Monday, May 30, 2005

Lucifer, córtate el pelo, coño

Al final, el Diablo vino a casa y, tal y como nos temíamos, tenía mechas. Unas mechas infames. Algo sencillamente inenarrable. Atroz. Mamá, desencajada, le ofreció el Necronomicon y una copita de Marie Brizard. Satán rechazó el libro con una carcajada y aceptó el anís. El resultado, como era de esperar, fue sencillamente apocalíptico. Una vaharada de fuego salió de su boca, chamuscando los visillos y el flequillo efecto tsunami de tía Zita –que, para variar, estaba en casa como un clavo (de Cristo)–; no se molestó en disculparse. Total, nos había hecho un favor: los visillos estaban de mierda hasta las asas (en su día tal vez fuesen de color blanco, pero desde que yo tengo uso de razón los recuerdo más bien con color ala de mosca); respecto a la pettinatura de tía Zita, en fin, lo que no hizo una década de minimalismo y deconstrucción, el Diablo lo ha hecho en un abrir y cerrar de ojos. Como peluquero, hay que decir que Satán es francamente expeditivo. Eso sí, también puedo constatar otra cosa: Dios, Helmut Berger y Eloy Azorín no son los únicos que tienen un problema de halitosis.

En fin, el caso es que el Diablo no venía ni por el Libro de los Nombres Muertos ni nada que se le pareciese; ni siquiera por la Santa Faz. No. El Diablo ha venido a mi casa porque, al parecer, me necesita. Quiere contratarme como estilista. Nadie le toma en serio con esos pelos.

–No me extraña. ¿En serio la gente le sigue vendiendo su alma con esas mechazas? Vamos, antes preferiría hacerme cartujo. Respeto más a un hombre con tonsura que a un mamarracho con mechas.

–Y eso no es lo peor…

–Ya lo creo –ha intervenido mi tía Zita–. Lo peor son esas lorzas. Cúbrase, por Dios, cúbrase…

–Señora, es que no sabe usted la caló que hace ahí abajo…

–¡Qué horror! –mamá ha abierto la puerta con un gesto de dignidad ofendida–. Y encima con acento –murciano, por más señas–. Haga usted el favor de salir de mi casa. Sepa que cada día soy más enemiga de los regionalismos en todas sus manifestaciones…

–Un momento, un momento… ¡Un momento! –he estallado, a punto de sacar la artillería pesada–. ¿Me va a pagar?

El Diablo, con gran alharaca de mechas y bisutería –porque resulta que también es adicto al becerro de goldfie en todas sus manifestaciones (no le falta detalle)–, ha replicado:

–¡Por supuesto! ¿Por quién me toma?

–En ese caso, soy todo suyo.

O sea. Desde hoy, soy el estilista de cabecera de Belcebú en persona. Y qué persona. Lo primero, llevarlo a spa, a que le abran esos poros… Y la manicura. Con esas uñas no me extraña que le hayan confundido durante tantos siglos con un macho cabrío. De verdad, que ya no pueda uno ni confiar en el Averno… ¿Qué será lo próximo? ¿Un Papa heterosexual?

Friday, May 27, 2005

Cosas que me hacen reír

La muerte (incluido el asesinato, especialmente el asesinato)
Los libros
La crueldad
El sexo
El dinero (la pobreza no me hace reír; la pobreza, sencillamente, no me interesa y punto)
La torpeza
El cine
La obesidad
El alcoholismo (y derivados)
La cultura de la queja
La ignorancia (sí, me hace reír)
La estupidez

¿Y la sonrisa de un niño? ¿No te hace reír la sonrisa de un niño?

A mí, la sonrisa de un niño lo que me provoca son arcadas.

¿Pero tú no eres un niño?

Pues por eso. También soy maricón y homófobo. Cada día más maricón y cada día más homófobo.

Thursday, May 26, 2005

No hay ética sin estética: una declaración de intenciones

Estoy con mi tía Zita: odio la pobreza. La miseria no curte el carácter, curte la piel.

