Thursday, September 30, 2004

De vuelta de tó

Mi hermano ha salido de peligro. En realidad, mi hermano ha salido. Y punto. Dejó los cuidados intensivos –la UCI esa– y ahora comparte habitación con un pobre travesti al que un grupo de neonazis le dejó la cara hecha una ruina.

–A mí, casi como que me da igual. De todas formas, antes de la paliza mi cara tampoco era como para tirar cohetes. En cambio, lo de tu hermano es una pena…

–No te creas. A nadie le viene mal una cura de humildad.

Las monjitas –putas todas– le tratan con una deferencia que, o yo estoy ya paranoico del todo o en realidad se tratada de una nauseabunda condescendencia/superiodad: Larre para arriba, Larre para abajo, Larre quieres esto o necesitas aquello… En fin, un horror.

La primera vez que escuche el nombre me quedé un poco estupefacto.

–¿Larry? –pregunté con cierto escepticismo. Larry suena a camionero de Kentucky, a ex marido de Liz Taylor, a propietario de un imperio pornográfico. Pero no a drag-queen. Bueno, drag-queen no: travestí, travestón. Travesti-putón. De esa escuela, vamos.

–De Larry nada, cariño. Larre –me explicó, muy didáctica, a través de una maraña de sondas, catéteres y botes de suero (la mitad izquierda de la cara es una pura magulladura)–, de La Retorno, porque estoy de vuelta de tó. A mí Chenoa me toca el coño.

Larre, o mejor, LaRe, es un tiarrón pintado como una puerta, con dos brazos como dos carretas y tetas de poliespán, pelucón tipo Turner (Tina, no Lana), medias de rajilla, taconazo de aguja y gemelos de jugador de rugby. Una mamarracha, vamos; pero una mamarracha con cierta dignidad.

La Retorno actúa en un bar de mala muerte y está soltera. Es una mujer –una vez superado el primer impacto te olvidas de que es un chulazo con voz aguardentosa-cazallera-carne-de-pólipo y manos de ebanista– con un corazón de oro y pendientes de bisutería. Aunque no es la única bisutería que lleva encima. La Retorno adora al becerro de oro en todas sus manifestaciones, de las más imaginativas a las más zafias. Lo de “charcutería fina” ella lo lleva a sus últimas consecuencias… y un poco más allá.

–Nene, tú tienes un futuro –me dijo en cuanto me puso el ojo encima (el derecho, claro; el izquierdo está sepultado tras las contusiones)–. Y un pasado. Te lo digo yo, que de esto sé mucho.

Y pasó a explicarme su vida.

La Retorno ha estado en la cárcel. Varias veces.

–Y en la legión, y en el seminario, y en las rebajas, y en la marina mercante, y en la obra –vamos, que he sido albañil; del Opus, no quiero saber nada: el género de punto no me favorece–; por estar, he estado hasta a las puertas del Más Allá. Pero no. Ni los neonancis han conseguido quitarme de en medio.

La Retorno es súper fiel a su filosofía: de vuelta de tó.

Tuesday, September 28, 2004

Con la mosca… (2)

Mi madre, como ya comenté ayer, está con la mosca detrás de la oreja. Una pena. Si supiese realmente… Pero mejor no. Mucho mejor que no.

Ayer encontraron el otro brazo (lo que quedaba de él, porque un grupo de homeless se había hecho un puchero à la strogonoff después de encontrarlo en la puerta de una tienda de delicatessen; lo tomaron por un jamón de Bayona y se lo comieron con una salsa de vinazo y cebolla; en realidad, con lo que quedaba del vinazo, una gota, vamos), con lo que ya no creo que aparezcan más. A no ser que la mujer sea la reencarnación de la diosa Shiva. De las manos y los pies no se sabe nada, con lo que la identificación parece que va a ser un poco difícil: sin cabeza y sin huellas dactilares ya me contarás.

Mamá está que se sube por las paredes. Sigue erre que erre con que hay algo que le suena. Y que le suena, y que le suena, y que le suena…

–Joder, qué pesada. Es un cadáver, no un pick-up.

–¿Qué sabrás tú de eso?

–¿De cadáveres o de pick-ups?

–De las dos cosas.

–Mucho. Soy carne de hemeroteca –y de homoroteca, pero eso ella no tiene por qué saberlo.

Para mí, que ésta es capaz de denunciarme.

Monday, September 27, 2004

Con la mosca detrás de la oreja

–¡Qué horror! Esta ciudad es el Bronx…

Mi madre está verdaderamente horrorizada con la noticia del día (lo del tronco). Creo que tiene incluso pesadillas. No me extraña. La verdad es que todo es un poco desagradable.

La policía ha encontrado el cuerpo de una mujer… O lo que queda de él. Un tronco sin cabeza, sin piernas y sin brazos, tirado en un contenedor de basura. Dos calles más allá, aparecieron las piernas (sin pies) y en un solar, uno de los brazos (sin mano). El otro brazo aún no ha aparecido. De la cabeza no se sabe nada.

Mi madre está un poco preocupada, porque el tronco apareció en el contenedor de un restaurante chino, y ella está obsesionada con que la comida china se compone básicamente de glutamato (85%), carne humana (12%) y excrementos (3%).

–Estoy convencida de que tu hermana, con esa obsesión que tiene por el rollito de primavera, un día de estos saca la catana y nos rebana el pescuezo.

–Mamá, la catana es japonesa y si hay algo que aborrezca tu hija, además de la pobreza y la falda larga, es el sushi.

–Pues no sabes el peso que me quitas de encima. Es que a mí, lo de este crimen me tiene de lo más alterada.

–Ya será menos.

–No, no, te lo aseguro –ha hecho una pausa muy dramática antes añadir en un bisbiseo de lo más sibilante–. Además, hay algo… Algo… No sé. Algo… que… me… da… muy mala espina.

–¿Sí? ¿Qué?

–¿Has visto las fotos?

–Pues claro, mamá. Ya sabes que yo, como todo niño, soy muy morboso.

–¿Y no te suena nada?

–Pues no. Nada –he respondido, en tono glacial.

Mi madre ha agitado el periódico ante mi vista y, achinando los ojos como dos guillotinas, ha escupido:

–¿De verdad no te suena nada?

–Pensándolo bien, sí. Hay algo que me resulta muy familiar…

(Continuará).

