Wednesday, December 22, 2004

No a la profecía: lo de tener una iluminada en casa es una pejiguera que para qué

Mi hermana (en el baño, que la tía se pasa las horas muertas en el cuarto de baño; a saber lo que hará con los grifos y la alcachofa de la ducha): No dejes que tus ojos conozcan lo prohibido. No traspases puertas vedadas ni cruces umbrales que jamás deberías atravesar. No dejes que tus manos asesinen lo que amas. No dejes que tus labios digan palabras que luego nadie olvidará. No profanes las tumbas de tus muertos. No dejes que el oprobio te cubra como un sudario. No dejes que…

Yo: Y tú, ¿por qué no dejas de hablar, bonita? Me estás poniendo la cabeza como un bombo.

Mi hermana abre la puerta y se apoya en el quicio. Es la viva imagen de Madeline Usher; sólo le falta la mortaja.

Mi madre: Esta chica está completamente trastornada. Vamos a tener que llevarla a un psiquiatra. Mira qué pelo. Una cosa es ser profeta (o profetisa) y otra muy diferente ir hecha un espantajo. Vamos, digo yo.

Yo: Es que no se calla ni debajo del agua.

Mi madre: Bueno, debajo del agua menos. Es ver un chorro de agua y le entra una perra con lo de bautizarnos a todos verdaderamente compulsiva.

Yo: Pues no sé en qué va a quedar todo esto. Yo ya no lo soporto ni un minuto más.

Mi madre: Yo tampoco, la verdad. Esto de tener una sibila en casa es un horror. Yo estoy ya para entregar la cuchara.

Yo: ¿Y si la matamos?

Mi madre: Pues no te creas que no se me ha pasado por la imaginación, hijo mío. Pero a ver qué hacemos luego con el cuerpo…

Yo: Eso déjalo de mi cuenta.

Tuesday, December 21, 2004

Miss Tica y muy pesadita

Con el embarazo, a mi hermana –por lo que se ve– le ha cambiado el metabolismo. Racimos de hormonas explotan en su interior y de su boca salen frases como ésta:

–Ha de llegar un día en que se abra un abismo en tu pecho y entonces sepas cosas que en tu vida has sabido.

Supongo que se refiere al decoro, una experiencia inédita para ella.

El caso es que le ha dado por el rollo místico y rebelde y está todo el día soltando unas homilías que ríete tú de mi tía Zita. Eso sí, al menos mi tía Zita es original y no cita (sin saberlo, porque, claro, mi hermana es analfabeta) a Flannery O’Connor. A los hechos me remito:

–Ignora a Nuestro Señor Jesucristo tanto como puedas! Escupe el pan de la vida y haz ascos a la miel. ¡Al trabajo, el llamado por el trabajo! ¡Al crimen, el llamado por el crimen! ¡A la lujuria, el llamado por la lujuria! Apresúrate, apresúrate. Escapa más y más deprisa. Atúrdete en el frenesí, porque se acerca la hora. El Señor ha adiestrado a un profeta. El Señor ha adiestrado a un profeta con llamas en los ojos y en las manos, y el profeta se está acercando a la ciudad con sus admoniciones. Está al llegar un profeta con el mensaje del Señor. Ve y advierte a los hijos de Dios, ha dicho el señor, de la terrible celeridad de la justicia. ¿Quién será salvo? ¿Quién será salvo, cuando se agote la misericordia del Señor?

–Pues yo mismo, tía puta –ha bramado mi hermano, al borde de la apoplegía–. Y sal ya del baño, que me estoy cagando.

Monday, December 20, 2004

La familia y uno más

Mi hermana está Desoladita Martínez-Bordiú. Gorka perdió un par de dedos, entre ellos el Dedo del Placer, y ella ha perdido la regla. Amenorreica perdida, ha salido del baño dando alaridos con un predictor en la mano cual complemento-contemporáneo-indispensable-para-toda-mujer. Mi madre se ha mesado los cabellos y no se ha tirado un cenicero encima de puro milagro. Mal hecho, madre querida, pocas ocasiones encontrarás más ad hoc de interpretar un papelón semejante, a medio camino entre Herodías y una Magdalena penitente de Murillo en cuero vivo.