Mamá me reprocha que mi catálogo de odios es amplísimo “y así, hijo mío, no se puede odiar en condiciones. Hay que centrarse un poco, concentrarse en una cosa o, mejor aún, en una persona, y odiarla hasta que le salgan ganglios del tamaño de una pelota de golf. Si la odias lo suficiente, estoy segura de que al menos dos de esos ganglios, más con un poco de suerte, se convertirán en algo peor. No subestimes el poder del odio. Nunca, jamás”.

Pues bien, dentro de mi (amplísimo) catálogo de odios, hay un nuevo ítem: las pulseras de caucho. Es que veo una –y últimamente no hay manera de escapar de ellas: se han convertido en el accesorio de moda, o sea, una imagen dantesca de la que es imposible escapar– y los pelos se me ponen como escarpias, el intestino grueso se me vuelve del revés y los ojos se inyectan en sangre. Lo veo todo rojo. Lo veo todo negro. Rojo y negro. Rojo y negro. Lo veo y, desafortunadamente, sí que lo creo.

Pero, ¿qué tipo de moda es esta? ¿Qué será lo siguiente? ¿Llevar el cockring igual que un brazalete étnico? ¿Colgarse las bolas chinas en la pechera depilada, junto al collar de semillas –¡esos collares, por Dios!; alguien debería hacer algo: ¿llevas un collar de semillas?, de acuerdo, pues atente a las consecuencias: la decapitación en una plaza pública– y los rosarios de H&M?

Ha llegado la hora de pasar a la acción. Menos babysmo y más killerío. Por un tubo.

[Una vez más, El Mundo -qué fanzine tan demencial, qué delicia- me proporciona una bonita sesión de literatura de humor que ríete tú de Nöel Coward: “La Policía desmantela una red de violadores de bebés que distribuía imágenes 'horripilantes' en la Red”.

Como es habitual, uno de los pederastas es de Murcia-qué-hermosa-eres. ¿Qué tendrá Murcia que atrae a la hez de la sociedad siempre, siempre, siempre?

Lo mejor es el anuncio que uno de los paidófilos incluía en la prensa para captar un poco de tender flesh para el negocio, un prodigio de humor negro:

“Canguro a domicilio
Experiencia con niños y educación infantil y si además tienes ordenador en casa cursos de informática para niños”

Experiencia con niños… Jajajaja.]

Wednesday, May 25, 2005

Una duda infantil

No entiendo por qué el homicidio es considerado un delito, cuando la ley debería contemplarlo como un bien social.

Tuesday, May 24, 2005

Family Plot

¿Por qué me gusta el género de la hagiografía? Pues por textos como este:

[San Agatón, Agatón, Papa desde el año 678 al 682] “Fue el promotor del canto litúrgico en Inglaterra, a donde mandó cantores para que lo enseñaran al clero de aquel país. Consiguió abolir el tributo que exigían los emperadores a los papas en el momento de su elección. Se le atribuyeron numerosos milagros, por lo que se le conoció con el sobrenombre de Taumaturgo. Murió el 10 de enero, fecha en que se celebra su fiesta”.

Y no contento con eso el hagiógrafo añade:

“Otros tres santos con el nombre de Agatón menciona el santoral romano. Uno en Alejandría, exorcista, que sufrió el martirio del fuego; otro en Sicilia, que sufrió el martirio junto con santa Trifina; el tercero, de Alejandría, que no pudiendo consentir que fuesen profanados y escarnecidos los cuerpos de los mártires durante la persecución de Decio, hizo cuanto pudo por darles sepultura, por lo que concitó contra él la animadversión popular, que lo llevó ante el juez, quien al no conseguir que renegase de su fe, le condenó al martirio”.

Mártires escarnecidos, santos con nombres como Agatón y Trifina, persecuciones y cantores itinerantes… Sí, señor, ante esto, ¿qué puedo añadir?