Thursday, September 23, 2004

Empiezo mi carrera en el crimen

Matar es fácil, matar es fácil, matar es fácil… ¡Y un cuerno! Cómo se ve que Agatha Christie no mató a nadie en su vida. Cuando tienes cinco años, hay que ver lo difícil que es deshacerse de un cadáver. Qué dura es la carne humana (sobre todo, los cartílagos); y qué difícil es partir los huesos. Y qué mal huele la gente por dentro… Vamos, que no me cabe en la cabeza que Gilles de Rais le abriese la barriga al doncel de turno para frotar el pizarrín contra sus vísceras. Lo que es a mí, no me pillan en una de ésas ni para atrás. Eso sí, hay una mamarracha menos en el mundo y eso… ¡Eso no tiene precio!

Habrá quien me llame fascista. Bueno, pues sí. Soy fascista. Y además un asesino. Y algo peor: un asesino esteta.

Cuando llegué a casa, mi madre puso el grito en el cielo:

–¡¿Pero cómo vienes así a casa?! ¿De dónde vienes? ¡No me lo digas! No me lo digas, no me lo digas, no me lo digas. ¿Otra vez te han dado una paliza? Esta vez no dirás que ha sido tu padre… Qué horror, estás hecho un Cristo. ¿Pero de dónde ha salido toda esta sangre? Para mí que va a ser que te gusta. No serás sadomasoquista, ¿verdad?, porque a mí el cuero me da mucho asco. Vamos, antes prefiero ver muerto a uno de mis hijos que con pantalones de cuero. Por no hablar de esa gorrita absurda, claro…

La verdad es que yo también aborrezco el look lederón, pero he preferido no sacarla de su error. Un poco de desasosiego nunca le ha hecho mal a nadie. Y menos a mi madre.

Wednesday, September 22, 2004

Por los pelos (te conocerán)

Al final, mi madre me ha sacado a pasear, pintado como un bibelot malayo.

–Anima esa cara, hijo. Ni que fuese la primera vez que te pegan una paliza.

He preferido no indagar en este críptico dato sobre mi infancia que, afortunadamente, he olvidado.

Así, en silencio, hemos ido andando hasta el centro. Mi madre, con un traje de chaqueta que le presta –sí, presta, el verbo está elegido adrede y con bastante mala baba– cierta elegancia bastante ajada, se ha detenido ante una terraza, galvanizada de ira.

–Mira, hijo –ha dicho, levantando un brazo tieso como las canillas del Cristo de Medinaceli (que yo creo que el estilista de Bebe ha tomado como modelo).

Frente a nosotros, una escalofriante estampa: una camarera de mediana edad, y varices no precisamente medianas, estaba colocando los manteles de color fuego, a juego con su pelo, sobre las mesas. El tinte capilar y el textil tenían exactamente el mismo tono. Idéntico.

–A esto conduce la civilización –ha sentenciado mi madre con una expresión de lo más fúnebre, como si contemplase un campo de batalla infestado de cadáveres.

Yo, ni corto ni perezoso, he tomado nota de la dirección, dispuesto a que esa visión no se quede tan sólo en el terreno de la fantasía. Al fin y al cabo, tengo cinco años. La ley no puede hacerme nada. Soy un niño, ¿no? Pues eso.

Tuesday, September 21, 2004

Dos regalos de cumpleaños

Al final ha sido mi hermana –¡milagro!, podría cantar con la boca (pequeña), exigiendo un repique de campanas litúrgico y cardenalicio– la que me ha echado una mano. Pétreo, vulcanizado me he quedado. Estucadito Martínez-Bordiú.

–Hijo mío, ¿pero cómo vas a salir así a la calle? Anda, ven aquí… ¿Es que no has oído nunca eso de que los polvos y el maquillaje compacto son nuestros amigos?

Sí, en efecto. Ya no parezco una mujer maltratada. Ahora parezco una drag-queen maltratada. Escarnecida, de hecho.

–Pero, chica, ¿qué has hecho?

–Pues disimilar las magulladuras, cariño.

–¿Y para eso es necesario el eye-liner?

–En tu caso, sí.

Francamente, empiezo a estar un poco hasta el kimono de que en mi casa me consideren la marica de turno en lugar del genio de turno. Empiezo a comprender por qué Capote fue durante toda su vida un hijo de perra. Es más, empiezo a comprender a las perras. Empiezo incluso a sentir cierta empatía por Dovima, cada día más hermética (=anciana).

–Fue papá, ¿sabes?

–No te hagas mala sangre. A papá es mejor no echarle cuentas…

Al final va a resultar que mi hermana es la sensata de la familia.

–Anda, ven aquí, tonto… –y me ha dado un beso (en el occipucio)–. ¡Feliz cumpleaños!

Se me han llenado los ojos de lágrimas; cuando he querido darme cuenta, parecía un mapache… un mapache desollado. Algo estremecedor.

–Y un consejo, conejito. No te la tragues. Tú mámasela, pero no te la tragues. No le des ese gustazo. Si te dicen que te van a poner un piso, entonces sí, entonces te la tragas.

Dos consejos por el precio de uno. A eso llamo yo un buen regalo de cumpleaños.

Monday, September 20, 2004

Perdiendo fe en la familia (si es que alguna vez la tuve)

Bueno, una cosa es una cosa. Y otra, otra. Quiero decir: no me importa que mi padre abuse de mí; es más, me halaga. Pero de ahí a aguantar con un estoicismo, que estoy muy lejos de tolerar, una paliza en toda regla media un abismo. Un abismo tan negro, de hecho, como mi ojo izquierdo.

–Hijo mío, ¿otra vez te han vuelto a pegar en la calle? –exclamó mi madre, llevándose las manos al pecho (a un broche de lapislázuli que heredó de su tía Marggie, la cubana)–. Si no movieses tanto las caderas…

–Perdona, ¿insinúas que tengo mucha pluma? Muchas gracias, mamá. ¿Otro orujito?

–Nada más lejos de mi intención que traumatizarte. Pero, la verdad, tampoco gano nada escondiendo la cabeza debajo del ala. Eres maricón. Y punto.

–Mamá, por favor…

–¡¿Qué?! Si lo prefieres puedo llamarte gay, pero a mí me parece tan ridículo…

–Muchas gracias por tu apoyo, guapa. No, no me han pegado en la calle. Hoy por hoy, si quieres que te peguen (en la calle o fuera de ella), tienes que pagar. No. Ha sido aquí, en casa.