Mi hermano, por su parte, ha salido de su cripta –con el parche levemente escorado a la derecha–, con una mirada de inenarrable perversidad de su único ojo bueno y un aliento mefítico capaz de rizarle las pestañas a mi propio padre, adalid de la pestaña y el párpado caídos à la Diaghilev. Ha abierto la boca y un hedor irrespirable, como el que debía exhalar la cruz sobre el Gólgota, se ha expandido por el pasillo como el aliento de Belcebú (con resaca).

–¡¿Se puede saber qué coño está pasando?! ¿Es que en esta puta casa no se va a respetar el reposo de un convaleciente?

–Tu hermana, hijo mío, que está embarazada.

–¿Otra vez?

A lo que mi hermana, Galvanizadita viva, ha replicado:

–Tú calla, hijo de perra.

–No, bonita. Cállate tú y déjame dormir, cacho puta.

De ahí a enzarzarse en una discusión como dos bestias en celo ha sido todo uno. Un remolino de manos, pelos y bisutería –mi hermana es súper adoratriz del becerro de oro en todas y cada una de sus manifestaciones, no siempre auténticas–, como el Transparente de la catedral de Toledo, se ha desplegado ante mis ojos nada atónitos, ya que mi convivencia con la violencia y la ordinariez me han hecho prácticamente impermeable a este tipo de escenas dantescas. Cuando un mechón de pelo (o una uña; algo en cualquier caso translúcido) ha pasado rozándome la frente, he cogido a mi madre de la mano y le he dicho:

–Mamá, déjala que aborte. Imagínate… podría salir alguien como ellos. O peor aún, como yo.

–Ay, hijo mío. Yo no puedo reciclarme más.

–Lo sé, mater amantísima. Pero si vuelves a soltarme el rollo de que las mujeres de tu generación se han reinventado más que Madonna, te juro que me pondré a GRITAR.

–Pero si ya estás gritando…¿Tú crees que podré hacer como que no me he enterado de nada? A lo mejor, con eso de que tengo un problema de memoria, que es que, hijo mío, no sabes lo malo que es el Alzheimer…

–…Y el Marie Brizar.

–¿Qué estás insinuando?

–¿Yo? Nada. Pero ten en cuenta que te va a pedir el dinero para lo suyo…

–Ah, no, en esta casa no se gasta un duro en Sanidad hasta que no arreglemos lo de mi liposucción. Hasta ahí podíamos llegar, hombre. ¡Nenaaaaaa, ve pensando un nombre para el bastardo! Además, con la ilusión que a mí me hace ser abuela…

Wednesday, December 15, 2004

Hasta la brenca

¿Estresado? Pues qué quieres que te diga. Un poquito, coño.

Monday, December 13, 2004

Podría ser peor

Papá ha intentado suicidarse –no se lo reprocho–, metiendo la cabeza en el microondas. El pobre lo único que ha conseguido ha sido una contractura muscular y hacer el ridículo. Mamá, que es súper partidaria del suicidio (sobre todo, en el caso de su marido), ha intentado explicarle ya que así no va a ir a ninguna parte…