Pues puedo añadir lo siguiente:

1. Hemos sabido dónde está mi hermana. Se ha hecho guerrillera, se ha cambiado el nombre (ahora es conocida como Tania Guerillera) y actúa en las colinas de Marabar. Está escribiendo su ideario, que publicará por entregas en una revista femenina.

2. Mi tía Zita ha tenido dos éxtasis religiosos. En el primero de ellos, San Deodato (“Vivió tiempos difíciles. El exarca Eleuterio se rebeló contra el emperador Heraclio, y fue despedazado por sus soldados. La reina Teodolinda dotó a la Iglesia. Hubo un temblor de tierra y una epidemia. El comportamiento del Papa durante estos años de duras pruebas para la Iglesia, fue impecable, y Deodato fue honrado como un verdadero Santo”) le dijo al oído que el Anticristo está entre nosotros y escribe libros. No especificó su nombre, pero mi tía y yo tenemos ya una lista de posibles candidatos. En el segundo, Santa Rosa de Lima, reina de la bilocación y el moustache à la putumaya, le avisó que tenga peligro con los kaftanes: no favorecen a todo el mundo, sobre todo cuando eres un tapón de alberca.

3. Mamá también tuvo un éxtasis, aunque los médicos han preferido llamarlo delirium tremens.

4. Mi hermano está a punto de someterse a una castración química. Mamá sostiene que sería mucho mejor hacerse una castración de las de toda la vida. Dónde va a parar…

5. Papá ha vuelto a las andadas y no me ha quedado más remedio que tragar –en sentido literal– con todo. Bastante tiene el pobre con lo que tiene.

En fin, por el momento no puedo explayarme más. La cosa está que arde.

Wednesday, May 18, 2005

Matar y comer mierda. Esa es mi filosofía

Quiero matar. Matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar. Y candidatos no me faltan.

Tuesday, May 17, 2005

Terapia

–Cierre los ojos e imagínese un mundo maravilloso donde sólo existiría gente inteligente que abriría la boca cuando tenga algo que decir. Un mundo donde las palabras decoro, coherencia y simetría cobrarían pleno significado, un mundo donde…

–Mire usted, si quiere robarme el bolso, de acuerdo, por mí no hay problema. Pero no me dé la lata…

–Pero, señora, que yo soy terapeuta, no un ratero.

–Pues qué quiere que le diga. Tiene usted mucha más pinta de ratero que de terapeuta. Es más: de lo que tiene pinta, pero de verdad, es de mamarracho.

Mi tía Zita, tumbada en el diván, se ha quedado tan ancha. Santa palabra.

Monday, May 16, 2005

Un post con mensaje

Si hay un tema capaz de sacar a La Retorno de sus casillas, además de las mechas, es la literatura. Especialmente, la mala. A propós de Dan Brown, esta mañana ha escupido:

–Eso no es un escritor. Es un pisseur de copie. No escribe literatura, la excreta.

A mí me da exactamente igual el formato, ya sea un libro o un rollo de papel higiénico. Me la pela. A mí lo que me importa es que el hijo de perra se ha forrado. Pero lo más grande. Así que, Dan, si me lees, ¡ponme un piso! Prometo corresponder como te mereces.

Thursday, May 12, 2005

¿No quieres caldo? Pues toma dos tazas (de cicuta)

Este es uno de los dichos favoritos de mamá, aunque también le gusta mucho: “Es para echarle de comer aparte (pausa) alfalfa”.

Mamá cree que la gente que se expresa con frases hechas es una ordinaria. Y lleva razón. Pero aún hay algo peor, mucho peor: la gente que escribe frases hechas. Habría que colgarles de un palo.

Como dice la tía Zita, cada día soy más fan de la Edad Media.