–Qué me dices. ¿Se me ha ido la mano con el anís?

–Y con el chinchón, y con el vinazo, y con el calissay… Pero no, no has sido tú. Ha sido papá.

–¿Tu padre? Pues no me lo explico. A mí no me pone una mano encima desde hace años, y en cambio a ti casi te salta los dientes. Qué quieres que te diga: me parece un poco injusto, hijo mío.

–Mamá, por favor.

–¡No me interrumpas! En muchas parejas, que lo sepas, la violencia de género es una forma de comunicación.

–O sea, me vas a decir ahora que una hostia es una manera de decir te quiero.

–Para nada. Una hostia es una forma de decir no te soporto, pero eso al menos es algo. ¿Sabes que hay parejas que llevan años sin nada que decirse?

–Mira, mamá, paso de ti.

–Haz lo que quieras. Pero, por lo que más quieras, no se te ocurra ir diciendo por ahí que eso te lo ha hecho tu padre. A bastante tensión está ya el pobre sometido, como para encima tener que aguantar que toda la escalera se le eche encima. Si quieres ganar popularidad, ésa no me parece que sea la vía más correcta.

–Pero… ¿Y yo? –he acertado a decir, al borde del estado pétreo.

Mi madre ha cerrado los ojos, ha arrugado la boca (más) y, llevándose las manos al broche, se lo ha arrancado y me lo ha clavado en la teta con bastante mala fe.

–Ten. Y no te quejes –ha añadido tras una pausa dramática–, que tiene un buen empeño.

Thursday, September 16, 2004

Una (nueva) pelea conyugal

Mamá ha pensado en redecorar la casa. Otra vez.

–Había pensado en algo étnico. Mmmmm. Mmmmmm. Mmmmmm. Algo… algo… algo así como una cabaña de recreo vienesa. ¡Austrohúngara!, mejor austrohúngara: mitad pabellón campestre, mitad chinoiserie, mitad…

–¿Tres mitades? –le ha interrumpido mi padre–. ¿Qué has bebido?

–Pero qué ordinario eres. Siempre lo has sido, pero últimamente estás imposible.

–Yo al menos no estoy todo el día dale que te pego, dándole a la botella. Eres una maruja patética, aburrida y borracha.

–Pues anda que tú, con esa barriga y esa dentadura postiza que se te va a caer un día de estos, babeando delante del televisor con alguna de esas putillas que a saber a quién se la habrán mamado (¿o te crees que no estoy en el mundo?), y esa bata, llena de lamparones, y encima, encima…

–¿Encima qué?

–¡Estás todo el santo día aquí metido! ¡Me vas a volver loca! Pareces un hurón, sin cambiarte, sin afeitarte, sin quitarte la colilla de la boca, con ese olor… No tengo nada en contra de los depresivos, bien lo sabe Dios. Tu tía Emilia, por ejemplo, me ha caido siempre, ya lo sabes tú, fenomenal. Y eso que después de su último intento de suicidio se quedó, la pobre, un poco así, escoradita a la izquierda como una gárgola. O Emilita, su hija, que sí que lo logró. A la primera. ¿Y tú? Vamos a ver, ¿por qué no te quieres suicidar? ¿No te parece que el mundo es un lodazal? Coño, pues haz como tu prima, que la tuvieron que recoger con una espátula. ¿Para qué te crees tú que hice un seguro de vida? ¿Por gusto?

Mi padre ha puesto un gesto de horror, acentuado por la coda final de mamá:

–Como sigas así, no voy a necesitar una liposucción sino un milagro.

A continuación, sin previo aviso, mi madre se ha arrimado a mi padre como una gata (en celo) sobre un tejado de cinc caliente.

–¿Y tú cómo crees que quedará mejor el salón? ¿En siena tostado o en rojo pompeyano?

–Me vas a quitar la vida.

–Pues anda que tú.

He pensado en poner objetos punzantes como olvidados por toda la casa. A ver si con suerte se sacan los ojos un día de estos.

Wednesday, September 15, 2004

Otro cisma familiar

Bueno, pues al fin apareció mi hermano. Sin dientes. Una pandilla de monjas, a las que él tomó por una despedida de soltera, le pegaron una paliza de muerte con sus crucifijos de tamaño natural. Y eso que mi hermano ha sido siempre bastante inmune a los malos tratos, porque mi padre siempre ha tenido la mano súper suelta (sobre todo con él, que no se plegó a sus deseos; una idiotez, a todas luces: con lo fácil que es plegarse…); pero, claro, mi padre no disponía de tallas en madera de roble de cristos torturados con afiladísimas potencias de bronce, clavos de acero y coronas de espinas hiperrealistas, capaces de desgarrar la piel y dejarte la cara en carne viva. De hecho, mi padre, que nunca ha sido un latinista experto ni mucho menos un beato, ha aprendido de golpe lo que significa la expresión “Ecce Homo”. Más le hubiese valido enseñarle a mi hermano eso de "Noli me tangere".

Mi hermano, el pobre, tardará unos meses en recuperar parte de su antigua lozanía –sólo parte, que conste, ya que el párpado izquierdo le ha quedado prácticamente inservible, como un toldo vencido por el tiempo, la mugre y el óxido– y supongo que otros tantos meses en recuperar la dentadura, porque mi madre, aunque tiene sentimientos maternales –eso nadie lo duda–, es francamente reacia a soltar la pasta para nada que no sea su cantinela de siempre: “lo que hay en la cuenta es para la lipo y eso es in-to-ca-ble”.

Mi hermano ha decidido denunciar a las monjas, no por rencor –es un organismo demasiado primitivo como para sentir esa clase de emociones destiladas poco a poco, que requieren de más de una neurona, aunque sólo sea para pudrirse en masse en los sótanos de un alma mezquina, rastrera y execrable–, sino por avaricia: se ha enterado de que en el convento guardan tesoros artísticos de valor incalculable. Y cuando mi hermano escucha las palabras valor e incalculable en una misma frase, tiene una erección. Lo sé; es una táctica que he empleado a menudo cuando se ha mostrado reacio a abusar de mí y hacerme víctima de todo tipo de depravadas perversiones. Perversiones, por otro lado, para las que necesita una guía ya que su imaginación es de horizontes francamente limitados incluso para algo para lo que, por su naturaleza, debería estar dotado; tal vez las monjas puedan suministrarle unas cuantas ideas…

En fin, el caso es que en cuanto mi tía Zita se ha enterado, ha puesto el grito en el cielo. Literalmente, porque ella tiene conexión directa con el Más Allá, ya que además de hacer predicciones bíblicas, mi tía Zita es médium y sibila (o sea, una especie de Rappel con twin-set en lugar de túnica y abalorios, no la diseñadora fantasma).