–…Pero a ninguna, te lo digo yo. ¿Que se quiere suicidar? Pues muy bien, que se suicide, pero sin montar el número. Hay mil formas de acabar con tu vida sin molestar a nadie. Yo, como soy tan práctica, mataría antes a quien se lo merezca: la gente que tiene malos pelos, la gente fea –es que no soporto a los-feos-con-personalidad; si eres un adefesio, por lo menos no salgas de casa o traumatízate o haz algo, por el amor de Diossss–, la gente maleducada, la gente que lleva la mochila por delante como si fuesen arapajoes (pero yo no soy racista, ¿eh?), la gente que va mal pintada o teñida por su peor enemigo (que son la mayoría)… Vamos, la gente. En general. Pero, claro, eso soy yo. Tu padre no. Tu padre es un botarate que, antes de cometer un homicidio de lo más justificado, prefiere tirarse todo el día en casa, como un alma en pena, hecho un cromo, con esa barba y yo, hijo mío, ¡YO! tengo que sufrirlo. Soportarlo. ¡Verlo! ¿Que quiere suicidarse? Coño, pues que lo haga. Pero que lo haga de una puñetera vez. Mil veces he tratado de explicarle ya que las venas NO se cortan en horizontal, sino con un tajo así, oblicuo. Y que, si va a hacerlo, lo haga en el baño de servicio y no el bueno, que acabamos de cambiar los sanitarios y tendría maldita la gracia. Pero él no aprende. Tu padre no aprende. ¿Te vas a ahorcar? Pues muy bien. Adelante. Pero hazlo bien, no con un cinturón que no puede soportar tu peso, imbécil, con esa barriga. Coge un cable o compra una soga bien recia. Y, por los clavos de Cristo, no te cuelgues de una lámpara, que no están diseñadas para soportar suicidas como si fuesen lágrimas de Murano. Pero él no. Él nada. En fin, ¿te caliento un poco de leche? … Sí, no te preocupes, si al horno no le ha pasado nada. Bueno, si lo estropea, le mato. Te juro que le mato. ¿Qué? Sí, sí, claro, hijo mío, de lo más afectada. Y digo yo: ¿la leche con azúcar o con cacao?

Saturday, December 11, 2004

Pleno al siete

Heme aquí:

1. Lujuria
2. Pereza
3. Gula
4. Soberbia
5. Ira
6. Envidia
7. Avaricia

Siete de siete. ¡Bingo!

Friday, December 10, 2004

Dovima R.I.P.

Dovima ha muerto. Estoy desolado. Menos mal que superé mi etapa decadente –a los tres años– y no le incrusté piedras preciosas en la concha como Des Esseintes, porque si no ahora, en lugar de inhumar su cadáver, tendría que empeñarlo (lo que me parece de muy mal gusto). Mamá dice que tampoco es para tanto, pero me temo que mamá tiene la sensibilidad en la brenca.

Si alguien conoce a algún arquitecto de cenotafios para tortugas, por favor, que me lo haga saber. Había pensado en un sencillo obelisco, pero no. Dovima se merece una tumba digna de Mausolo. Por algo era el miembro favorito de mi familia.

¿Quién copulará ahora con las patas del sofá? Mmmm, me temo que, a este paso, mi padre.

Wednesday, December 08, 2004

Lecciones vitales

Mi hermano salió para celebrar el alta. Cuando ha llegado esta mañana, en precario equilibrio, llevaba toda su ropa excepto la camisa. ¿Cómo se puede perder la camisa y no los calzoncillos o la chaqueta… o las inhibiciones?

Ay, cuánto me queda aún por aprender…

Tuesday, December 07, 2004

Violencia familiar nada soterrada

Mi tía Zita ha sido la culpable. Al final –no podía ser de otra manera– mamá ha saltado. Literalmente. Mi tía se presentó el otro día en el hospital, justo cuando le daban el alta a mi hermano y un parche ad hoc con la decoración de la chambre (compartida) de un hospital público, amenazando con dejarle “en cueros”.

Me temo que mi tía Zita también es muy fan de la literalidad y del dicho “La letra con sangre entra”, porque en ese momento sacó unas disciplinas de cuero negro que para sí las quisiera Jean-Paul Gaultier para su próxima colección de Hermès y se puso a azotar a mi hermano y, de paso, a todo aquel que se interponía en su camino (léase mamá, papá, mi hermana y una enfermera que, acaso influida por la violencia nada soterrada que impera en mi familia, dio rienda suelta a una catarata de insultos en un lenguaje patibulario que no se atrevería a emplear ni un carretero con el síndrome de Tourette).

En fin, el caso es que hubo un momento, cuando mi hermano se ponía el parche –no el de la SS (Seguridad Social, no la Schut Staffel), sino el de Burberry’s fake–, en que mamá perdió los estribos y algunas inhibiciones y, ni corta ni perezosa, tras tomar impulso le arreó un soberano guantazo a mi tía Zita, con tan mala fortuna que la pobre se golpeó la nuca contra el cabecero niquelado en blanco de la cama. ¡Clonc!