[Seguimos sin tener noticias del Obispado ni de mi hermana, pero me temo lo peor…]

Wednesday, May 11, 2005

In ictu oculi*

Esta mañana han llamado a la puerta y un señor, con un traje de chaqueta de poliéster de color ala de mosca abominable, ha empezado a barbotar, tras asomar una cara coriácea de inenarrable perversidad:

–Hola, bonito, ¿está tu madre? Soy comercial y…

No ha dicho nada más. En ese momento se ha abierto el cielo y un rayo le ha alcanzado directamente sobre la tonsura seborreica, dejándole frito en el acto.

A eso llamo yo eficacia divina.

* [En palabras de La Retorno, la muerte a la carta también es aplicable a: peluqueros creativos, escritores sin talento, actrices con las tetas operadas y actores que no sabrían deletrear la palabra gato ni con ayuda de un foniatra, presidentes de academia especializados en pulir barras de caoba con la lengua (además del lenguaje), maricas con perrito (aunque también hay muchos maricas sin perrito que merecerían ser decapitados en una plaza pública), ministras de cultura analfabetas, concejales hacen de la rima y el rizo su raison d’être (además del rimmel), casas reales tan fértiles como las riberas del Nilo (o las hermanas de Antonio Gala), decoradores, estilistas… Uf, tengo que tomar aliento.

En fin, se admiten sugerencias.]

Tuesday, May 10, 2005

Un beso negro diviiiiiiino

Mi madre se ha levantado con la lengua saburrosa y un aliento de dragón, capaz de marchitar un centro de mesa de caucho.

–¡¿Qué has hecho con el Santo Rostro?! –me ha escupido, sin darme tiempo a ponerme una máscara antigás.

–¿Y yo qué sé? ¿Por qué?

–Porque estaba en el cesto de la ropa sucia… ¡y lleno de zarraspilla!

Está claro: mi padre está hasta el kimono –o bata afelpada en su defecto– de sufrir las hemorroides en silencio.

Monday, May 09, 2005

Exorcismo marica

–Oiga usted, haga el favor de no gritarme –mi tía Zita tiene la cara de color cárdeno y una vena en medio de la frente, que pregona a los cuatro vientos las virtudes vasodilatadoras de los licores de alta graduación a media tarde–. Si yo no tengo conciencia social no es culpa mía, a Dios gracias. A mí, los pobres, como género, no me interesan lo más mínimo; es más, me horrorizan. Yo prefiero concentrarme en salvar a un hombre; me parece mucho más práctico que salvar a mil. Y si es rico, miel sobre hojuelas. Como usted comprenderá, yo no voy preguntando al primero que llama a mi puerta la cuantía de su cuenta corriente…

–¡Huy, que no…! –ha eructado mamá, sirviéndose otra copita de licor de moras.

–Señora, eso es una perversión del mensaje divino. El Señor dijo amaos los unos a los otros. Y eso también incluye a los más desfavorecidos.

–Eso no es un mensaje divino, eso es libertinaje. No, no, no. Yo me centré en un hombre, mi marido, que en paz de descanse. Y con uno tuve bastante. ¿Te importaría, querida, ponerme otro dedito de ese exquisito licor de moras? Solo un dedito, no se me vaya a subir a la cabeza.

–No me cabe la menor duda de que su marido se ganó un puesto en el Cielo si tenía que aguantarla a usted a diario –ha rezongado el exorcista por lo bajo, dándole de paso un buen tiento a la botella del licor de moras.

–No sea usted grosero, padre. Y deje esa botella.

–Eso, eso –mamá ha soltado un leve flatulencia–. Que rule, que rule.

En fin, el caso es que mamá, por mediación de mi tía Zita, ha llamado a un exorcista para que eche un poco de agua bendita por la casa, que últimamente está infestada de pelos teñidos por todas partes. Mi tía sostiene que son los súcubos: al parecer, la culpa es del peróxido. Pero yo no las tengo todas conmigo; una cosa es el tinte y otra, muy distinta, el tufazo a colonia marica que hay por toda la casa. Empiezo a pensar que hay una explicación bastante más terrenal para todo esto, aunque el exorcista tiene su propia teoría:

–No me extraña que al Diablo le guste esta casa –le ha dicho a mi madre con afectación (afectación es, en este caso, un decoroso eufemismo para irisada mariconería)–. Esta decoración es sencillamente diabólica. Me da escalofríos. Vamos, es que me pone los pelos como escarpias.