Mi tía Zita es una de las protectoras oficiales de la Orden agresora de mi hermano, las Adoratrices de Santa Micaela. Al parecer, a las adoratrices les flipa el rollo neobizantino, así que tienen todo el convento forrado de pan de oro de arriba abajo, y mi hermano ha dicho que piensa obligarlas a dejar las paredes más tiesas que las canillas de Pitita Ruidruejo.

–Si quieren decorar los muros, que pongan gres como todo el mundo –ha balbuceado a través del sistema de respiración asistida.

Mi madre, que tampoco se tiene precisamente por una mujer devota, se ha puesto de parte de mi hermano “de manera incondicional”, aunque a mí no me engaña: lo ha hecho por sus caderas. Ya se sabe, la lipo es lo primero.

Mi tía Zita ha contraatacado con una maldición (bíblica, cómo no), que al parecer le ha dictado el mismísimo San Juan de Patmos esta mañana, cuando sacaba brillo a la plata. “Dile a tu madre que se prepare si la carne de su carne actúa contra mis protegidas, esas benditas. Si tu hermano no fuese por ahí enseñando el badajo…”

–Pues no sé de qué se escandalizan esas pazguatas –ha replicado mi madre–. Al fin y al cabo, están hartas de tocar la campana todo el santo día.

Mi madre, a veces, tiene la sensibilidad en la brenca del coño.

Tuesday, September 14, 2004

Yo & Yo

Hoy, mientras me miraba al espejo, el reflejo me ha guiñado un ojo legañoso y me ha sacado la lengua saburrosa, una lengua que no es la mía, antes de ponerse en jarras para reprenderme mi pasividad –en todos los sentidos (supongo)– de los últimos días.

–¿Pero a qué esperas para tomar las riendas de tu vida? –mi reflejo es casi idéntico a mí, pero tiene un tono ligeramente más bronco que el mío, que mi madre, en sus peores momentos, define como "voz maricochillona"; mi reflejo, en cambio, tiene una voz rota, como de cabaretera de vuelta de todo (incluidas varias bodegas y figones baratos).

–Pues a tener una vida. Por el momento, como comprenderás, poco puedo hacer. Ya me dirás tú si con cinco años…

–A tu edad Mozart ya daba conciertos.

–Pero no comía pollas.

–Eso no. Pero comer pollas no es un Plan de Vida, ¿sabes?

–¡¿Cómo que no?! -ha saltado, como si me hubieran arrancado una uña con unas tenazas al rojo vivo–. ¿Y qué me dices de tantas y tantas princesas morganáticas? ¿Y de Tita Cervera?

Por un momento, mi reflejo ha vacilado, pero es realmente muy obstinado, así que ha vuelto a la carga, sin piedad.

–No creas que con un razonamiento tan pobre vas a…

–¿Pobre? La Historia de la Humanidad, empezando por la Biblia, está llena de casos que demuestran que una felación es el primer paso hacia una revolución.

–Eres un imbécil.

–Y tú, un maleducado. Y muy mala persona, además.

–Pues soy tu reflejo, así que ya me contarás…

La verdad es que esta discusión, al lado de lo que tenemos en casa, no es más que una raya en el agua. Mamá está harta de hablar no sólo con los espejos, sino con los retratos de su familia distribuidos a lo largo y ancho del piso, sobre todo en el pasillo.

–Hijo mío, tú no te preocupes. Lo que te ha pasado es de lo más normal.

–¿Tú crees? ¿No será que me está saliendo un brote de neurosis? No me extrañaría nada. Ya sabes tú que en la familia hay una vena de locura que…

–Eso es en la de tu padre. En la mía, jamás.

–Pero ¿qué dices? ¿Y lo tuyo con las medias?

–Te prohíbo terminantemente que critiques mis medias. Jamás me han dado un mal consejo.

Sí, mi madre también habla con sus medias. Me temo que mamá es demasiado comunicativa. Y lo cierto es que tampoco le dieron un mal consejo cuando se quedó embarazada: abortar.

Monday, September 13, 2004

De Baby Killer a Mary Poppers

Tras este fin de semana, puedo decir que:

a) Estoy súper a favor del maltrato infantil.

b) Estoy súper a favor del maltrato infantil.

y c) Estoy súper, pero súper a favor del maltrato infantil.

O sea, ¿quién coño quiere tener hijos? ¿Quién quiere adoptar? ¿Pero quién, en su sano juicio, se atreve a predicar las virtudes de la paternidad responsable (es más, las palabras paternidad y responsable nunca, jamás, deberían de poder conjugarse en una misma frase)? ¿Quién quiere perpetuarse? ¿Quién, Dios mío, quién? Cuatro inconscientes. Y cuatro maricas (cuatro maricas inconscientes, además, que también querrán casarse, comprar una mesa-camilla en Ikea y ponerse mechas, seguro).

Yo, si tengo que elegir un dios al que rendir culto, me quedo con Saturno. Una criatura que devora a sus hijos no puede ser mala.

Eso sí, algo se salva del fin de semana. Otra bonita, pero algo herética, reflexión teológica de mi madre (tras casi una botella de Marie Brizard):

–Pues yo, qué quieres que te diga, que a mí lo de María Magdalena y Jesucristo… Porque es lo que yo digo, ¿a qué viene eso de lavarle el pelo con la melena? Para mí que ahí había algo.

En fin… Lo de mi hermana sigue en suspenso. Mientras tanto, mi hermano aún no ha aparecido (se fue el jueves). Yo le he devuelto sus hijos a la vecina, disculpándome por la quemadura del pequeño (al fin y al cabo, no hay por qué armar tanto escándalo; hoy por hoy, con la cirugía…), pero la muy perra se ha puesto a dar berridos como una loca y ya no ha habido manera de hacerla entrar en razón. Papá también está que trina, porque mi tía Helga (née Vicente) amenaza con instalarse en casa mientras encuentra un "nidito agradable donde poder estar a solas con mis fantasmas y mis bibelots" ("seguramente, forrado de chintz; ya apuntaba maneras desde niño", ha apostillado mi madre con un gesto de lo más torvo).