La enfermera, ni corta ni perezosa, es más, más bien grande, industriosa y un pelín tahonera, la cogió rápidamente por los talones y la llevó a las escaleras, dejándola allí, a los pies del último tramo, como un bibelot sobre una almohada (de terrazo).

–Aquí no ha pasado nada. Con semejante cardado, es imposible que esta mujer se haya desnucado –dijo, cuando entró en la habitación, guiñando uno de sus hipermétropes ojos expertos–; a lo más que llega, es a una conmoción cerebral. Se lo digo yo, señora.

Dicho y hecho. Al cabo de cinco minutos, vimos cómo un celador (con los brazos tatuados, lo que en un marco sanitario hace muy mal efecto; celadores del mundo, haced caso de este axioma: lo que en un cuarto en penumbra queda muy bien, rara vez, salvo excepciones, es extrapolable a un pasillo pintado de verde), la llevaba en camilla rumbo a traumatología.

–¿Qué le ha pasado a esta pobre señora? –inquirió una mujer(zuela), con tanta curiosidad como tiempo libre.

–Se ha caído por las escaleras y sufre un shock.

–¿Y eso?

–Dice que es Bárbara de Braganza.

–Pues puede ser, no se crea. Una tía mía se creía Lilián de Celis y, después de muerta, descubrimos que era Lilián de Celis.

–Me parece muy bien. Pero es que Bárbara de Braganza lleva más de tres siglos muerta, señora.

–Y esta mujer también, a juzgar por el estado de su cutis. ¿Se ha fijado usted en esas bolsas? ¿Y ese pelo? ¿Ese cardado?

Lo cierto es que la intervención de la señora ha sido una bendición, ya que mientras tanto mi madre, mi padre, mis hermanos y yo hemos podido abandonar la habitación sin despertar sospechas, custodiados por la enfermera, que nos ha dicho que no nos preocupemos. Que lo de Bárbara de Braganza es de lo más común en las señoras de mediana edad.

Si mi tía Zita oye cómo la llaman “señora de mediana edad”, seguro que vuelve a sacar las disciplinas con fuerzas renovadas.

Friday, December 03, 2004

Taras, cenas y menús

–Usted no sabe quién soy yo…

–Pues no, señora, no tengo la menor idea. Es más, dudo mucho que ni usted misma lo sepa: tiene usted una cara de lo más anónima, por no decir ordinaria.

–Oiga usted, no pienso tolerar que se me insulte y se me ataque por la espalda.

–¿Pero qué dice, señora? Si yo la estoy criticando a la cara.

–Ah, en ese caso…

Esta bonita escena entre mi madre (beoda) y un celador (yo creo que también un pelín dipsómano) me ha llevado a reflexionar sobre mi cara. Está claro que estoy condenado a ser un sex-symbol. Es una cruz como otra cualquiera que los tocados por los dioses tenemos que llevar sin afectación y sin falsa modestia como otros llevan sus taras, físicas y mentales.

–¿A qué llamas tú una tara? –me ha preguntado mi madre.

–¿Además de a un rancho? Pues a tener tres tetas, como la princesa de Éboli.

–Ah, ¿pero Letizia tiene tres tetas? Eso lo explica todo…

–No, mamá, Letizia no. La princesa de Éboli. Les separan algunos siglos y algunos dientes.

–Ah, entonces tú, hijo, ¿qué entiendes por una persona Taradita Martínez-Bordiú?

–Pues alguien que te invita a cenar y elige el menú.

–Pero eso no es una persona tarada, eso es un botarate.

–¿Y te parece poca tara?

–Hombre, si lo miras así… Además, tú eres demasiado joven como para que nadie te invite a cenar. Te recuerdo que tienes seis años. A tu edad, elegir el menú no es una tara, es una obligación parental.