–No sé qué tiene usted en contra del antimacasar. A mí me parece precioso… y muy práctico.

–Pues que no me llamo David Copperfield, señora.

–¿El mago?

Con gran aspaviento de manos, el exorcista ha abandonado el salón; dos segundos después, su foulard también salía por la puerta.

–¿Estas segura de que este señor es sacerdote? A mí me parece un travesti.

–Chica, yo ya no sé a qué atenerme. Esto es un totus revolutum. Un cafarnaum, eso es lo que es, un cafarnaum –y, tras una pausa, y un retoque de cardado ante el espejo isabelino, mi tía Zita ha añadido–. ¿Alguna noticia de tu hija o del Obispado?

–Nada, de momento. Eso sí, hay que reconocer que, mientras pasa algo, el tapete me hace muy buen apaño.

–¿Y dónde lo tienes?

–En el cuarto de baño.

–¡Jesús! Mmmmmm. ¿Queda un poquito de ese licor tan suave?

–Y tanto. Queda otra botella.

–Pues ya estás tardando…

Friday, May 06, 2005

O Marina Castaño es diabólica… o lo es su peluquero

Los primeros indicios de que el Demonio ha visitado mi casa han sido unos pelos atrozmente teñidos. Sólo a Satán se le ocurriría teñirse el pelo de ese color. Bueno, a Satán y a Marina Castaño, pero es que el Mal tiene tantas caras como una circonita. O más. Muchas más.

–¿A qué huele? –preguntó mamá, frunciendo la nariz como un pequinés al que acabasen de practicar una rinoplastia salvaje.

Le Male. Jean Paul Gaultier –respondió mi hermano, de manera automática (siguiendo con comparaciones caninas, en plan perra de Paulov).

O sea, el Demonio es marica. ¿Alguien lo dudaba?

Thursday, May 05, 2005

El Libro de los Nombres Muertos

–Es falso –ha concluido mi tía Zita, apoyando su mano sarmentosa sobre el lienzo–. Total, absoluta, radicalmente falso.

–¿Y tú cómo lo sabes? –replicó mamá, herida en su amor propio.

–Lo sé. Eso es todo.

–Pero ¿cómo?

–Estoy harta, harta, hartita de hablar con Dios Nuestro Señor cara a cara, tête-à-tête, face to face, desde que tengo uso de razón. Me conozco su cara al dedillo. Cada arruga, cada pelo de la barba, cada verruga y cada cicatriz. Si me dais un carboncillo podría dibujarla de memoria. No tiene estas cejas –ha dicho, apoyando una uña de color metálico sobre los arcos ciliares delicadamente depilados– y mucho menos eye-liner. Éste –ha añadido, agitando el jirón de tela– no es Jesucristo, en todo caso será la Magdalena o un travestí del siglo III disfrazado de Virgen de Jerusalén. Pero el hijo de Dios, perdonadme que lo dude.

–Pues, chica, en donde lo he robado creen a pies juntillas que es la mismísima Santa Faz, ¿qué quieres que te diga?

–No me digas más. Estoy segura de que también creen en el estado del bienestar y en que las pensiones están garantizadas por lo menos hasta el 2.050.

–La gente es crédula por naturaleza –mamá suele suspirar cada vez que uno de estos adagios, que parecen sacados de una tarjeta postal, sale de su boca.