La familia. Mmmmmm.

Friday, September 10, 2004

Una muerte a lo Victorio & Luchino

Vamos a centrarnos. Un poquito de organización. Mi hermana le ha contado a mi madre, con pelos y señales, lo que pasó aquella tarde. Mi padre y yo, mientras tanto, hemos dejado entornada la puerta del baño. El incesto no tiene por qué ser un obstáculo para el cotilleo (nunca sabes dónde puede surgir un lucrativo chantaje).

–Vamos a ver, ¿cómo iba yo a imaginarme que la pobre señora era diabética, mamá?

–Pero, hija, si tú misma le ponías la insulina…

–Ah, ¿eso era insulina? Yo creía que era jaco. Como todos mis amigos son yonkis, pues claro, tengo la percepción de la realidad un tanto alterada.

–Ah, ¿pero tus amigos son drogadictos?

–Pues claro, mamá, ¿no has visto esas teces? ¿Esos dientes (o, mejor dicho, esas encías)? ¿Esos pelos? ¿No te has dado cuenta de que están esqueléticos?

–Hija mía, yo creía que eran fashion-victims. Como hoy las modelos parecen todas magdalenas penitentes, que sólo les falta la ceniza y un cráneo… Ah, no, pues eso sí que no. Desde mañana mismo cambias de amigos. No te he apuntado en los mejores colegios para que acabes con la hez de la sociedad.

–Pero mamá, si precisamente los conocí a todos en el colegio. Cuanto mejor es su familia, más drogadictos son.

–Mmmmm. Bueno, en ese caso… Pero tú no te meterás nada, ¿no?

–¿Yoooo? ¿Y arruinar mi carrera como actriz y modelo? Vamos, hasta ahí podíamos llegar.

–Bueno, pues entonces…

–Entonces nada, mamá. Yo, ya lo sabes tú, no soy muy inteligente. Bastante tengo con ser monísima y estar delgada y al tanto de lo que se lleva y lo que no se lleva como para cultivar mi intelecto. Yo, ya lo sabes tú, de leer, nada. Que lea el niño, que con esa cara que tiene falta le va a hacer tener conversación. Yo no, yo no lo necesito. Aunque, claro, si me ayudases con lo de las tetas…

–No sigas por ese camino, hija mía, que ya sabes que todo lo que hay en la cuenta es para la lipo. Ya me gustaría a mí, pero soy esclava de mis caderas, qué se le va a hacer.

–Ya, ya. Esclava, ya. En fin, yo te juro que no tenía ni idea de que la señora Asunción era diabética perdida. Así que, cuando me presenté en su casa con la caja de bombones, que había comprado para hacerte la pelota por lo del angelito chino…

–¡¿Qué pasa con el angelito chino?!

–Nada, nada, ¿qué va a pasar? Pues eso, cuando la señora Asunción me pidió un bombón, ¿cómo no se lo iba a dar? Ya sabes que yo, con lo mío, soy supergenerosa.

–Sí, hija, sí. Ya me he dado cuenta.

–Bueno, pues no puedes ni imaginarte. Empezó con uno y, cuando quise darme cuenta, se había comido toda la caja. Claro, yo no dije nada porque…

–¿Y cómo explicas tu huella en el último bombón, el que le encontraron incrustado en la garganta? No me negarás que tenía toda la pinta de que se lo habías metido en la boca prácticamente a la fuerza…

–¿Yoooo? ¿Yo meterle los dedos en la boca a esa arpía? Ni borracha (y mira que borracha soy capaz de hacer cosas verdaderamente extravagantes). Lo había cogido para probarlo, pero la muy puta me lo arrancó prácticamente de las manos y se lo metió en la boca.

–Ya. ¿Y lo del testamento? Admitirás que es mucha casualidad que dos días antes de morir de coma diabético, doña Asunción hiciese un testamento a favor tuyo… y con una firma completamente inédita, además.

–Chica, ¿y qué culpa tengo yo si la mujer quería rehacer su vida, empezando por su firma y por sus herederos? Te juro que no me lo esperaba. Vamos, me he quedado de piedra-pómez.

–Mira, hija mía, yo soy tu madre y todo lo que tú quieras, pero, francamente, encuentro que tu explicación es un poquito dudosa.

–¿Dudosa? ¿Me estás llamando asesina?

–Mujer, encuentro algunos flecos que…

–¿Flecos? ¿Qué flecos? ¿Y qué culpa tengo yo si me gustan Victorio & Luchino?

–Ah, de eso toda. Pero toda la culpa. Aquí no te hemos educado para que vayas por ahí hecha una mamarracha.

Y es que mamá, en cuestiones de ética, es súper flexible; pero con la moda, no deja pasar ni una.

Thursday, September 09, 2004

¿Familia o piromanía?

Mi hermana consiguió salir de la comisaría, pero mi tío Queco dice que sí, que hay cargos y que esta vez es muy difícil que la pobre se libre de la cárcel (lo que supongo que no debe ser lo mejor para alguien que aspira a ser una Miss, ya sea Miss Cigarrera o Miss Erable).

Mi hermana, sin embargo, está súper tranquila, porque ella confía ciegamente en su futuro. “Está escrito en las estrellas”, dice. Sí, sí, guapa: polvo de estrellas, pero en tu caso más polvo que estrellas, bonita. ¿Escrito en las estrellas? Escroto y punto.

Mi madre, mientras tanto, ha decidido callar la boca a las vecinas con otra noticia-bomba (mi casa cada día se parece más a un taller pirotécnico): el cambio de sexo de su hermano, mi tío Vicente, que emigró a Alemania en los 60 y ahora, 45 años después, ha vuelto llamándose Helga. Para mear y no echar gota.

–La verdad, a mí ya no me sorprende nada.

Mi madre, la pobre, está a estas alturas más curtida que una cartera repujada de estilo cordobés.

–¿Y eso? –Antonia, la portera, es una de esas mujeres que siempre está sedienta de novedades. Mi madre, en cambio, es una de esas mujeres que siempre está sedienta, y basta.