–Pero si quien lo elige no es tu padre, sino un hombre maduro que quiere abusar de tu inocencia…

–En ese caso, si paga él, puedes dar por seguro, hijo mío, que lo hará: te dejará la inocencia hecha un trapo, o peor, una bayeta.

–Lástima de inocencia.

–Para eso hay que tenerla, querido, aunque sea en un tímpano. ¿O crees que me chupo el dedo?

Cuando alguien de mi familia emplea la palabra chupar, yo me pongo a temblar de manera automática. Como el perro de Pavlov.

–O la perra, hijo mío, o la perra.

Thursday, December 02, 2004

Accidentes laborales

El pobre Gorka, del que cada día soy más fan, a pesar de su corte de pelo, ha tenido un accidente laboral. Mi hermana está desolada. Al parecer, estaba jugando con unos petardos –no sé si os acordaréis, pero Gorka trabajaba en una fábrica de fuegos artificiales o en una mina o algo así–, y… ¡pum!… le estallaron en la mano. Se la han volado dos dedos. De cuajo. Entre ellos, corazón (dedo, no víscera). Mi hermana está que trina.

–¡No es justo! Es con el que me hacía las pajas…

–Hija mía –ha susurrado mamá, que hoy se ha levantado un poco indispuesta tras una noche postrada en la cama (bajo el colchón guarda un arsenal de auténtico chinchón y de Marie Brizard, que reserva para las grandes ocasiones)–, puedes dar gracias a Dios: al menos no le han explotado en la boca.

Me temo que mi madre está últimamente de lo más ordinaria. Pero… ¿quién soy yo para reprochárselo?

Wednesday, December 01, 2004

Sin título

Si hay algo que no soporto es un mal pelo. Lo reconozco: tengo una obsesión capilar que entra de lleno en el terreno de la patología. Del psicokillerío más duro, pero hardcore, vamos. Y es que, como dice mi tía Zita (bueno, en realidad, no lo dice ella sino Karl Rosenkranz, allá por el año 1852; pero como mi tía Zita es analfabeta perdida, no domina mucho eso del background; ella oye una cita y se apropia del copyright pero a la voz de ya), “estamos inmersos en el mal y en el pecado, pero también en la fealdad. El infierno no es sólo ético o religioso, también es estético”.

Estoy de acuerdo: vivimos en el infierno, formamos parte de él y, encima, muchos colaboran con una pettinatura que merecería una ejecución al amanecer, sin necesidad de juicio (sumarísimo) previo.

La Retorno dice que mi intolerancia hace juego con la suya. Nos retroalimentamos de resentimiento y veneno, lo reconozco, pero es que uno –uno; huy, por Dios, esto empieza a parecer el salón de baile del Trapi(ello) ése– se pasea por ahí y se le cae el alma al papiloma del pie, junto con los globos oculares.

–Pues no vayas a un gimnasio, encanto. No sabes lo que hay ahí metido. Qué colección.

–Bueno, por lo menos son chulánganos.

–Mira, no te engañes. Por un lado tenemos a los chulánganos. Tienen tetas, sí, pero si miras un poco más abajo… la cosa está muy malita. Y sé de lo que hablo. No es un mito. Por otro, están los príncipes azules. Mucho cuidadito con los príncipes azules: destiñen.

–¿Entonces?

–Siempre nos quedarán los intelectuales…

–Jajajajaja. Ay, qué graciosa.

–No, lo digo en serio. Hay gente a la que le gusta comer mierda, ¿no lo sabías?

–No es mi caso, te lo garantizo.

–Pues ya me contarás…

–Hijo, qué cruz tienes con eso de haber sido tan precoz con el sexo.

–Y tan insaciable. Porque ahora no me basta con mi padre o con mi hermano (que acaba de descubrir la felación ocular, con y sin prótesis). Para nada. Estoy en plan súper comunión con el mundo. Pero con el mundo entero…

–Hijo mío, lo que vas a sufrir.

–¿En mis carnes?

–No, no. En tu cuenta corriente, tesoro.

–No me hables de eso. Es más, NO ME HABLES.

Y hemos seguido el resto de la tarde en silencio.