivamente maquillada que de costumbre). En cambio sí que se fijó en el reverso, en la foto de esa mujer que siempre que aparece en pantalla deslumbra a las cámaras (básicamente por un problema de seborrea, no por su magnetismo personal). Sí, mi hermana tiene la misma cara –pero idéntica, vamos– que ¡Ana Botella! La ex primera dama y ella son ahora como dos gotas de agua (fecal).

Nosotros, que tenemos un gran corazón, no le hemos dicho ni una palabra. Eso sí, hemos arramblado con todos los espejos y ella empieza a estar un poco escamada. Para mí que tiene la mosca detrás de la oreja. La mosca verde, claro.

Alfredito, que es un tesoro, la trata con muchísimo cariño y se ha ofrecido incluso a traer…

–…una pulidorita que tengo en casa que te deja el suelo diviiiiiiino. Porque es lo que yo digo: lo que es bueno para el parquet tiene que ser bueno para esa piel.

[Ups, había olvidado reseñar un simpático comentario de mi tía Zita, a propós del trágico aniversario: "Todos íbamos en ese tren, todos íbamos en ese tren, todos íbamos en ese tren… ¡Y una mierda! Yo aquel día iba en limusina, ¡y con chófer!"]

Thursday, March 10, 2005

Que el Señor (Dios… o quien sea, tampoco soy escrupuloso) me ampare

Por el momento, queridos, no puedo desvelar nada. Sólo os diré que mi madre se ha quedado de piedra cuando le han quitado las vendas a mi hermana.

–¡Santísimo Cristo de Medinaceli! –exclamó, antes de perder el conocimiento.

–¡María Santísima del Sagrado Paño! –coreó mi tía Zita, también a punto de perder el equilibrio.

–¡Hostias! –el único ojo de mi hermano se mantuvo a duras penas dentro de su órbita.

–Ay, Dios…

Incluso el médico palideció un poco.

–¿No les gusta? Siempre se puede cambiar, pero es lo que su madre me trajo…

Está claro. Mamá tiene que dejar de beber ¡YA!

Friday, March 04, 2005

Una sospecha

En los pasillos del Hospital, una maruja histérica viola mis tímpanos con un concierto de quejumbrosos lamentos.

–Ay, ay, ay. Que no, que mi hija no es anoréxica, lo que pasa es que lo quema todo.

–Ah, ¿su hija de usted es fallera?

Para que luego digan de las princesas…

[Una apreciación de mi tía Zita: “O sea, ¿que fue La Dientes la que quemó el Windsor?” Así se escribe la historia. Al final, Nerón y la Mujer Esquemática estarán unidos por su amor a la letra impresa, sobre todo si son “una joya literaria” (o bisutería en su defecto, bonita), y a la piromanía.]

Thursday, March 03, 2005

Ante todo hay que ser práctica (y tú que lo digas)

Una conversación entre mi madre y La Retorno en la salita de la UCI (se supone que está prohibido fumar en los hospitales; será opio, porque el resto –tabaco, marihuana, hachís, laurel– se fuma, y mucho, con total impunidad).

–Odio a las maricas malas –La Retorno acompaña esta declaración de principios de una larga, profunda bocanada de humo y un golpe de melenón asesino.

–¿Y eso qué significa?

–Que odio a las maricas.

–Pero tú… eres marica, ¿no?

–Perdone –ha replicado La Retorno, convertida en piedra–, travestí si no le importa, querida.

Mamá ha suspirado (no fuma, pero le huele el aliento como si lo hiciera: negro, dos cajetillas diarias) y, alargando un brazo hacia la persiana laminada, ha dicho con tono resignado:

–Hija mía, yo hace tiempo que no odio a nadie. No me compensa, ¿sabes? Y es fatal para el cutis. Y para la celu. Y yo, una mala piel la puedo disculpar, pero unas cartucheras… Jamás.

En ese momento, ha entrado el médico con expresión preocupada.

–¿Es usted la madre?

–Sí, ¿pero a que parezco su hermana pequeña?

–Señora, no frivolice. Su hija se debate entre la vida o la muerte.

–Pues conociéndola, seguro que escoge la muerte sólo para fastidiarme. El negro no es mi color, ¿sabe?

–El cárdeno tampoco, se lo aseguro –ha apostillado La Retorno, con muy mala baba (creo que lo de marica le ha llegado a los nitos).

–Pero… ¿vivirá?

–Qué quiere que le diga, señora. Lo que sí le puedo garantizar es que está hecha una pena.

–¿Y no hay manera de arreglarla siquiera un poquito? Es que una hija deforme hace muy mal efecto en casa. Y que la piel corrugada no va para nada con la decoración. Es que yo soy muy, pero que fan del estilo imperio.

–Mujer, siempre podemos operarla…

–Yo, si lo cubre el seguro, adelante. Pero si es de pago la respuesta es no. Y conste que no soy una madre desnaturalizada. Para nada. Si hay aquí una madre coraje ésa soy yo. Pero vamos a pensar con un poquito de lógica, que es lo que siempre recomienda el doctor Albert Ellis: mi hija tiene toda la vida por delante y yo, en cambio, estoy a las puertas del climaterio. Vamos, yo creo que a mí me urge muchísimo más una liposucción que a ella la cirugía plástica.

–No se preocupe, señora, que esto es gratis…

–Ah, en ese caso, como si le pone pito.

–¡Señora!

–Es que mi hija ha sido siempre un poco chotuna. En fin, no se preocupe, que tiene muy buen conformar.