Al parecer, según ha explicado mi madre con mucho lujo de detalles, mi tío Vicente se emperró de pequeño en que forraran su habitación de zaraza “de arriba abajo, de arriba abajo, de arriba abajo”.

–Ya entonces mi madre (tu abuela, niño, que en paz descanse) debió de olerse algo porque dijo que si el crío sustituía las zetas por eses a ella no le hubiese extrañado lo más mínimo.

–Desde luego. Usted que lo diga, señora –ha sentenciado la portera, mirándome a mí con una expresión torva-torvísima, como una urraca con hemorroides. Para mí que se huele algo…

Wednesday, September 08, 2004

Cría cuervos

Estupefacta. Mamá se ha quedado de piedra. La Policía ha venido esta mañana a casa, buscando a mi hermana. Ella misma ha abierto la puerta (en bragas):

–Hombre, Tinín, qué sorpresa… ¿Qué haces tú aquí?

El agente (Tinín, se ve que mi hermana le conoce, pero él no ha caído en ese momento) le ha agarrado por las muñecas y le ha colocado un par de esposas que se parecían, sospechosamente, a la bisutería que mi hermana se pone cada fin de semana cuando sale por la puerta rumbo a uno de eso colmados en los que gusta de pasar la tarde (y la noche, la madrugada y parte de la mañana del día siguiente).

–¿A mí? ¿Y por qué, vamos a ver, si puede saberse?

–Por asesinato.

–Ah, por eso…–ha suspirado mi hermana, llevándose las manos (las dos, porque, claro, esposada es súper difícil apartarte la melena… teñida… de la cara)–. Mamá, dile al tío Enrique que vaya a sacarme de la comisaría.

–Hija mía, ¿otra vez? Como el tato Queco empiece a cobrarnos, vas a dar con tus huesos en la cárcel, que lo sepas. Ya sabes que lo poco que he conseguido salvar de la quema (¡con mil fatigas, que me vais a quitar la vida!) es para mi liposucción…

–Mujer, ya verás como no es nada, ¿verdad, Tinín?

Tinín ha puesto una cara muy rara. Una cara como de que es algo. Algo muy gordo.

Mi madre, claro, no está dispuesta a renunciar a sus caderas por una hija. Vamos, en la tesitura, ella se queda con el culo, dónde va a parar. Sobre todo porque no es la primera vez que mi hermana tiene problemas con la justicia. Ya tuvo un encontronazo con una de las madres de los seis niños que cuidaba cuando puso una guardería ilegal en el salón con doce años (yo entonces tenía uno, pero no era cliente suyo porque mamá se negó en redondo a pagarle su tarifa; ya entonces imperaba la política Todo Para la Lipo). “Y yo cómo coño iba a saber que ese niño tenía intolerancia al orégano, ¿vamos a ver?… Orégano, orégano. ¡LSD, hija mía!” El pobre Agustín, un niño encantador pero un poco hiperactivo, se quedó hecho un vegetal para el resto de su vida. Lo vi el otro día en el parque y, la verdad, está hecho una ruina. Pero de ahí a que mi hermana sea una asesina…

–Pero, vamos a ver –ha saltado mamá, dejando a un lado la botella de anís El Mono (porque a partir de las doce la mañana, mamá se decanta ya por los licores fuertes)–, ¿de qué se la acusa concretamente?

Asunción Mateos Cid. ¿Le suena?

Mamá ha achinado los ojos.

–¿No es ésa la anciana a la que sacas a pasear tres veces en semana, hija?

–Pues me temo, señora, que ya no la va a sacar a pasear nunca más.

Mi madre ha puesto lo que papá llama su expresión depredadora.

–¿La rica? Mmmmmm. ¿Y la señora ésa no había hecho testamento?

Tinín ha agarrado a mi hermana (en bragas aún) y la ha sacado prácticamente a rastras al descansillo. “Eso, para que se enteren todos los vecinos…”, ha rezongado mi madre, por lo bajo. “Como si no tuviésemos ya bastante”.

–Sí, señora –ha replicado la otra agente (una lesbiana, no me cabe la menor duda) con tono sepulcral–. Me temo que sí. Llame al abogado ese, porque su hija lo va a necesitar…

–¡¿Pero cómo iba a imaginarme yo que la señora esa iba a ser diabética?!–ha estallado mi hermana, a punto de caerse por el hueco de las escaleras.

–¡Calla, hija! ¡Calla!

Mi madre, sin perder un minuto, se ha colgado del teléfono.

–Enrique –ha borbotado, al borde de las lágrimas–. La niña…

Tuesday, September 07, 2004

Azucena, un lirio de candor

Ha estallado la bomba en casa. Hiroshima y Nagasaki, todo en un uno. Mi hermano trabaja como boy, vamos, que hace strip-tease. O sea, que enseña el paquete. Por dinero, no como en casa. A mi madre le ha dado un bitango y hemos tenido que reanimarla con licor 43. A mi padre, se le han puesto los ojos como dos canicas al rojo vivo (yo creo que se ha entregado a todo tipo de fantasías sicalípticas).

Al parecer, Azucena, la hija de la vecina del quinto –una perturbada que sólo habla con su hija a través de un hilo cosido a un yogurt vacío porque tiene agorafobia y desde hace años no sale de su dormitorio (la mierda no le deja abrir la puerta; la comida se la pasan a través del tendedero)–, fue el fin de semana a una despedida de soltera. O eso dice ella. Para mí que fue directamente a ver si veía tíos en pelota, porque Azucena, la pobre, está muy necesitada de raboterapia.

En fin, el caso es que cuando llegó a la sala se encontró con un chulángano vestido (poco) del zorro, agitando el sable. Aunque mi hermano llevaba puesto un antifaz, ella le reconoció de inmediato porque mi hermano anda todo el día medio desnudo por casa y Azucena no pierde ripio; mi hermano no es muy de cortina, ni de bajar la persiana. Él es más de la escuela: lo que se van a comer los gusanos, que lo disfruten los cristianos (por un módico precio).

Bueno, pues por lo visto, el número de mi hermano acaba con él dejando a la más salida de la sala con la cara hecha un cromo, con algo así como una Z (un juego de palabras muy fino, desde luego) escrita con lo que podríamos llamar su jugo vital, su simiente. Una guarrada, vamos.