–No te engañes. La gente es estúpida por naturaleza. No existe eso que llaman inteligencia natural, del mismo modo que tampoco existe la belleza natural. Lo natural, por definición, es abominable. Hay que huir de la naturalidad como de la peste bubónica. En fin el caso es…

–…que es falso –ha admitido mamá de mala gana–. Bueno, ¿y qué? A mí, con que me paguen…

–¿Y no te fijaste si en el marco, por casualidad, había unas bisagras o algo parecido? No, claro –ha añadido mi tía, casi sin tiempo para respirar–, tú que te vas a fijar…

–¿Por qué lo dices?

–El Necromicón.

–¿El qué?

–El Libro de los Nombres Muertos.

–Zita, me estás asustando –ha susurrado mamá.

–No es para menos. Le has abierto las puertas a los demonios.

–Que estupidez, Zita, ya estás otra vez con el rollo milenarista. El Apocalipsis es una filfa. Hasta el mismo Vaticano ha terminado por admitir que el Infierno es un cuento chino.

–Ya me lo dirás cuando ellos vengan a visitarte –ha dicho mi tía con el mismo tono de voz con el que un enterrador se refiere a la cal viva.

Y ha salido pitando.

Wednesday, May 04, 2005

Volvemos a casa: objetivo cumplido

Mamá me esperaba en el andén, al que llegué de puro de milagro. Vipère me había dejado de vuelta a casa, con la esperanza de borrar de mi retina el catálogo de horrores que habíamos tenido que presenciar en la Ciudad Sitiada. A saber: hombres-caderonas (nuevo ejemplar viril que me pone los pelos como escarpias), cuellos italianos y carros metálicos con viandas etílicas como para emborrachar a varias alas de la Betty Ford.

–Hijo mío, qué mala cara traes…

–No me hables, mamá. No te imaginas. Un Gólgota.

Mamá, en cambio, parecía como renovada. Excelente cutis y una expresión de determinación que sólo he observado en otras dos mujeres antes que en ella, Jennifer Jones y Vivien Leigh.

Una vez montados en nuestro compartimento –por llamarlo de alguna manera; Renfe no necesita cambiar de imagen, ni siquiera un lifting; lo que necesita es un cambio de sexo–, mamá abrió el bolso con mucho sigilo.

–Mira… –me dijo, mostrándome un foulard maltrecho en tonos sepias y rojos desvaídos.

–Qué horror. ¿Pero dónde has comprado ese horror? Es una mala imitación de Prada.

–¡¿Pero es que no sabes lo qué es?!

–Pues chica, no tengo ni idea. ¿Etro?

–Hijo mío, pero qué analfabeto puedes llegar a ser. ¡Míralo! –y volvió a exhibir aquel jirón de tela con manos reverentes.

–¿No será…?

–Lo es. Nuestro Divino Señor. El mismísimo Santo Rostro.

–Pero, incauta, ¿y qué has hecho con el marco? ¿No te das cuenta de que lo que vale son los joyones?

–El marco me toca el coño. A mí lo que me importa es esto –y volvió a agitar el lienzo de la Verónica igual que Natalie Wood en Rebelde sin causa, en la escena de la carrera de coches ilegal en la que su novio la diña y ella dice eso de “A rey muerto, rey puesto”… o reina–. Pienso pedir un rescate.

–Estás enferma… ¿Y todo por tus caderas?

Ha sido como si le hubiese metido astillas entre las uñas.

–¿Por quién me tomas? Es para tu hermana, hijo mío, para tu hermana. Si el obispado quiere recuperarlo, que suelte la pasta: el Santo Rostro por un careto nuevo. Eso sí, con el mejor profesional. En materia de cirugía plástica (si lo sabré yo), una no se puede poner en manos de un carnicero. Fíjate si no en la pobre Ana Obregón.

–¿Pero cómo lo has hecho? ¿Nadie se ha dado cuenta de…?