–Necesitaré una foto

–Pues no sé si llevo alguna encima. Es que odio que me hagan fotos…

–No, señora, de su hija.

–Ah, por eso no se preocupe. Mi hija era más fea que Picio, por eso iba siempre como iba, hecha un zorrón verbenero. Mejor le traigo la foto de una modelo. O mejor, de una presentadora de televisión. Esa tan mona de Telecinco… Y digo yo una cosa, ¿ya que la van a operar no podían ponerle más tetas? No ponga esa cara, hombre. Ante todo hay que ser práctica.

Wednesday, March 02, 2005

Dicen que el rojo es el color de la pasión…

…Y también de la piromanía.

Quemaduras en primer, segundo y tercer grado (y hasta cuarto y quinto). Depilación integral. Por abrasión. Vamos, que seguro que a mi hermana no le vuelve a salir ni un pelo vuelto.

¿Y Gorka? Mmmm, yo diría que no volverá a ponerse un pasamontañas en la vida.

[Mil gracias, Ginebra. Es usted divina. As usual. El título es un homenaje –jajajajaja– a la tía Fran (Lebowitz), porque yo, al contrario que otras –directoras de cine con un asombroso parecido, básicamente capilar (y etílico), con Chavela Vargas y periodistas de prensa femenina de más que dudoso talento–, sí revelo mis fuentes.]

Tuesday, March 01, 2005

Dejabugo familiar

Cuando nos bajamos del avión –dos horas y media embutidos en unos asientos que le provocarían claustrofobia a una almeja–, me quedé de piedra pómez. Allí, a pie de pista, una gorgona enloquecida berreaba nuestros nombres. Zita, Zita, Zitaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…

–¡¿Pero quién es esa?!

–Tu madre, hijo. Tu madre.

–Pero… ¿Y ese pelo? ¿Y esas gafas? ¿Y ese modelo?

La tía Zita ha entornado los ojos antes de agitar la cabeza como un obispo ante una legión de lesbianas pro-abortistas (y no, no es un oxímoron; sólo diré dos palabras, Amparo Rivelles, para refutar las reticencias más recalcitrantes).

–Me temo que es lo que tu madre entiende por incógnito.

–Pero si sólo le falta un morral para que la detengan por terrorista.

–Lo tiene. Mírala bien.

En efecto, allí detrás, donde en otro tiempo hubo un renard, ahora lo único que quedaba era una especie de saco de color vagamente militar. ¡Horror! ¡Mi madre con mochila! Por mucho menos, en los últimos doscientos años se han cometido parricidios extraordinariamente sanguinolentos (y justificados).

–Tía, por lo que más quieras… ¿No querrías adoptarme?

–¡Quita de en medio!

Cuando dejamos atrás a los gendarmes de la Guardia Civil –creo que España es el único país del mundo en el que, cuando llegas a la aduana, “nada que declarar” es algo más que una frase hecha: es la cruda realidad–, mamá saltó sobre nosotros como una mangosta.

–¡¡¡Tu hermana!!! Ay, tu hermana… ¡Me vais a quitar la vida! ¿Pero qué he hecho yo para tener una camada así?

–Mamá, no hables así. No somos hienas.

–No estés tan seguro y mira… ¡ESTO!

Agitó ante mí la portada de un periódico (con pretensiones de independiente; ay, que me da la risa: si no recuerdo mal, lo único independiente que hay ahí es la orina… y sólo en algunos casos especialmente avanzados de Alzheimer). En primera plana, bajo la foto del Windsor en llamas, estaba la imagen pixelada de lo que parecían dos sombras chinescas. Una de ellas era prácticamente inidentificable, pero la otra…

–Es Gorka, ¿no?

–Sí, son tu hermana y el cenutrio de su novio.

–No me digas que fueron ellos los que…

–Peor –mamá ha puesto los ojos en blanco, al borde de un ataque de hipoglucemia–. Les pillaron en medio de un… de un… de un… polvo. Un coito. S-e-x-o.

Mi tía Zita sufrió un ligero vahído cuando oyó la palabra coito, pero rápidamente volvió en sí.

–Cuando una chica se viste como una buscona lo más probable es que acabe comportándose como una puta. La culpa es tuya. Mírame a mí… o a mi hija.

–Zita, guapa, ni aunque tu hija saliera con las tetas al aire podría nadie tomarla por una pilingui. Por un experimento genético quizás, hasta por una artista de circo si me apuras (pero de las de barraca). ¿Por una puta? Por una puta, jamás. No te hagas ilusiones.

–Hace mucho tiempo que no me hago ilusiones con mi hija –ha remachado mi tía con voz seca; cada palabra ha sonado como un clavo sobre la tapa de un ataúd (mi tía sabe mucho de ataúdes: ella misma selló el de su marido con una colección de alfileres de sombrero que había heredado de su suegra; los clavó con la lengua).

–Hijo mío, ¿qué vamos a hacer? –a estas alturas, las manos de mamá parecían dos bacantes furiosas, presas de un charlestón epiléptico– Si le he reconocido yo, más pronto o más tarde cualquier vecina atará cabos.

–O cualquier hombre, mamá. O cualquier hombre.

A estas alturas la cabeza de la tía Zita se agitaba como la de un perro de cartón-piedra sobre el salpicadero de un coche fúnebre.

–Negaré haber dicho semejante blasfemia el resto de mi vida, pero… ¡¿por qué no abortaste, pedazo de gilipollas?!

–Porque tú no me prestaste el dinero, so puta.

Y a partir de ahí, la historia se repite (o sea, que volvimos a acabar en Urgencias).