Resultó que la más salida –no podía ser de otro modo– fue nuestra vecina. No contenta con quedar como la más guarra delante de toda una sala llena de guarras, fue corriendo al camerino de los boys (no tienen un chamizo individual porque eso no es el Molino Rojo; por lo que me ha contado mi hermano, eso es más bien el circo Price) y le hizo chantaje: “O abusas de mi inocencia aquí mismo o lo cuento todo”.

Mi hermano, claro, se la tiró delante de todos, porque él no tiene sentido de la moral (ni del ridículo). Pero la muy perra se lo ha largado todo a mi madre, porque dice “hay ciertas cosas que una madre siempre tiene que saber”

–Desde luego, bonita –replicó mi madre–. Ya va siendo hora de que la tuya abra los ojos. Como platos.

Azucena, la pobre, no se podía imaginar lo que la indignación (y varias botellas de Marie Brizar) pueden provocar en la psique de una mujer de mediana edad. Ha subido las escaleras de cuatro en cuatro y, ni corta ni perezosa, ha arrancado la puerta del dormitorio de La Loca de cuajo. A la pobre mujer casi le ha dado un síncope. Sobre todo cuando se ha enterado de que cómo se gana la vida su hija. Azucena es estilista. En el Obispado. Por cierto, este año se llevarán las casullas neobizantinas, recamadas con perlas de río. Y olvidaos de las tiaras de más de 60 centímetros, están totalmente demodé.

Monday, September 06, 2004

Hay que espabilar

“Hijo mío, no me creo nada. Pero nada. Todo es mentira. ¿300 muertos? Pero si son modelos. Todas. Porque, vamos a ver, ¿a ti te matan a un hijo y tienes ánimo de pintarte los morros? ¡Y esas transparencias…! Vamos, que no me lo creo. Todas modelos, hijo mío. Todas modelos.”

Mi madre es partidaria de la teoría de la conspiración. Según ella lo de Rusia es un montaje. Modelos monísimas, con vestidos de luto con transparencias, contratadas por el gobierno ruso para suscitar las simpatías internacionales y alejar las sospechas de los verdaderos dramas que desgarran la antigua Unión Soviética (contrabando de armas, trata de blancas, tráfico de uñas…). Y, la verdad, no le falta razón. Esos maquillajes son cualquier cosa menos de luto. Pero si algunas de las madres van peinadas como mi hermana cuando se va de discotecas…

–¿Y esos escotes? ¿Y las mangas? Mira esta manga. ¡Mírala! ¿Te parece a ti que esta madre está rota por el dolor? –exclama mi madre, agitando las páginas del ABC (porque ella es muy del ABC).

–Y el flequillo –tercia mi hermana–. Y el eye-liner.

–¡Todo mentira!

Mi padre, que con esto de Rusia está últimamente conmigo como un guante, no puede contenerse más:

–¡Sois un par de insensatas! ¿Es que no tenéis sangre en las venas? ¡¿Es que no tenéis sentimientos?!

Mi hermano, que acaba de llegar desde que salió el jueves pasado con los ojos como dos aldabas, se lleva las manos a la cabeza:

–¿Queréis callaros de una puta vez? ¡Y a quién le importa…!

Los lunes, mi hermano huele a farmacia que tira de espaldas. Al parecer, o no se ha enterado de lo de Rusia o se la pela (yo creo que las dos cosas: 1º no se ha enterado, 2º se la pela completamente).

Mi madre, que ya ha empezado con el vino dulce a las once de la mañana, le mira de arriba abajo y se lleva las manos a los ojos:

–Me vais a quitar la vida…

Yo, mientras tanto, corro al cuarto de baño, dispuesto a un último vejamen físico y moral antes de que mi hermano se derrumbe sobre la cama. Pero mi padre se me adelanta, porque ya se ha percatado de que yo juego a dos bandas, y me acorrala en el pasillo…

–No tienes vergüenza. Ni decoro. Ni moral.

–Vale, vale. Son 30 euros.

–¡¡¡¡¿Quééééééé?!!!!

–Lo siento muchísimo, pero el negocio es el negocio. A ver si te crees que esto va a ser gratis toda la vida…

Sí, lo de Rusia me ha abierto los ojos: hay que empezar a cobrar.

Friday, September 03, 2004

Mi tía Zita

Mi tía Zita estuvo ayer en casa. Mi tía Zita está como un cencerro. Sus visitas son acontecimientos que vienen precedidos de rayos y truenos –mi padre, soltando exabruptos por la boca–, porque me temo que mi tía Zita, que es una de mis tías favoritas, no es precisamente bienvenida en nuestro hogar.

En realidad, se trata de una tía política que no tiene nada que ver, ni remotamente, con mi madre, pero como ella es supercívica, pues, claro, no le va a cerrar la puerta en las narices, que es lo que mi padre (muy ocupado últimamente en abusar de mí de una manera casi obsesiva; me va a dejar la campanilla en carne viva) desearía. Eso sí, la tía Zita se toma la revancha con creces. Llega, se sienta y ahí se las den todas. Puede pasarse horas perorando sobre lo divino y lo humano. Sobre todo, lo divino. Porque es que mi tía Zita hace predicciones bíblicas.

Desde que leyó la Biblia por primera vez –“la Vulgata, ¿sabes?; al final, las mejores cosas son las más sencillas”–, se le fue la cabeza. Y aún la está buscando. Basándose en la numeración de los salmos y de los versículos, ella te dice lo que te va a pasar el fin de semana o (a mi hermana) si lo que tiene que hacer es ponerse el top naranja o ir directamente con las tetas al aire. Ella, para curarse en salud, va prácticamente desnuda, “porque nunca se sabe cuándo se va a presentar una oportunidad…” Por eso va siempre sin bragas, supongo.

Mi tía Zita dice que dentro de catorce meses, dieciséis días y siete horas (más o menos, porque la numerología bíblica no le permite afinar tanto como para dar la hora exacta) será el Armagedón. Ella, por si acaso, ya se ha apuntado a unas clases de esperanto “porque, hijo mío, allí, en el Purgatorio, eso va a ser un guirigay, que si rusos, americanos, filipinos, suizos… Bueno, suizos pocos, porque los suizos, en contra de lo que piensa la gente, son todos unos cerdos, te lo digo yo que conocí a uno que… En fin, no diré más, que no es una historia para niños”. Mi tía Zita piensa que porque tengo cinco años aún tengo que ser virgen. Pobrecita.