–Qué va, hijo mío. Me colé de rondón en la catedral y, como quien no quiere la cosa, durante el besuqueo ese que hacen sobre el cuadro (que no he visto cosa más antihigiénica en mi vida, por Dios…), pues nada, puse en su lugar una de esas toallitas húmedas que llevo siempre en el bolso. Me la pasé por la cara y, como Antonio Gala con el folio en blanco, allí se quedó mi cara tal cual. Vamos, mano de santo. Para mí que Cristo se pasó un poco con el make-up

–Y con los rulos –añadí, fijándome en la divina pettinatura.

–Eso es la moda bizantina, que era muy de melenón a lo Farrah-Fawcett.

–Si tú lo dices…

Sunday, May 01, 2005

Homófobos hasta las trancas

Aquí estoy, en la guarida de Vipère, huyendo de una pandilla de trasnformer-terroristas del lenguaje (y la brocha –gorda, muy gorda– de maquillaje). Tuvimos la infeliz idea de ir a un espectáculo de drag-queens en un tugurio del Santo Rostro, donde no sólo hay que llamar a un timbre para traspasar la puerta, sino superar un escáner visual de una pandilla de gayrrulos que, junto a la cosechadora, han dejado todas sus inhibiciones en la calle, justo en el contenedor de basuras, nada reciclables, que hay junto a la puerta forrada de espejos.

Tras superar el umbral, cualquier persona con un mínimo de criterio sabe ya dónde se inspiró Dante para escribir el lema que figura a las puertas del infierno: "Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza". Pues sí, mucho mejor dejar la esperanza en casa, en una caja de zapatos debajo de la cama. En fin, con semejante estado de ánimo penetramos en una cueva donde pululaba la hez de la sociedad. Lo peor de lo peor. El must de la escoria, vamos. Uno de esos lugares donde uno rápidamente descubre que un kaftán no es el mejor modelo si lo que quieres es pasar desapercibido. Da igual que tengas cinco años; con esa iluminación, siempre aparentarás como mínimo cincuenta. Sólo se me ocurre un par de sitios donde haya un sistema de iluminación menos favorecedor: el ascensor de un ministerio y una mina de sal.

En fin, Vipère había acudido al Santo Reino con la intención de echarnos una mano a mamá y a mí en nuestra búsqueda de las Claves de las Santas Reliquias. Ríete tú de Dan Brown y su es-pan-to-so Código da Vinci. Nosotros sí que somos carne de best-seller y nadie nos ha dicho, hasta el momento, por ahí te pudras. Pero no perdemos la esperanza.

Bueno, pues Vipére et moi dejamos a mamá aparcada en casa de unos amigos –el Grand Palais de una de las mejores amigas de V., María de Rumanía, que nos acomodó con sumo gusto en el ala de invitados (plebeyos)– y salimos a explorar las catacumbas de la Ciudad Funeraria. ¿Por qué, ay, por qué no le haríamos caso a María, que nos recomendó vivamente que desecháramos esa idea?

–Aquí no hay catacumbas, queridos míos. Aquí lo que hay son cloacas.

Pero, claro, V. y yo no le hicimos caso. Y pasó lo que pasó. El horror. La hecatombe.

Aparecimos en un tugurio, El Tugurio, con nuestro mejor humor y nuestro mejor modelo. Y con algo más: sensibilidad. Craso error. La sensibilidad en las cloacas de la Ciudad Funeraria es algo tan insólito como el decoro en el armario de Sara Montiel.

En fin, en cinco minutos nos habíamos ganado la animadversión más beligerante de todo el bar. Del primer al último gayrrulo quería matarnos. Los analfabeto-travestis, que actuaban como sicofantes –aunque dudo mucho que supiesen lo que significa esa palabra… y casi todas las demás–, se aliaron en contra de nosotros. Entre polla, chupar, mamada y culo se coló un: “A la hoguera con ellos”. Y tuvimos que salir por pies.

Y todo por una inocente observación de V. O mía, no recuerdo:

–Bonita, te invito a una copa –pausa–. De cicuta.

Si eso es ser homófobos, pues sí: somos homófobos. Hasta las trancas.