En fin, el caso es que a las dos de la mañana, cuando mi madre se caía ya por las esquinas del sofá, mi padre ya no pudo aguantar más y, levantándose los pantalones hasta los sobacos (porque él es muy de los pantalones estilo imperio), dijo:

–Pues yo, Zita, me vas a perdonar pero me voy a la cama, porque es que yo soy un ave diurna, ¿sabes?

Y se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

Mi tía Zita, ajustándose la falda de rayón (le flipan los tejidos acrílicos), le sostuvo la mirada hasta que mi madre, un poco incómoda, le acercó una bandeja con espárragos blancos (a mí me encantan: nunca he podido resistirme a nada que tenga forma fálica).

–Pues yo, en cambio, soy nocturna. Un ave nocturna.

–Sí, un murciélago.

Mi tía Zita, gracias a Dios, es sorda de un oído (no siempre el mismo, depende del que le venga bien en ese momento) y no se enteró del comentario. Pero mi madre sí. Y fue cuando cogió la botella de orujo.

El resto… Bueno, el resto casi mejor me lo callo.

Thursday, September 02, 2004

Mi familia y yo

Gracias a Dios –porque Dios existe; sólo hay que echar un vistazo en una iglesia para darse cuenta de que sólo a una Inteligencia Superior se le pueden ocurrir semejantes fisonomías–, somos una familia desestructurada. Lo que me permite dedicame con entera libertad a mi pasatiempo favorito: el libertinaje.

Mi madre, por ejemplo, está demenciada. Pero totalmente. La pobre le da a la frasca y no seré yo quien se lo reproche. Su vida no ha sido precisamente un camino de rosas. Se casa con un babuino –lo de cinocéfalo es la pura verdad, pero literal– y tiene tres hijos que son a cada cual peor.

Mi hermano: 22 años y culturista. Ya está todo dicho. Trabaja como monitor en un gimnasio fuckshion, pero en realidad se gana la vida trapicheando con drogas. Sus clientes son, sobre todo, maricones (presentadores de televisión en su mayoría) y miembros de varias casas reales, autóctonas y foráneas. Un cuadro de virtudes morales. Eso sí. Está buenísimo. Tengo comprobado que la inteligencia es inversamente proporcional al número de líneas cóncavas en el perfil. O sea, que si te encuentras con mucha línea convexa seguro que estás ante un intelectual. Intelectual, sí, pero un truño.

Mi hermana: 16 años. Adolescente adicta a la licra, obsesionada con ponerse dos implantes mamarios como dos carretas, dos tetas tipo Hindenburg unidas a un cuerpo de espátula, a juego con su bagaje cultural. Si le preguntas por Gala, ella te habla (de oídas) de Antonio, no de Elena Dimitrieva Diakonova, esa perra. Eso sí, ella no engaña a nadie: va con la verdad por delante… y por detrás. Porque ella es muy polivalente. Quiere ser Miss y, a este paso –tiene el cielo del paladar más pulido que el empeine de San Pedro–, no me cabe la menor duda de que va a conseguirlo.

Yo: un aborto de la naturaleza sin el menor escrúpulo. Si algo se interpone entre mis ambiciones y tú, no tendré el menor escrúpulo en darte una puñalada trapera. Si no se interpone nada, también, porque yo soy así. Un hijo de perra.

Y Dovima, la tortuga (porque cuando era pequeño, a mi hermano le entró la perra de que quería tener perro, pero como mi madre odia a los animales –vivos, sobre todo–, le compraron la mascota que más se parecía a un mueble; resultó que, a pesar de que mi hermano hizo todo lo posible y lo imposible por arrancarle el caparazón para ver qué había dentro, Dovima demostró tener una voluntad de hierro y, sobre todo, una impenitente pasión –obsesión, más bien– por vivir; sólo a una tortuga se le ocurre desaprovechar una oportunidad de oro: morir a manos de un chulo, ¿hay algo mejor?).

Wednesday, September 01, 2004

Me presento

Tengo cinco años, pero, querido editor (porque los lectores me interesáis una mierda; lo que quiero es hacerme rico y famoso), esto no es un cuento para niños. Ni muchísimo menos.

Mi padre me violó hace escasamente dos semanas, y no es que me queje, pero hacer una felación con cinco años –y a tu propio padre; puede parecer un detalle sin importancia, pero os juro que no lo es– no os creáis que es un plato de gusto. El caso es que, como me amenazó con su alfiler de corbata, yo me apliqué a la tarea y, al cabo de dos o tres minutos, los que tardé en encajar el choque emocional, yo ya vi que había nacido para esto, de manera que ni, corto ni perezoso, a la mañana siguiente arrinconé a mi hermano en el cuarto de baño y le provoqué para que abusara de mí, lo que hizo muy gustosamente.

Mi hermano tiene 22 años, es culturista y, ni que decir tiene, le da vuelta y media a mi padre. Pero yo, para no herir susceptibilidades, trato de compaginarlos a ambos, de modo que me he convertido en amante de los dos. Pero no os equivoquéis conmigo: no le he permitido a ninguno que me sodomice, porque todo el mundo sabe que con cinco años la estructura ósea no ha terminado de formarse y la sodomía podría ser muy perjudicial para mi esqueleto (por no hablar de mi recto).

Yo, al principio, me comía mucho el tarro porque pensaba que hacérmelo con mi padre era un poco indecente, pero desde que me enteré que eso lo hacen hasta en las mejores familias o, mejor dicho, especialmente en las mejores familias, me sentí mucho más relajado y mis felaciones ganaron en intensidad porque dejaba al margen toda cortapisa moral.

Os preguntaréis que cómo soy para levantar esos torbellinos de pasión. Eso se responde en un momento: os diré que Tadzio, a mi lado, es una zapatilla rusa. Soy como un querubín con el alma y la boca de una furcia. No me importa que abusen de mí, es más, me encanta. ¿Por qué esperar hasta los quince años para follar cuando puedo hacerlo con cinco? Joe Orton, en sus diarios (os recomiendo su lectura a todos), dice que se folló a un chico con ocho años, y Joe Orton era un escritor con mucho talento.

Como veis, no sólo tengo un cuerpo de diosa pagana, sino también una cultura que echaría de espaldas a Walter Benjamin. Y es que no he perdido el tiempo.